La Iglesia, cueste lo que cueste, ha de mantener firme el rumbo. Podría tener más «éxito» si bailara el agua a la progresía, si se plegara al espíritu del tiempo, si se confundiera con el terreno, acomodándose al mundo, si contentara los gustos y caprichos de la gente en general. Sería bien vista y no perseguida. Pero no se trata de eso.
El espíritu del tiempo es la tentación de la Iglesia. Las tentaciones a Cristo de que obtendría el mundo si se plegaba a lo que le decía el Diablo, se repite con la su Iglesia. Y la Iglesia no debe caer en la tentación, aunque a nivel mundial no sea tan reconocida y relevante; aunque no tenga las iglesias llenas ni aumente el número de sus fieles, y sea despreciada y perseguida, y con la perspectiva de quedar reducida a un resto.
El espíritu de la época es la atmosfera del Diablo, la mundanidad, y la Iglesia no ha de entrar a respirar ese clima tóxico, a cambio de nada…; ha de recordar que ha de ser signo de contradicción, aunque se quede sola, dolorosamente sola; y sea la única voz que se alza en defensa de causas justas, de los derechos de las personas humanas y de los valores del Reino de Dios.
La Iglesia no pude desfigurar su mensaje, camuflarlo, confundirlo en el medio, en el siglo. El alinearse con la cultura del mundo, conlleva abandonar a Cristo, camino, verdad y vida. Pero la Verdad del Evangelio de que es portadora la Iglesia es irrenunciable y tiene valor eterno.
Es evidente el peligro de la contaminación de la fe en Cristo por el contacto con un mundo nihilistas, materialista, sin trascendencia y de opciones pseudoespirituales y oscurantistas, donde las tinieblas ganan terreno. Ya de todo ello la Iglesia ha sido advertida de los riesgos de correría cuando se acercarán los tiempos del Anticristo, en que se configuraría una especie de «religión» universal…, la «sinagoga de Satanás» (Ap 2,9; 3,9).
La fe y la caridad se entibiará desastrosamente (Mt 24,12; Lc 18,2; 2 Tes 2,3). Esa atmósfera tendrá sus representantes que falsamente se presentará como Cristos y profetas. San Pablo nos relata cómo se comportarán las gentes en los últimos tiempos: «Apostarán algunos de la fe, dando oídos al espíritu del error, y a las enseñanzas de los demonios, embaucadores, hipócritas»… léanlo entero en 1Tim 4.
Esto es una realidad cada vez más evidente. Y como ha manifestado una de las mentes más preclaras con que cuenta la Iglesia Católica, el cardenal Müller:
«La crisis en la Iglesia es provocada por el hombre y ha surgido porque nos hemos adaptado cómodamente al espíritu de una vida sin Dios». «El veneno que paraliza a la Iglesia es la opinión de que debemos adaptarnos al Zeitgeist, el espíritu de la época, y no el espíritu de Dios, que debemos relativizar los mandamientos de Dios y reinterpretar la doctrina de la fe revelada». «Los llamados a la modernización exigen que la Iglesia rechace lo que considera cierto, en aras de la construcción de una `nueva religión de la unidad mundial´». «Para ser admitida en esta meta-religión, el único precio que la Iglesia tendría que pagar es renunciar a su reclamo de la verdad. Parece que no es gran cosa, ya que el relativismo dominante en nuestro mundo de todos modos rechaza la idea de que realmente podríamos saber la verdad, y se presenta como garante de la paz entre todas las visiones del mundo y las religiones del mundo». «El antídoto contra la secularización dentro de la Iglesia es una vida de fe, vivida en la verdad duradera de Cristo». «Dios, que es eterno, no puede ser cambiado por los caprichos de la sociedad».