Ese es el ámbito, el de la cultura, el del pensamiento y la conciencia…, la arena donde tenemos que entablar la lucha.
Cultura viene de cultivo. El cultivo de la tierra, de la tierra del alma humana para los que tenemos una concepción –antropología– del ser humano como naturaleza espiritual, trascendente, que sobrepasa lo espacio–temporal, es decir, la materia, a la que nos quieren reducir los fundamentalista material–progresista del marxismo cultural.
Contra viento y marea los cristianos estamos llamados a levantar la voz de esta bandera: la de la cultura de la dignidad humana, con una naturaleza específica, única; seres grandiosos, obra del amor bondadosísimo y misericordioso, creados para la eternidad, la inmortal, sagrados hijos de Dios. No hay nada mayor para encumbrar al ser humano, y esta bandera única y excepcional la enarbola el cristiano: la antropología cristiana inigualable pondera a los seres humanos cual creados “a imagen y semejanza de Dios”, del Hijo, que se haría humano, y seres habitados por presencia divina, de la cual somos templos. Esto es lo que sostenemos los cristianos, porque es la verdad; verdad que el mundo –la mundanidad– quiere ignorar, y más, destruir.
Los cristianos no podemos permanecer callados, en silencio cómplice, dejando el espacio socio–cultural en manos de quienes reducen al ser humano a su mínima expresión, a un avatar de la materia. El cristiano ha de dar la cara, aunque se la partan; tal y como hizo su Maestro, y tal y como le ocurrió. Es fundamental movilizarse, activarse, y defender los fundamentos cristianos de nuestra civilización, y no dejarnos amedrentar –por muy beligerantes que sean sus miembros– por una cultura impropia, extraña, diabólicamente ideologizada, una cultura de la muerte.
La batalla por la vida y por la dignidad de las personas y los valores cristianos se hace más necesaria y urgente que nunca, y hay que seguir dándola y cada vez con mayor resonancia y participación activa de todos. Esta es una exigencia insobornable de los que nos decimos cristianos; a no ser que la tibieza o la falta de coraje nos haya hecho perder la condición de tales.
En este momento hacemos una especial referencia a lo que está ocurriendo en España con arreglo a la ideologización del genero, la educación de los hijos y la responsabilidad de los padres…, la ley del aborto, la de la eutanasia, la ley trans, etc.; todo ello tan en entredicho –y hasta contestado– por agrupaciones cristianas, que contemplan estupefactas la injerencia de la clase política progre cada vez más en la vida de la gente, hasta en cuestiones íntimas como la conciencia.
Los cristianos tenemos el deber urgente de dar la batalla cultural. Hay que activarse y salir de la conformidad y dar la cara en el espacio público. Porque es el favor mayor, el mayor gesto de amor por la humanidad, el de defender los principios y valores cristianos que conforman una sociedad más justa, más noble, mejor y elevada, según la voluntad de Dios.
Esta batalla, al final, seguro que solo los cristianos seremos que la vamos a tener que dar. Estemos orgullosos de ello y dispuesto al sacrificio que haga falta, retroceder un paso por amor a Dios y a los demás como hermanos. Y como acertadamente dijera proféticamente Chesterton: «Al final la Iglesia será la única que quedará en defensa del hombre».
Los cristianos estamos llamados hoy a ser “contraculturales”, signo de contradicción, y a anunciar el Evangelio de todas las formas posibles, pero activamente y sin complejos, y aunque nos acorralen haciéndonos volver a las catacumbas.
Los cristianos no podemos de dejar de confrontarnos contra la “cultura” antihumana, de la muerte, de la cancelación, cada vez más imperante. Estamos llamados a ser luz y sal del mundo. Hemos de pertrecharnos de argumentos, de hechos, de valor, de oración, de la gracia de la Eucaristía, para dar testimonio según el Espíritu Santo que nos habita.