GONZALEZ-CARVAJAL, L., El Reino de Dios y nuestra historia

Hemos extraído unas líneas de la obra de Luis González-Carvajal Santabárbara «El Reino de Dios y nuestra historia»[1]. Nació en Madrid en 1947, es sacerdote, teólogo y profesor. Ha escrito 26 libros, entre otras numerosas publicaciones. Entre sus libros destaca «Ésta es nuestra Fe. Teología para Universitarios«, muy recomendable, estupenda síntesis sobre nociones religiosas católicas, casi imprescindible para quien quiera tener fundamentalmente conceptos claros, sobre todo para iniciarse. Por su capacidad para la docencia y la exposición precisa, amena y actual, se ha convertido en uno de los teólogos más leídos y apreciados.

 

      «Se habla siempre de `comprometerse’, como si dependiera de nosotros; pero nosotros `estamos comprometidos’, embarcados, preocupados. Por eso la abstención es ilusoria. El escepticismo es aún una filosofía: la no intervención, entre 1936 y 1939, engendró la guerra de Hitler, y quien `no hace política’ hace pasivamente la política del poder establecido» (Mounier, E.: «El personalismo, Eudeba, Buenos Aires 1978, p.53).p.26.

         Cuanto Jesús anuncia que «El Reino de Dios está cerca», eso significaría algo así como : «Dios está cerca; más aún, ya está aquí». La famosa frase de Orígenes de Jesús es la `autobasileia’ significaría precisamente que él es el poderío de Dios llegado a nuestra historia. p.51

         Cristo, «así como es la misma sabiduría y la verdad misma, ¿no ha de ser por igual razón él mismo el Reino (`kai e autobasileia’)» Y añade: «Puede decir (…) que él mismo es el Reino (`autobasileia esti’ )» (Orígenes: «In Mt Hom.» 14,7: PG 13,1198 BC). (pié de pág. 51).

       Como todos se empeñaron en convertirle en mesías, Jesús fue acusado ante Pilatos de haber pretendido restaurar el trono de David. Según el Proto-Lucas, la guardia de corps del tetrarca Herodes Antipas vistió a Jesús con un manto blanco, que era el distintivo del monarca nacional de los judíos (Lc 23,11); la soldadesca romana le escarneció poniéndole un manto rojo, como el que usaban los príncipes helenistas, y una corona de espinas; y, por si alguna duda queda, la inscripción de la cruz decía: «El rey de los judíos» (Mc 15,26). p.58

         Como es sabido, la crucifixión era la pena con que el Imperio Romano castigaba los delitos de estado, es decir, la rebelión contra el orden social imperante (recuérdese los más de siete mil esclavos crucificados a lo largo de la Vía Apia tras el levantamiento de Espartaco) o contra el orden político. p.58

         Ciertamente -como ha mostrado Schmidt-  cabe apreciar una tímida evolución de los textos mesiánicos en el sentido de plantearse la posibilidad de un mesías débil, pero nunca hasta el extremo de que «predicar a un mesías crucificado (deje de ser) escándalo para los judíos» (1 Cor 1,23). p.62

         Los discípulos, ante la pasión y muerte de Jesús, no pensaron en absoluto que estuvieran ante lo que habían descrito los cantos del Siervo del Señor. Sin duda fue la resurrección, y sólo ella, la que les permitió descubrirlo. Podemos suponer que la frase de Lucas a propósito de los discípulos de Emaús  -Jesús resucitado «abrió sus inteligencias para que comprendieran `las Escrituras» (Lc 24,25)- se refiere precisamente al descubrimiento de la figura mesiánica del Siervo. p.62

         En lo que nos es dado saber, tampoco para Jesús las cosas fueron demasiado fáciles. Tuvo siempre la tentación de sustituir el mesianismo del Siervo por un mesianismo político. González Ruiz lo llama «la tentación de poder popular»; es decir, la tentación de apoyarse no el poder establecido  -que obviamente estaba al servicio del mal-,  sino en el poder del pueblo, que mediante una organización eficaz podría vencer al otro con sus propias armas. En el relato de las tentaciones, que los sinópticos colocan al comienzo de la vida pública, se insinúa incluso que ese poder no viene de Dios, sino de Satanás: para obtenerlo tendría que adorarlo. p.63

         Jesús no tuvo la tentación de apoyarse en el poder popular únicamente al comienzo de su ministerio (Mt 4,8-10), sino que dicha tentación el acompañó toda su vida. Cada vez que la muchedumbre quiso proclamarle rey, cada vez que los discípulos quisieron apartarle de un camino que conducía a la muerte, Jesús tuvo que repetir, como en el desierto: «¡apártate, Satanás!» (Mt 16,23). p.63

         Sin duda, la tentación se recrudeció conforme fue viendo la escasa eficacia que aparentemente tenía su ministerio. Como es lógico, Cristo sufría viendo cuán pocos eran los judíos que escuchaban su llamada. (…) Sólo la resurrección lo reveló a sus seguidores como el verdadero «bienaventurado» es decir, el que se había «aventurado-bien» (González de Cardedal) p.64.

         Habitualmente hablamos de «Segunda venida», pero más que una `venida’ de Cristo al mundo es una `ida’ del mundo y de la humanidad a la existencia gloriosa del Señor resucitado. Como dice Rahner, «Cristo `regresa’ en cuanto que todos llegan a él». p.80

         «Los predicadores anunciaban el fin de los tiempos, pero los padres y los abuelos de Salvatore recordaban que no era la primera vez que esto sucedía, de modo que concluyeron que los tiempos estaban siempre a punto de acabar» (Eco, E.: «El hombre de la rosa», Lumen, Barcelona, p.227). p.84.

         Pues bien, despojando esa afirmación de su toniquete socarrón, contiene una profunda verdad. Como dice Albert Nolan, para los hebreos «conocer el tiempo» no era cuestión de saber fechas, sino averiguar de qué `clase’ de tiempo se trataba. ¿Era tiempo de llorar o de reír, tiempo de guerra o de paz (Qoh 3,1-8). Equivocar el tiempo en que uno vivía podía ser desastroso. Seguir lamentándose y ayunando en tiempo de bendición era como sembrar en tiempo de cosecha (cfr. Zac 7,1-3). El tiempo occidental viene indicado por relojes y calendarios; el tiempo bíblico, por los profetas, que eran hombres encargados de hacer saber al pueblo `el significado del tiempo concreto en que vivía, en función de un nuevo acto divino que estaba a punto de producirse’. pp.84-85.

         En cuanto el momento exacto de la Parusía, más vale no hacer cálculos que estarán siempre «más cerca de Nostradamus que de San Juan» (Daniélou, J.). Jesús fue el primero en prevenirnos contra esa curiosidad. p.86.

         Lo malo es que algunos dedujeron de ahí que, si Dios, actúa, el hombre está dispensado de hacerlo. Lutero, por ejemplo, llegó a la conclusión de que «Dios lo hará todo `a pesar de’ nosotros». Y Bultmann escribe: «La venida de la soberanía divina es un acontecimiento maravilloso que acontece sin la intervención del hombre; únicamente actúa Dios». pp.88-89.

         Y esto es lo que no podemos aceptar. Como dice Luis F. Ladaria, «no tiene por qué la escatología ser una excepción al principio básico de afirmación de Dios y del hombre, de la gracia y de la libertad». Los teólogos medievales gustaban decir que «cuando Dios trabaja, el hombre suda». p.88

         «Yo lo vendé, Dios lo curo» (Los sacerdotes-médicos de Epidauro). p.89.

         Rahner explica la `synergía’ existente entre el hombre y Dios mediante la noción de `konstitutiv’: la causalidad divina pertenece a la propia constitución de la causalidad finita, pero sin ser por eso un elemento propio de su esencia, quedando de esta manera a salvo la trascendencia de Dios. Por `konstitutiv’ entiende aquello que, sin pertenecer a la esencia de un ser, es absolutamente necesario para que pueda llevar a cabo su existencia concreta. pp.89-90.

         Así, pues, la acción por la que Dios edifica su Reino no debemos considerarla «categorial», porque está ontológicamente incluida en la causalidad humana. Sería categorial sólo en el caso de que interviniera en determinados momentos de la historia sin la causalidad creatural, «a-su-lado» y prescindiendo de ella. p.90.

         En resumen: Ni es legítimo afirmar que se puede prescindir de la acción humana ni debemos ignorar que la iniciativa procede siempre de Dios (la causalidad divina es absolutamente necesaria para la causalidad humana -dijimos-, pero, dado que no pertenece a su esencia, debemos esperarla como gracia). p.90.

         Entonces, cuando contribuimos a perfeccionar la creación, ¿estamos haciendo avanzar el Reino de Dios? A la luz de todo lo que acabamos de decir, deberíamos plantearlo más bien al revés: `es el Reinado de Dios ya presente  – osea, la fuerza de Dios actuado en la historia- lo que va cambiando el mundo’. (A través de los hombres, naturalmente. Nunca más deberíamos plantear como mutuamente excluyentes la acción humana y la divina). p.91

         «Tan cierto es que nosotros construimos lo que se transformará como falso pensar que trabajamos para su transformación» (Daniélou, J.) p.92.

         Esta es `la pobreza de Prometeo’. «El hombree debía haber aprendido ya, de su larga historia, que cuando hace sus milagros a lo Prometeo no queda encadenado pro ningún Zeus celoso», dice González Faus, pero quizá sí «por sus propios milagros». p.103

         Maritain ha propuesto como alternativa a ambos dogmatismos parciales lo que él llama a la «ley del doble progreso contrario»:

        «El progreso de la historia es un doble y antagónico movimiento de ascenso y descenso. En otras palabras, el avance de la historia es un doble progreso simultáneo en el sentido del bien y del mal (…) Sobrellevando estos dos movimientos internos es como la historia humana avanza en el tiempo». (Maritain, J.: «Filosofía de la historia», Troquel, Buenos Aires 1971, pp. 24 y 52). p.113.

         Y resulta significativo que Teilhard de Chardin, a pesar de su «obstinado optimismo», imagine un futuro en el que «el Mal, creciendo con la misma intensidad que el Bien, alcanzará finalmente su paroxismo». p.113.

         Lo vio muy bien Horkheimer cuando hizo notar que la teología es la «expresión de un anhelo, de una nostalgia de que el asesino no pueda triunfar sobre la víctima inocente» (Marcusse, H., Popper, K., y Horkheimer, M.: «A la búsqueda del sentido», Sígueme, Salamanca 1976, p.106.) p.123.

         Parece acertada la intuición kantiana de que la vida moral exige la existencia de Dios y de la otra vida para garantizar la convergencia de moralidad y felicidad. («Si se puede ser santo sin Dios es el único problema concreto que hoy conozco», dice un conocido personaje de Camus) («La peste»). p.126

         «¿La gallina se come al gusano, yo me como a la gallina, y mi carne es la vianda del gusano? ¿La justicia no es más que este mecanismo?» (Felipe, L.: «Antología rota», Losada, Buenos Aires 1972, p.44). p.126.

         «Sobre esta tierra sangrante  -decía un persona de Sartre-, toda alegría es obscena». (Sartre, J-P.: «El diablo y el buen Dios», en sus «Obras Completas», I, p.510). p.129.

         Incluso en la cautividad es posible ser humano si se descubre que precisamente «cuando la libertad se va acercando es cuando comienzan a doler las cadenas» (Moltmann, J.). p.130.

         Hasta la Reforma protestante, que nos contagió su rigorismo, los predicadores solían comenzar sus sermones con chistes. Flögel ha recopilado muchos ejemplos de esa risa pascual. En el fondo, todo ello era una manera de mostrar, aun en medio de las mayores dificultades, la verdad de aquellas palabras de Jesús: «Vuestra alegría nadie os la podrá quitar». (Jn 16,22). p.133).

           «He observado que mucha gente se aleja, intimidada, de nuestra doctrina por la sencilla razón de que tenemos respuesta para todo. ¿No sería conveniente que, en interés de la propaganda, elaborásemos una lista de los problemas para los que todavía no hemos encontrado solución?» (Brecht, B.: «Historia de Almanaque», Alianza Ed., Madrid 1969, p.137). p. 138.

       Stalin reconoció ante Wiston Chursill que la reforma agraria había costado la vida a diez millones de «campesinos reaccionarios»; y a su muerte quedaban otras tantas personas detenidas en cárceles y campos de concentración. p.140.

         «Yo no soy marxista, no porque rechace la esperanza marxista, sino porque me resulta insuficiente» (Girardi, G.: «Cristianismo y libertad del hombre», Sígueme, Salamanca 1975, p.50); razón ésta que recuerda la aducida por San Justino para no considerarse platónico: «No porque las doctrinas de Platón sean ajenas a Cristo, sino porque no son del todo semejantes. Es decir, aceptamos cuanto de bueno tiene cualquier esperanza intramundana, pero sin doblar la rodilla ante ella, porque tenemos «promesas mejores» (Heb 8,6); porque sabemos distinguir entras las «pequeñas esperanzas» y la «gran esperanza», como decía Barth; o entre «lo penúltimo» y «lo último», como decía Bonhoeffer (Bonhoeffer, D.: «Etica», Estela, Barceloan 1968, pp.83-99.). pp.141-142.

         «El cristianismo no tiene, en cuanto religión del futuro absoluto, ninguna utopía de futuro intramundana (…); deja libre toda planificación objetiva del mismo, rechaza sólo  -eso sí, radicalmente las utopías ideológicas en que el futuro absoluto es confundido con el futuro intramundano-categorial». (Rahner, K.: «Utopía marxista y futuro cristiano del hombre», En «Escritos de Teología», VI, Taurus, Madrid 1967, pp.81-82.) p.143.

         La reserva escatológica impide absolutizar no sólo la política, sino cuales quiera otros éxitos humanos. Por ejemplo, los de la ciencia. Ese parece el sentido de la enigmática respuesta que dio Karl Barth al físico Carl Friedrich von Weizsäcker cuando éste le preguntó si podía proseguir sus investigaciones: «si usted cree que Cristo volverá, entonces puede y debe usted seguir cultivando la física; de lo contrario, no». p.143

         Recordemos que ya Tomás de Kempis prefería sentir la contrición antes que saber definirla; y otro Tomás, el de Aquino, afirmaba que sabe más de la castidad el casto que el que teoriza sobre ella. Igualmente, más cerca de nuestra temática, Jeremías decía que sólo conoce de verdad al Dios liberador quien hace justicia y equidad al cuitado y al pobrecillo (22,15-16).

         Unas veces, con la mejor intención del mundo, hemos empleado medios contraproducentes y -como decía Camus- «La buena voluntad puede hacer tantos estragos como la mala, si no está iluminada» («La peste», en sus «Obras Completas», I, Aguilar, Madrid 1979, p.226). p.146.

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[1] Sal Tarrea, Santander 1986.