La fe y la gracia

El Evangelio (Mt 9,18-26) de la liturgia de hoy, 8 de julio, nos narra dos milagros, en los que se ponen de manifiesto la vinculación de la gracia y la fe.

Tanto en el caso de la niña muerte a la que Jesús reanima como en el de la mujer que sufre una patología de la que es curada a través de Jesús, estos dos factores, el de la confianza por parte humana y de la gracia por parte divina, juegan un papel sustancial.  La fe, la confianza en Jesús, en que puede obrar el milagro, es total y definitiva en ambos casos. La confianza, como dice Sto. Tomás de Aquino, tiene un componente natural o humano, que es el que cotidianamente ejercemos confiando unos en otros, y hay también una confianza de origen sobrenatural, una virtud teologal, la fe, que es ya gracia, la cual posibilita la gracia, la acción de la gracia para quien confianza, se abre, a ella, como Jesús dice la mujer que padecía flujo: «Hija, ten confianza; tu fe te ha curado»; como en el caso de la hija del jefe de la sinagoga, a cuya fe Jesús responde, pese a las burlas del todos, del gentío.

Dios pide esa participación humana, que confiemos en Él, en su bondad; la fe tiene el componente del amor divino, está tocada por la gracia, que es participación del amor trinitario, la vida interna de Dios en el corazón humano.

  

Lectura del santo evangelio según san Mateo 9, 18-26

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se le acercó un jefe de la sinagoga, se postró ante él y le dijo: «Señor, mi hija acaba de morir; pero ven tú a imponerle las manos y volverá a vivir».
Jesús se levantó y lo siguió, acompañado de sus discípulos. Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orilla del manto, pues pensaba: «Con sólo tocar su manto, me curaré». Jesús, volviéndose, la miró y le dijo: «Hija, ten confianza; tu fe te ha curado». Y en aquel mismo instante quedó curada la mujer.
Cuando llegó a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús a los flautistas, y el tumulto de la gente y les dijo: «Retírense de aquí. La niña no está muerta; está dormida». Y todos se burlaron de él. En cuanto hicieron salir a la gente, entró Jesús, tomó a la niña de la mano y ésta se levantó. La noticia se difundió por toda aquella región.

 

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El Papa Francisco comenta el paralelo del evangelio según san Marcos

(Ángelus, 1 de julio de 2018)

El Evangelio (cf. Marcos 5,21-43) presenta dos prodigios hechos por Jesús, describiéndolos casi como una especie de marcha triunfal hacia la vida.

Primero el Evangelista narra acerca de un cierto Jairo, uno de los jefes de la Sinagoga, que va donde Jesús y le suplica ir a su casa porque la hija de doce años se está muriendo. Jesús acepta y va con él; pero, de camino, llega la noticia de que la chica ha muerto. Podemos imaginar la reacción de aquel padre. Pero Jesús le dice: «No temas. Solamente ten fe» (v. 36). Llegados a casa de Jairo, Jesús hace salir a la gente que lloraba —había también mujeres dolientes que gritaban fuerte— y entra en la habitación solo con los padres y los tres discípulos y dirigiéndose a la difunta dice: «Muchacha, a ti te digo, levántate» (v. 41). E inmediatamente la chica se levanta, como despertándose de un sueño profundo (cf. v. 42).

Dentro del relato de este milagro, Marcos incluye otro: la curación de una mujer que sufría de hemorragias y se cura en cuanto toca el manto de Jesús (cf. v. 27). Aquí impresiona el hecho de que la fe de esta mujer atrae —a mí me entran ganas de decir «roba»— el poder divino de salvación que hay en Cristo, el que, sintiendo que una fuerza «había salido de Él», intenta entender qué ha pasado. Y cuando la mujer, con mucha vergüenza, se acercó y confesó todo, Él le dice: «Hija, tu fe te ha salvado» (v. 34). Se trata de dos relatos entrelazados, con un único centro: la fe, y muestran a Jesús como fuente de vida, como Aquél que vuelve a dar la vida a quien confía plenamente en Él. Los dos protagonistas, es decir, el padre de la muchacha y la mujer enferma, no son discípulos de Jesús y sin embargo son escuchados por su fe. Tienen fe en aquel hombre. De esto comprendemos que en el camino del Señor están admitidos todos: ninguno debe sentirse un intruso o uno que no tiene derecho. Para tener acceso a su corazón, al corazón de Jesús hay un solo requisito: sentirse necesitado de curación y confiarse a Él. Yo os pregunto: ¿Cada uno de vosotros se siente necesitado de curación? ¿De cualquier cosa, de cualquier pecado, de cualquier problema? Y, si siente esto, ¿tiene fe en Jesús? Son dos los requisitos para ser sanados, para tener acceso a su corazón: sentirse necesitados de curación y confiarse a Él. Jesús va a descubrir a estas personas entre la muchedumbre y les saca del anonimato, los libera del miedo de vivir y de atreverse. Lo hace con una mirada y con una palabra que los pone de nuevo en camino después de tantos sufrimientos y humillaciones. También nosotros estamos llamados a aprender y a imitar estas palabras que liberan y a estas miradas que restituyen, a quien está privado, las ganas de vivir.

En esta página del Evangelio se entrelazan los temas de la fe y de la vida nueva que Jesús ha venido a ofrecer a todos. Entrando en la casa donde la muchacha yace muerta, Él echa a aquellos que se agitan y se lamentan (cf. v. 40) y dice: «La niña no ha muerto; está dormida» (v. 39). Jesús es el Señor y delante de Él la muerte física es como un sueño: no hay motivo para desesperarse. Otra es la muerte de la que tener miedo: la del corazón endurecido por el mal. ¡De esa sí que tenemos que tener miedo! Cuando sentimos que tenemos el corazón endurecido, el corazón que se endurece y, me permito la palabra, el corazón momificado, tenemos que sentir miedo de esto. Esta es la muerte del corazón. Pero incluso el pecado, incluso el corazón momificado, para Jesús nunca es la última palabra, porque Él nos ha traído la infinita misericordia del Padre. E incluso si hemos caído, su voz tierna y fuerte nos alcanza: «Yo te digo: ¡Levántate!». Es hermoso sentir aquella palabra de Jesús dirigida a cada uno de nosotros: «yo te digo: Levántate. Ve. ¡Levántate, valor, levántate!». Y Jesús vuelve a dar la vida a la muchacha y vuelve a dar la vida a la mujer sanada: vida y fe a las dos.

Pidamos a la Virgen María que acompañe nuestro camino de fe y de amor concreto, especialmente hacia quien está en necesidad. E invoquemos su maternal intercesión para nuestros hermanos que sufren en el cuerpo y en el espíritu.

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Catena Aurea

 

Diciéndoles El estas cosas, se le aproximó un príncipe de la sinagoga, y le adoró diciendo: «Señor, mi hija es ahora un cadáver; mas ven, pon tu mano sobre ella y vivirá». Y levantándose Jesús le seguía en compañía de sus discípulos. Y he aquí una mujer, que padecía hacía doce años flujos de sangre, se le acercó por detrás y tocó la orla de su vestido. Porque decía ella en su interior: «si llegare a tocar tan sólo su vestido, quedaré sana»: Y volviéndose Jesús, y viéndola, dijo: «Confía, hija, tu fe te ha sanado», y desde aquella hora quedó completamente sana. (vv. 18-22)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,1

Después de las palabras, siguió la acción, que debía cerrar por completo la boca a los fariseos, puesto que el mismo Jefe de la sinagoga se había acercado a Jesús para pedirle un milagro. Grande era su tristeza, porque era hija única la difunta, tenía doce años y estaba en los primeros albores de la vida y por eso dice: «Mientras El les hablaba estas cosas: He aquí que se le aproximó uno de los principales».
 

San Agustín, de consensu evangelistarum, 2, 28

San Marcos y San Lucas refieren el mismo hecho, aunque no en el mismo orden, porque colocan este hecho después de su salida del país de los Gerasenos, cuando atravesó el lago después de haber arrojado a los demonios que se posesionaron del cuerpo de los cerdos. Según San Marcos, debió acontecer este hecho después que Jesús atravesó por segunda vez el lago, aunque no se sabe cuánto tiempo después. Debió indudablemente haber algún intervalo, porque de otra manera no tendría lugar en la narración de San Mateo la permanencia de Jesús en el convite de la casa de Mateo: a continuación de este hecho, sigue inmediatamente el de la hija del jefe de la sinagoga. Porque si el referido jefe se hubiera acercado a Jesús en el momento en que estaba haciendo las comparaciones de la pieza de paño nuevo y del vino nuevo, no hubiera habido interposición alguna entre sus acciones y palabras. Pero en la narración de San Marcos, existe un espacio donde se pudieron interponer otras cosas. San Lucas no contradice a San Mateo cuando dice: «He aquí que un hombre llamado Jairo» ( Lc 8,41) . No debe colocarse este hecho a continuación, sino después de lo que refiere San Mateo, sobre el convite de los publicanos, en los términos siguientes: Mientras El les decía estas cosas, he aquí, que un príncipe (es decir, Jairo, príncipe de la sinagoga) se acercó a El y le adoró diciéndole: «Señor, mi hija acaba de morir». Se debe tener presente (para evitar toda aparente contradicción), que los otros dos evangelistas no dicen que estuviera muerta, sino próxima a morir. Hasta afirman que vinieron después a anunciarle la muerte, a fin de no incomodar al Maestro. Es preciso admitir, que San Mateo, para mayor brevedad, se contentó con referir la petición, dirigida al Señor, de que hiciera lo que realmente ejecutó, es decir, de que resucitara a una difunta. Porque en este pasaje no debemos fijarnos en las palabras del padre sobre su hija, sino (y esto es lo esencial) en la voluntad. Estaba él tan desesperado de que pudiera resucitar, que no se imaginaba encontrar viva a la que dejó difunta. Dos evangelistas, pues, dan testimonio de lo que dijo Jairo mientras que San Mateo de lo que deseó y lo que pensó. Evidentemente, si uno de los primeros hubiera dicho que el mismo padre dijo que no se molestase a Jesús, porque su hija estaba ya muerta, semejantes palabras estarían en contradicción con las de San Mateo. Pero no se expresa en la narración que estuviera conforme con las noticias que le daban sus criados. De aquí la absoluta necesidad en que estamos de no dar a las palabras de cada uno más valor que el que les da su propia voluntad, a quien están subordinadas las palabras y de no inventar mentiras por haber dicho en otros términos lo que realmente quiso decir, aunque con palabras distintas.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,1

O también: Lo que el príncipe dijo de la muerte de su hija, no es más que una exageración propia del que anuncia una desgracia. Porque es natural en todos los que piden algo presentar sus males como mayores y decir más de lo que realmente es, con el objeto de interesar más a aquellos a quienes suplican. De aquí aquellas palabras: «Pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá». Ve aquí su confianza. Exige dos cosas de Cristo: el que vaya a su casa y el que ponga su mano, precisamente lo que el Sirio Naaman exigió del profeta ( 2Re 5). Porque necesitan ver y apreciar las cosas de una manera sensible los que sólo tienen disposiciones vulgares.
 

Remigio

Admirable e igualmente digna de imitación es la humildad y la mansedumbre del Señor, porque en seguida que fue suplicado, siguió al que le suplicó: por eso se dice: «Y levantándose le seguía». De esta manera enseña lo mismo a los súbditos que a los superiores: a los súbditos les dejó el ejemplo de la obediencia y manifestó a los superiores la solicitud y la prontitud que deben tener en la enseñanza: de suerte que deben acudir en seguida a cualquier parte donde hubiere una persona muerta en su alma.
 

Sigue: Iban con El sus discípulos.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,1

San Marcos y San Lucas dicen, que llevó consigo tres de sus discípulos, esto es, a Pedro, Santiago y Juan. A Mateo no le llevó para estimular más su deseo y a causa de la imperfección de sus disposiciones. Honra con esta distinción a aquellos, a fin de que los otros se hagan iguales a ellos y en cuanto a San Mateo, le era suficiente el haber visto la curación de la mujer que padecía el flujo de sangre, de la cual se dice: He aquí que una mujer, que padecía un flujo de sangre, se acercó por detrás y tocó la orla del vestido del Señor.
 

San Jerónimo

Esta mujer, que padecía un flujo de sangre, no se acerca al Señor ni en su casa, ni en la ciudad (porque según la ley no podía habitar en las ciudades) sino en el camino por donde pasaba el Señor, de suerte que el Señor, cuando iba a curar a una, curó también a otra.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,1

Por eso no se acerca en público al Señor, porque tenía vergüenza a causa de la enfermedad que padecía y por la que ella, apoyada en la ley, se tenía por muy impura; por eso se esconde y se oculta.
 

Remigio

Debemos en esta acción alabar la humildad de la mujer, que no se acerca de frente al Señor, sino por detrás, juzgándose indigna de tocar los pies del Señor. No toca todo el vestido, sino solamente su franja, porque el vestido del Señor tenía una franja conforme con el precepto de la ley. Llevaban los fariseos en sus vestidos unas franjas, que ellos estimaban mucho, en las que colocaban unas espinas; pero las de la franja del vestido del Señor no eran para herir, sino para curar y por eso decía la mujer en su interior: «Si tan sólo tocare su vestido, quedaré curada». Admirable es su fe, porque desesperando de los médicos, en los que había gastado su capital (como dice San Marcos) comprendió que había un médico celestial, puso en El toda su esperanza y mereció ser curada según las palabras: Mas volviéndose Jesús y viéndola, dijo: «Confía, hija, tu fe te ha salvado».
 

Rábano

¿Por qué mandó que tuviera confianza aquella mujer, que si no la hubiera tenido no hubiera buscado en El la salud? Exigió de ella fuerza y perseverancia en la fe, a fin de que llegara a tener una salud segura y verdadera.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,2

O bien porque la mujer era tímida, le dijo: «Confía» y la llama hija, porque con la fe se hizo hija.
 

San Jerónimo

Y no dijo: porque tu fe te ha de sanar, sino te sanó porque en el acto mismo de creer fue curada.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,1

Aun no tenía ella un conocimiento exacto acerca de Cristo, pues creía que podía permanecer oculta a sus miradas. Pero no le permitió Cristo que se escondiese, no porque El ambicionase gloria alguna, sino por varios motivos: Primeramente, calma su temor para que no le remordiera la conciencia de haber arrebatado un don; en segundo lugar, la reprende de haber querido permanecer oculta; en tercer lugar, pone su fe a la vista de todos, para que a todos sirva de estímulo. Mostrando, en fin, que sabe todas las cosas, nos da una señal de su divinidad, no menor que la que nos dio con el derramamiento de su sangre: «Y esta mujer fue curada en aquel instante».
 

Glosa

Por aquella palabra: «desde aquella hora», debe entenderse no desde aquella en que Jesús se volvió hacia la mujer, sino desde el momento en que ella tocó la franja: como expresamente dicen otros evangelistas ( Mc 5,29; Lc 8,44) y hasta de las mismas palabras del Señor se colige claramente.
 

San Hilario, in Matthaeum, 3

Debemos admirar en este acontecimiento el gran poder del Señor, puesto que, permaneciendo ese poder dentro de un cuerpo, comunica a las cosas inanimadas la virtud de sanar, hasta el extremo de comunicarse la operación divina por la franja de los vestidos. No estaba Dios limitado en el estrecho límite de un cuerpo y su unión con el cuerpo no tenía por objeto encerrar en él todo su poder, sino elevar la fragilidad de nuestra carne hasta la obra de la redención.

Se entiende en sentido místico, por el príncipe de la sinagoga a la ley, que suplica al Señor devuelva la vida al cadáver de este pueblo, a quien la misma ley había estado alimentando con la esperanza de la venida de Cristo.
 

Rábano

También representa a Moisés y se le llama Jairo, esto es, el que ilumina o es iluminado, porque él recibió las palabras de la vida eterna para trasmitírnoslas a nosotros y hacerlas brillar de esta manera en los demás, al mismo tiempo que él mismo es iluminado por el Espíritu Santo. La hija, pues, del príncipe de la sinagoga, esto es, la sinagoga, de edad de doce años, es decir, de la pubertad, está abatida por la gangrena de los errores, en el momento que está obligada a engendrar hijos para Dios. Por eso el Verbo de Dios corre hacia esta hija del príncipe para salvar a los hijos de Israel; la Iglesia santa formada por las naciones, que perdían sus fuerzas por los crímenes interiores que las corroían, consiguió salvarse por la fe que estaba preparada para otros. Es digno de notarse, que la hija del príncipe estaba en la edad de los doce años y la mujer curada del flujo de la sangre estuvo padeciendo esta enfermedad durante doce años. Así que, cuando aquella nació, principió ésta a padecer, casi al mismo tiempo en que la sinagoga nació de entre los patriarcas y las naciones extrañas comenzaron a afearse con el corrompido veneno de la idolatría. El flujo de sangre puede tomarse en dos sentidos: por la corrupción y mancha de la idolatría, o también por todas las maldades practicadas bajo el imperio del placer de la carne y de la sangre. De ahí que, cuando la sinagoga tuvo vigor, luchó la Iglesia y sus pecados fueron la causa de que pasara la salud a otras naciones ( Rom 11). La Iglesia se acerca al Señor, lo toca, cuando se aproxima a El por la fe.
 

Glosa

Creyó, dijo, tocó; porque con estas tres cosas, la fe, la palabra y la obra, se consigue la salud.
 

Rábano

Y se acercó por detrás, según aquellas palabras: «Si alguno me quiere servir, sígame» ( Jn 12,26). O bien, porque no viendo ella en la carne a la persona de Dios, llega a conocerlo después que fueron cumplidos los misterios de su Encarnación. Por eso toca la franja del vestido, figura del pueblo gentil, que no habiendo visto a Cristo en su carne, recibió sus palabras de la Encarnación. Porque el vestido representa el misterio de la Encarnación, en la que se cubrió la divinidad y las palabras que siguen a la Encarnación, representan la franja del vestido. Toca, no el vestido, sino la franja, porque no vio a Dios en la carne, sino que recibió por los Apóstoles la palabra de la Encarnación. ¡Dichoso el que toca con su fe, aun cuando no sea más que las extremidades del Verbo! No recupera la salud en la ciudad, sino en el camino por donde iba el Señor; por esta razón dijeron los Apóstoles: «porque por vuestra conducta os hacéis indignos de la vida eterna; por eso nos volvemos a los gentiles» ( Hch 13,46). Los gentiles comenzaron a gozar la salvación desde la llegada del Señor.

 

 

Y cuando llegó Jesús a la casa del príncipe y vio a los flautistas, y a las turbas que se agolpaban, les dijo: «Retiraos; porque no está muerta la niña, sino dormida». Y ellos se burlaban de El. Y después que hubo sido echada fuera la muchedumbre, entró y cogió la mano de la niña, y dijo: «Niña, levántate». Y resucitó la niña. Y se extendió el rumor de este prodigio por toda aquella tierra. (vv. 23-26)

Glosa

A la curación de la mujer que padecía el flujo, sigue la resurrección de la niña difunta, según aquellas palabras: «Y habiendo llegado Jesús a la casa del príncipe».
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,2

Debemos considerar en este pasaje, lo mucho que se detiene Jesús hablando con la mujer curada, con el objeto de dar tiempo a que muriera la niña y resaltara más la señal de su resurrección. Lo mismo hizo con Lázaro, que permaneció muerto hasta el tercer día. Sigue: Y cuando vio a los flautistas y a la muchedumbre que se agolpaba, prueba evidente de la muerte.
 

San Ambrosio, in Lucam, 6,62

Según costumbre antigua solían asistir a los entierros hombres que iban tocando flautas a fin de mover al llanto.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,2

Pero Cristo arrojó a todos los flautistas, e hizo entrar a los parientes de la niña, a fin de que no pudieran atribuir a causas diferentes la resurrección de la niña. Antes de la resurrección, los anima a que tengan esperanza con estas palabras: «Retiraos; porque no está muerta la niña, sino dormida».
 

Rábano

Como si dijera: Para vosotros está muerta, pero para Dios, que puede resucitarla, tanto en el cuerpo como en el espíritu, está dormida.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,2

Estas palabras, que levantaron una gran agitación en los que se hallaban presentes, demuestran lo fácil que es para Cristo el resucitar a los muertos: como sucedió con Lázaro : «Nuestro amigo Lázaro duerme» ( Jn 11,11). Nos enseñan, además, que no debemos tener miedo a la muerte. El mismo había de morir también y valiéndose de la muerte de otros hombres inspira confianza a sus discípulos y les enseña a sufrir con valor la muerte. Porque desde su venida, la muerte no es ya más que un sueño. Al oír los que se hallaban presentes este lenguaje del Señor se burlaban de El. Pero Jesús despreció esta burla, a fin de que la misma burla de los flautistas y los demás circunstantes fuera una prueba evidente de la realidad de la muerte. Muchas veces no creen los hombres en los milagros y se les convence con sus mismas contestaciones: como aconteció con Lázaro cuando dijo Jesús: «¿Dónde le pusisteis?» ( Jn 11,34), a lo que contestaron ellos: «Ven y ve cómo ya huele (porque ya han pasado cuatro días)» ( Jn 11,39). Ante esta confesión, no podían menos de creer que efectivamente estaba muerto y que resucitó a un muerto.
 

San Jerónimo

No eran dignos de presenciar el hecho misterioso de la resurrección aquellos que cubrían de oprobios y de injurias al que tales cosas hacía. Por eso se dice: «Y como hubiese echado fuera a las turbas, entró, tomó la mano de la niña y ésta resucitó».
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,2

El no le da una nueva vida, sino que le devuelve la misma que había perdido y la saca como de un sueño, para de este modo prepararla a que creyera (como si lo viera) en su resurrección. Y no sólo resucita a la niña, sino que, como dicen otros evangelistas, mandó que le dieran de comer, con el objeto de que vieran no era una ilusión lo que acababa de hacer. Y sigue: «Y se extendió su fama por todo el país».
 

Glosa

A fin de que no se tuviera por una ficción la grandeza y la novedad de este milagro y que su realidad se extendiera entre el público.
 

San Hilario

En sentido místico, entra el Señor en casa del príncipe (es decir, en la sinagoga), en el momento en que los cantores cantaban el himno del duelo según prevenía la ley.
 

San Jerónimo

Hasta hoy permanece en la casa del príncipe la niña difunta y los que parecen maestros, no son más que músicos de flauta que tocan composiciones fúnebres. La turba de los judíos no es la del pueblo que cree, sino la del pueblo que se agita; pero una vez que hubieren entrado todas las naciones, todo Israel conseguirá su salvación ( Rom 11).
 

San Hilario, in Matthaeum, 9

A fin de que podamos comprender que era limitado el número de los creyentes, fue arrojada toda la muchedumbre que burlándose con sus palabras y sus acciones se hizo indigna de asistir a la resurrección, a pesar de que el Señor deseó salvarla.
 

San Jerónimo

Y tomó la mano de la niña y ésta se levantó; porque no se levantará la sinagoga, que es un cadáver de los judíos, hasta que éstos no purifiquen primero sus manos, que están llenas de sangre ( Is 1).
 

San Hilario, in Matthaeum, 9

La fama que se extendió por todo aquel país, nos hace ver que Cristo fue elegido para dar la salud y publica de un modo claro sus dones y sus obras.
 

Rábano

En sentido moral, la niña difunta en su casa figura al alma muerta en sus pensamientos. Y dice el Salvador, que la niña no hace más que dormir; porque los que pecan en esta vida, aun pueden resucitar mediante la penitencia: los tocadores de flauta no hacen más que adular y ensalzar a la muerta.
 

San Gregorio Magno, Moralia, 18

Con el objeto de resucitar a la difunta, echa fuera a la muchedumbre. Porque no resucitará el alma que interiormente está muerta, si no arroja antes de lo más íntimo de su corazón la multitud de cuidados temporales.
 

Rábano

La niña es resucitada en su casa en presencia de unos cuantos testigos, el hombre joven fuera de la puerta y Lázaro delante de mucha gente; porque el que falta públicamente necesita dar una reparación pública y al que comete una falta ligera, se le puede borrar con una penitencia suave y oculta.

 

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