El Evangelio (Mc 2,1-12) de la liturgia de hoy, 17 de enero, nos cuenta que Jesús tenía auroritas para perdona los pecados y sanar a los enfermos. Es decir, que Jesús con poder divino, sana y salva.
El relato del pasaje evangélico es el siguiente:
Tal era su fama que Jesús arrastraba a las multitudes, de forma que le dejaban espacio para él, para tiempo de estar solo y de oración. En días anteriores ya vimos como Jesús, por este motivo, ya apenas si entraba en las poblaciones.
Pero Jesús, tras un tiempo de predicación por Galilea, volvió a Cafarnaúm, ciudad tan importante en su vida pública. Cuando la gente supo que estaba allí, acudió en masa a escucharle y a que curara a sus enfermos.
Cuatro personas cercanas a un paralítico que lo traían no podían acercarle hasta Jesús por el gentío que le rodeaba, se les ocurrió la chocante idea de abrir un boquete en el techo de la estancia y descendieron la capilla con el paralítico. Aquello sorprendió –como a nosotros- a Jesús; estas demostraciones de fe ganan a Dios, de modo que: Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (2,1-12):
Cuando Jesús volvió a Cafarnaúm, corrió la voz de que estaba en casa, y muy pronto se aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta. Mientras él enseñaba su doctrina, le quisieron presentar a un paralítico, que iban cargando entre cuatro. Pero como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente, quitaron parte del techo, encima de donde estaba Jesús, y por el agujero bajaron al enfermo en una camilla.
Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”.
Algunos escribas que estaban allí sentados comenzaron a pensar: “¿Por qué habla éste así? Eso es una blasfemia. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?”
Conociendo Jesús lo que estaban pensando, les dijo: “¿Por qué piensan así? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’ o decirle: ‘Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa’? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados – le dijo al paralítico –: Yo te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa”.
El hombre se levantó inmediatamente, recogió su camilla y salió de allí a la vista de todos, que se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: “¡Nunca habíamos visto cosa igual!”
Pero siempre hay quién se queja de todo, hasta del bien; así ocurría con los escribas y fariseos, que debido a la soberbia cerrazón fanática por una mala interpretación de las Escrituras, eran incapaces de ver lo que la gente, sencilla, en general, veía en Jesús: la figura del Hijo del hombre, poseedor de autoridad divina para perdonar pecados, algo propio de Dios, y también para llevar a cabo milagros físicos. En este pasaje concreto, Jesús lleva a cabo estos dos signos sanadores y salvadores, a la vista de todos, que se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: “¡Nunca habíamos visto cosa igual!”
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Palabras del papa Francisco:
(Audiencia general, 9 de agosto de 2017)
Hemos oído la reacción de los comensales de Simón el fariseo: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?» (Lucas 7, 49). Jesús acaba de cumplir un gesto escandaloso. Una mujer de la ciudad, conocida por todos como una pecadora, ha entrado en casa de Simón, se ha inclinado a los pies de Jesús y ha derramado sobre sus pies un aceite perfumado. Todos los que estaban allí en la mesa murmuraban: si Jesús es un profeta, no debería aceptar gestos semejantes de una mujer como esa. Aquellas mujeres, pobrecitas, que servían solo para encontrarse con ellas a escondidas, también por parte de los jefes, o para ser lapidadas. Según la mentalidad del tiempo, entre el santo y el pecador, entre lo puro y lo impuro, la separación debía ser neta.
Pero la actitud de Jesús es diversa. Desde los inicios de su ministerio de Galilea, Él se acerca a leprosos, a endemoniados, a todos los enfermos y a los marginados. Un comportamiento tal no era para nada habitual, tanto es así que esta simpatía de Jesús por los excluidos, los «intocables», será una de las cosas que más desconcertarán a sus contemporáneos. Allí donde hay una persona que sufre, Jesús se hace cargo, y ese sufrimiento se hace suyo. Jesús no predica que la condición de pena debe ser soportada con heroísmo, según el estilo de los filósofos estoicos. Jesús comparte el dolor humano, y cuando se le cruza, desde lo más íntimo prorrumpe esa actitud que caracteriza al cristianismo: la misericordia. Jesús, ante el dolor humano siente misericordia; el corazón de Jesús es misericordioso. Jesús siente compasión. Literalmente: Jesús siente temblar sus entrañas. Cuántas veces en los Evangelios encontramos reacciones parecidas. El corazón de Cristo encarna y revela el corazón de Dios, que allí donde hay un hombre o una mujer que sufre, quiere su sanación, su liberación, su vida plena.
Es por ello que Jesús abre los brazos de par en par a los pecadores. Cuánta gente perdura también hoy en una vida equivocada porque no encuentra a nadie dispuesto a mirarlo o mirarla de manera diferente, con los ojos, mejor, con el corazón de Dios, es decir mirarles con esperanza. Jesús en cambio ve una posibilidad de resurrección incluso en quien ha acumulado muchas elecciones equivocadas. Jesús siempre está allí, con el corazón abierto; abre de par en par esa misericordia que tiene en el corazón; perdona, abraza, entiende, se acerca: ¡así es Jesús!
A veces olvidamos que para Jesús no se ha tratado de un amor fácil, a bajo precio. Los Evangelios conservan las primeras reacciones negativas hacia Jesús precisamente cuando Él perdonó los pecados de un hombre (cf. Marcos 2, 1-12). Era un hombre que sufría doblemente: porque no podía caminar y porque se sentía «equivocado». Y Jesús entiende que el segundo dolor es más grande que el primero, hasta tal punto que le acoge enseguida con un anuncio de liberación: «Hijo, tus pecados te son perdonados» (v. 5). Libera esa sensación de opresión de sentirse equivocado. Es entonces cuando algunos escribas —los que se creen perfectos: yo pienso en muchos católicos que se creen perfectos y desprecian a los demás… es triste, esto…— algunos escribas allí presentes se escandalizan por las palabras de Jesús, que suenan como una blasfemia, porque solo Dios puede perdonar los pecados.
Nosotros que estamos acostumbrados a experimentar el perdón de los pecados, quizás demasiado «a buen precio», deberíamos recordar de vez en cuando cuánto hemos costado al amor de Dios. Cada uno de nosotros ha costado bastante: ¡la vida de Jesús! Él la habría dado incluso solo por uno de nosotros. Jesús no va a la cruz porque sana a los enfermos, sino por que predica la caridad, porque proclama las bienaventuranzas. El Hijo de Dios va a la cruz sobre todo porque perdona los pecados, porque quiere la liberación total, definitiva del corazón del hombre. Porque no acepta que el ser humano consume toda su existencia con este «tatuaje» imborrable, con el pensamiento de no poder ser acogido por el corazón misericordioso de Dios. Y con estos sentimientos Jesús sale al encuentro de los pecadores, que somos todos. Así los pecadores son perdonados. No solo son tranquilizados a nivel psicológico, porque son liberados del sentimiento de culpa. Jesús hace mucho más: ofrece a las personas que se han equivocado la esperanza de una vida nueva. «Pero, Señor, yo soy un trapo» — «Mira adelante y te hago un corazón nuevo». Esta es la esperanza que nos da Jesús. Una vida marcada por el amor. Mateo el publicano se convierte en apóstol de Cristo: Mateo, que es un traidor de la patria, un explotador de la gente. Zaqueo, rico corrupto —este seguramente tenía una licenciatura en sobornos— de Jericó, se convierte en un benefactor de los pobres. La mujer de Samaria, que ha tenido cinco maridos y ahora vive con otro, escucha cómo se le promete «un agua viva» que podrá manar para siempre dentro de ella (cf. Juan 4, 14). Así Jesús cambia el corazón; hace así con todos nosotros. Nos hace bien pensar que Dios no ha elegido como primera masa para formar su Iglesia a las personas que no se equivocaban nunca. La Iglesia es un pueblo de pecadores que experimentan la misericordia y el perdón de Dios. Pedro entendió más verdades de sí mismo cuando el gallo cantó, que de sus impulsos de generosidad, que le hinchaban el pecho, haciéndole sentir superior a los demás.
Hermanos y hermanas, somos todos pobres pecadores, necesitados de la misericordia de Dios que tiene la fuerza de transformarnos y devolvernos esperanza, y esto cada día. ¡Y lo hace! Y a la gente que ha entendido esta verdad básica, Dios regala la misión más bonita del mundo, es decir el amor por los hermanos y hermanas, y el anuncio de una misericordia que Él no niega a nadie. Y esta es nuestra esperanza. Vayamos adelante con esta confianza en el perdón, en el amor misericordioso de Jesús.
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Catena Aurea
Beda
Porque la misericordia divina no abandona ni aun a los hombres carnales, antes bien les concede la gracia de visitarlos, para que por ella puedan hacerse espirituales. Desde el desierto vuelve el Señor a la ciudad. «Y entró de nuevo en Cafarnaúm, etc.»
San Agustín, de consensu Evangelistarum, 2, 25
San Mateo (9,2) habla del milagro que sigue como ocurrido en la ciudad del Señor y San Marcos en la de Cafarnaúm; pero lo que ofrece verdadera dificultad es resolver si San Mateo la llama también Nazaret. Mas como la misma Galilea podría llamarse la ciudad de Cristo, porque Nazaret estaba en Galilea, ¿quién podrá dudar que el Señor hiciera este milagro en su ciudad, cuando lo hizo en Cafarnaúm, ciudad de Galilea? Y sobre todo siendo tan notable Cafarnaúm en Galilea, que se la consideraba como su capital. O bien omite San Mateo lo que ocurrió desde que llegó a su ciudad hasta que fue a Cafarnaúm, y así, después de decir que llegó a su ciudad, añade hablando del paralítico curado. «Y he aquí que le presentaban un paralítico».
San Juan Crisóstomo, homilia in Matthaeum, 30
O tal vez San Mateo llama a Cafarnaúm su ciudad, porque iba allí con frecuencia y hacía muchos milagros en ella.
«Y corriendo la voz de que estaba en la casa, acudieron muchos, etc.». El deseo de oír superaba al trabajo que costaba acercarse. Después introducen al paralítico, de quien dicen San Mateo y San Lucas: «Entonces llegaron unos conduciendo a cierto paralítico, que llevaban entre cuatro». Al encontrar obstruida la puerta por la multitud, no pudieron introducirlo de ningún modo por ella. Esperando, pues, los que lo llevaban que podría merecer la gracia de su cura, descubrieron el techo y, levantando la camilla, la introdujeron con el paralítico hasta ponerla delante del Salvador. Y añade: «Y no pudiendo presentárselo, etc.». Viendo Jesús, continúa, la fe de aquellos hombres, dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». Es de notar que no dijo la fe del paralítico, sino la de los que lo llevaban, pues a veces ocurre que alguno recobra la salud por la fe de otro.
Beda
Ciertamente es digno de meditación cuánto debe valer para Dios la propia fe de cada uno, cuando vale tanto la ajena, que por ella se levanta un hombre de repente curado interior y exteriormente, y por el mérito de unos se perdonan a otros sus pecados.
Teofilacto
Vio también la fe del mismo paralítico, puesto que él no hubiera dejado que le llevasen si no hubiese tenido fe en la cura.
Beda
Para curar, pues, a aquel hombre de la parálisis, el Señor empezó por desatar los lazos de sus pecados. De este modo le manifestó que a causa de ellos estaba sufriendo la inutilización de sus miembros, cuyo uso no podía recobrar sino desatando aquellos lazos. ¡Admirable humildad! Llama hijo a este hombre menospreciado y débil, cuyas fibras todas se hallaban relajadas y a quien los sacerdotes no se dignaban tocar ni ligeramente. Lo llama hijo con verdad, porque le son perdonados sus pecados.
«Estaban allí sentados algunos de los escribas, y decían en su interior: ¿Qué es lo que éste habla? Este hombre blasfema».
San Cirilo de Alejandría
Lo acusan de blasfemia, precipitando así su sentencia de muerte, porque mandaba la ley que fuese castigado de muerte cualquiera que blasfemase. Y lanzaban sobre El esta sentencia, porque se atribuía la potestad divina de perdonar los pecados: «¿Quién puede perdonar los pecados, continúa, sino sólo Dios?» El que es único juez de todos es, pues, el que tiene potestad de perdonar los pecados.
Beda
El que perdona también por medio de aquéllos a quienes dio poder de perdonar. Por lo tanto se prueba que Cristo es verdaderamente Dios, porque puede como Dios perdonar los pecados. Se engañan los judíos quienes creyendo que el Cristo es Dios y que puede perdonar los pecados, no creen, sin embargo, que sea Jesús. Pero se engañan aún más los arrianos que obligados por las palabras del Evangelio, no se atreven a negar que Jesús es el Cristo, y que puede perdonar los pecados, pero sin embargo no temen negar que es Dios. Mas deseando salvar a estos hombres maliciosos, manifiesta que es Dios por el conocimiento que tiene de las cosas ocultas y por el poder de sus obras. Por esto dice: «Mas como Jesús penetrase al momento con su espíritu esto mismo que interiormente pensaban, díceles: ¿Qué andáis revolviendo esos pensamientos en vuestros corazones?» En lo cual manifiesta Dios, que es quien puede conocer los secretos del corazón y habla en cierta manera callando: con la misma majestad y poder con que veo vuestros pensamientos, puedo perdonar a los hombres sus delitos.
Teofilacto
Pero aunque fueron revelados sus pensamientos, no obstante permanecen insensibles, no admitiendo que pueda perdonar los pecados el que conoce sus corazones. Por esto el Señor certifica la cura del espíritu por la del cuerpo; demostrando por lo visible lo invisible, lo más difícil por lo fácil, aunque no lo crean ellos así. Porque los fariseos suponían más difícil sanar el cuerpo, como cosa manifiesta que es, y más fácil la cura del espíritu, como invisible que es la medicina. Así es que discurrían de este modo: he aquí que renuncia a curar el cuerpo y cura el espíritu invisible. Y es claro que, si hubiese podido, hubiera curado el cuerpo y no se hubiera refugiado en lo invisible. Pero el Salvador, mostrando que puede hacer ambas cosas, dice: «¿Qué es más fácil?» Es como si dijera: curando el cuerpo, que aunque os parezca más difícil es en realidad más fácil, yo os mostraré la curación del espíritu, que es la que verdaderamente ofrece dificultad.
Pseudo- Crisóstomo
Y porque es más fácil decir que hacer, existía aún la oposición, porque todavía no se había hecho notoria la obra. Por esto dice: «Pues para que sepáis», etc. Esto es como si dijera: puesto que desconfiáis de las palabras, consumaré la obra que ha de confirmar lo invisible. Dice, pues, expresamente: «Potestad en la tierra de perdonar los pecados», para demostrar que a su potestad divina se ha unido de un modo indivisible la naturaleza humana. Porque, aunque se ha hecho hombre, sigue siendo el Verbo de Dios. Y por más que esté en la tierra en trato con los hombres, no deja por eso de hacer milagros y de conceder la remisión de los pecados. La humanidad, pues, no disminuye en nada las propiedades de la Divinidad, ni la Divinidad impide que el Verbo de Dios verdadera e inmutablemente se haga Hijo del hombre, según la carne.
Teofilacto
Y dice: «Coge tu camilla» para hacer más evidente el milagro, mostrando que no es cosa que se opere en la fantasía, sino un hecho positivo y patente. Y para demostrar a la vez que no sólo curaba, sino que devolvía la fuerza al enfermo. Así, no solamente separa a los hombres del pecado, sino que les da virtud para cumplir los mandamientos.
Beda
Hace un milagro visible para probar otro invisible, aunque sea obra de igual poder el curar los vicios del cuerpo y los del espíritu, por lo cual dice: «Y al instante se puso en pie, y cargando con su camilla, se marchó a vista de todo el mundo».
San Juan Crisóstomo
Primeramente curó perdonando los pecados, que era por lo que había venido, esto es, por el espíritu. Y para que no dudasen los incrédulos, hace un milagro manifiesto para confirmar la palabra con la obra y para demostrar el milagro oculto, o sea la cura del espíritu por la medicina del cuerpo.
Beda
Se podría entender también que el pecado puede ser causa de enfermedades del cuerpo. Tal vez por ello se perdonan antes los pecados 1, a fin de restituir la salud plena. Principalmente son cinco las causas de las enfermedades que afligen a los hombres: la de aumentar sus méritos, como aconteció con Job (cap. 1) y los mártires; la de conservar su humildad, de lo que es ejemplo San Pablo combatido por Satanás ( 2Cor, 12); la de que conozcamos nuestros pecados y nos enmendemos, como sucedió a María, hermana de Moisés ( Núm 12) y a este paralítico; la de la mayor gloria de Dios, como ocurrió con el ciego de nacimiento ( Jn 9) y con Lázaro ( Jn 11); y la que es, en fin, un principio de condenación, como se demuestra en Herodes ( Hch 12) y en Antíoco ( 2Mac 9). Digna de admiración es, pues, la virtud del poder divino, que hace que a la orden del Salvador acompañe instantáneamente la cura. «De forma que todos estaban pasmados», etc.
Víctor Antiqueno
No dando importancia a la remisión de los pecados, que era lo más importante, se admiran tan sólo de lo que salta a la vista, o sea de la cura del cuerpo.
Teofilacto
No es éste el paralítico de cuya cura habla San Juan: a aquél no lo acompañaba nadie, en tanto que a éste lo llevaban cuatro hombres; el primero fue curado en la piscina probática 2, el último en una casa ( Jn 5). Es el mismo pues, cuya cura refieren San Mateo y San Marcos. En sentido místico, Cafarnaúm, en donde está ahora Cristo, significa casa de consuelo; esto es, en la Iglesia, que es la casa del paralítico.
Beda
Predicando el Señor en la casa, son muchos los que por el gentío no pueden ni llegar a la puerta, porque ni siquiera pudieron, predicando en Judea, entrar a oírle los gentiles. A estos, aunque hallándose fuera, dirigió su palabra por medio de predicadores.
Pseudo-Jerónimo
La parálisis es imagen del entorpecimiento por el cual yace el perezoso en las comodidades de la carne, deseando la salud.
Teofilacto
Si, pues, relajadas las potencias del espíritu, voy yo al bien como el pecador paralítico y soy conducido hasta Cristo por los cuatro Evangelistas, entonces oiré las palabras: «Hijo, tus pecados te son perdonados», porque se hace hijo de Dios el que cumple sus mandamientos.
Beda
O porque son cuatro las virtudes con las que se eleva el hombre confiando en hacerse digno de recobrar la salud y a las que llaman algunos prudencia, fortaleza, templanza y justicia. Desean, pues, presentar al paralítico a Cristo, pero la turba que se interpone les cierra por todas partes el paso, porque muchas veces el hombre, deseando renovarse por medio de la gracia divina después de luchar con la enfermedad del cuerpo, se ve detenido por el obstáculo que le oponen antiguas costumbres. Muchas veces también, en medio de las dulzuras de la oración mental y de un tierno coloquio con el Señor, interviniendo una multitud de pensamientos, embotan el entendimiento para que no pueda ver a Cristo. Por tanto, no debemos detenernos en los lugares bajos, en que se agitan las turbas, sino subir al techo de la casa, esto es, desear elevarnos a la sublimidad de la Sagrada Escritura y meditar la ley del Señor.
Teofilacto
¿Mas de qué modo seré llevado a Cristo si no se abre el techo? El techo es el entendimiento, que se sobrepone a todo lo que hay en nosotros. Este tiene mucho de tierra en cuanto a los ladrillos quebradizos, o sea, las cosas terrenas; pero si se levantan éstas, entonces brilla en nosotros con toda su fuerza la luz del entendimiento. Después de esto sometámonos, mejor dicho, seamos humildes, porque conviene que no nos envanezcamos de ver libre a nuestro entendimiento, sino que seamos muy humildes.
Beda
O bien el enfermo baja por la abertura del techo, porque aclarados los misterios de las Escrituras se llega al conocimiento de Cristo; esto es, se baja a su humildad por una fe piadosa. Que el enfermo sea depositado en tierra con la camilla significa que Cristo debe ser conocido por el hombre, aún constituido en carne mortal. El levantarse de la camilla es apartarse el hombre de los deseos carnales entre los que yacía enfermo. El coger la camilla da a entender que la misma carne orientada por el freno de la continencia, se aparta de los deleites terrenos con la esperanza de los premios celestiales. El irse a su casa tomando la camilla es volver al paraíso. O bien: el enfermo curado vuelve la camilla a su casa, cuando el espíritu, después de recibir la remisión de los pecados, se consagra con su mismo cuerpo a la vigilancia interior.
Teofilacto
Importa también llevar la camilla, esto es, el cuerpo, a hacer el bien. Entonces podremos llegar a la contemplación de modo que digamos en nuestro pensamiento: Nunca hemos visto, es decir, nunca hemos entendido como ahora que hemos sido curados de la parálisis, porque el que ha sido purificado de sus pecados ve con más claridad.
Notas
- La idea de buscar en el pecado la causa de las enfermedades corresponde a la mentalidad hebrea de aquel tiempo. El Señor Jesús claramente manifiesta su desacuerdo con ella (ver Jn 9).
- Piscina en Jerusalén donde se lavaban los enfermos (Ver Jn 5).