El deseo mágico

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Esta forma —tan de hoy— de vivir en una realidad, que siendo real no es tal, es tan virtual, tiene tanta fuerza que parece ser la única posibilidad existente de existir.

Cuando nos hemos volado todos los puentes, todos los cimientos, todo lo estable, la naturaleza propia, nos quedamos sin más realidad o verdad que la del deseo inmediato. No hay nada, ninguna otra cosa que determine en mi y en mi vida lo que he de hacer, pensar, soñar, aspirar, proyectar, diseño o camino, nada de eso existe, solo un folio en blanco con el pincel del deseo para pintar la realidad que quiera, a mi gusto y capricho; yo creo la realidad a través de mi deseo, deseo mágico, como la inteligencia mágica que creía que con pensar algo muy intensamente podría hacer la realidad nueva, a su medida.

En este terreno del deseo mágico, resulta incluso más convincente, pues ese de la inteligencia mágica no estaba tan claro y podría frustrarse, irrealizarse como una ficción mental. «El paso de las musas al teatro», he ahí la cuestión. Ahora, en cambio, en el deseo mágico se da ese paso, se da una traslación, una correspondencia con la realidad objetiva. Y ustedes se preguntarán entre admiraciones ¡¿Cómo?!

Veamos casos concretos en los que hoy día el deseo se hace realidad, donde la cultura del capricho tiene una plasmación efectiva:

Un primer caso, es el del aborto. Ante la problemática de un embarazo indeseable, se opta por la eliminación de la criatura por nacer, de modo que el deseo de abortarlo se convierte en unas leyes que dan cobertura a su realización. En este sentido diría Robert George, jurista en Princeton: «Es absurdo imaginar que desear algo lo transforma en derecho»

Otro caso, es el transexualismo. Se puede decidir el sexo con tan solo desearlo, sentirlo, quererlo… La concepción voluntarista de los derechos no encuentran límites en la naturaleza dada, en su ley racional, del sentido común. No hay dada —pudiéndose llevar a cabo científica o tecnológicamente— que detenga el deseo de conseguirlo. Hoy día la pretensión de una criatura aún apenas adolescente puede cambiar su sexualidad «a antojo» con la mediación de los servicios sanitarios públicos.

Otros casos son el de no restringir sino alentar el deseo sexual, aún en las edades infantiles —hoy  día, se tienen relaciones sexuales de manera desordenada a edades de 11, 12 años, sin madurez ni responsabilidad, tan solo con desear. Lo mismo ocurre con la pornografía, especialmente por internet, y dirigida especialmente a esas tiernas edades.

Otro caso es el de las drogas y otras adicciones, ya se está en proceso de legalización, para y según cuales.

Otro caso es el de la legalización de la eutanasia para evitar lo no deseado, la carga de un descartado, un anciano, un impedido, un discapacitado…

Otro caso llamativo y muy extendido en algunas sociedades occidentales (como la española), donde los jóvenes —«ninis»: ni estudian ni trabajan— pretenden vivir —y se ha hecho realidad— sin trabajar (y también sin estudiar, o si lo «hacen» es por estar con lo coleguillas, más que por el deseo de cursar seriamente unos estudios…). En definitiva, que ven satisfecho su deseo de vivir sin trabajar…, a costa de sus padres y amparados por el Estado.

Así podríamos hablar de muchos otros aspectos de la vida de las personas de hoy, para quienes —podemos afirmar— no hay deseo que se resista. Esta es la cultura dominante la de hacer el capricho, sin que nada, ni principios y cuestiones de conciencia —como más primario e inmediato— consigan controlarlo y que no sea el capricho o gusto el principio determinador de conducta.

Este es el deseo mágico: aquel que nada impide su realización: ni motivo moral, legal, intelectual, material…, que pueda impedir su transformación en derecho.

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