El precio de la gracia

D Bonhoeffer, en su obra «El precio de la gracia», viene a decir que para no malbaratar la gracia, ser oliente, es decir, seguir a Jesús que llama. La fe se sostiene en la obediencia. lo cual es una gracia, pero una gracia que no es barata, es exigente. Obedecer es lo opuesto a la rebeldia, y obedecer a Cristo es un don, una gracia, pero no es fácil, tiene su precio

 A raíz de la lectura del artículo Gracia barata, me han surgido algunas discrepancias. Veamos:

Así comienza el artículo, constatando una realidad: “En la actualidad existe una tensión entre los cristianos que quieren extender la misericordia de Dios a todas partes, aparentemente sin condiciones, y los que son más reticentes a la hora de dispensarla.”, por ejemplo: ¿Quién puede recibir la Eucaristía? ¿Cuándo debe un sacerdote negar la absolución en la confesión?

Siguiendo a Bonhoeffer hay que decir que la gracia que es regalada, compromete obediencia. Aquel que se muestras en rebeldía a la obediencia a Cristo y a su Iglesia, no se hace recipiendario del don gratuito que Dios brinda a todos. Es decir, todo don es a su vez tarea.

“Esta tensión implica mucho más que la cuestión de a quién se le debe permitir recibir ciertos sacramentos. En última instancia, se trata de cómo entendemos la gracia y la misericordia de Dios.” “El abrazo de Dios para todos. Sin pedir condiciones. Sin exigir un arrepentimiento previo. Sin exigir que haya un cambio en la vida de la persona. Gracia para todos. Sin esfuerzo.”

La gracia, el amor misericordioso, es para todos los seres humanos, sin discriminación, obviamente. Ahora bien, la gracia no se tira: «No deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos; no sea que las pisoteen con sus patas» (Mt 7,8). “Arrojar perlas a los cerdos” significa ofrecer tu generosidad o tu delicadeza a alguien que no sabe apreciarlos. La gracia se ofrece a la libertad humana; sin la participación de esta, la gracia no encuentra resonancia, y decae, no produce los frutos deseados.

La caridad de Dios es para todos y sin exigencias, sin requisitos ni arrepentimiento previo. La gracia se anticipa, por pura misericordia. Sí, pero si la gracia no provoca arrepentimiento a posterior, cambio, conversión, e incluso se persiste en la actitud de rechazo, la gracia misericordiosa no encuentro corazón que la albergue, la tierra apropiada para dar fruto, y se marchita.

Quien recibe la gracia de la Eucaristía o la Confesión, si actitud, sin arrepentimiento, incluso rebeldía y desobediencia a la doctrina de la Iglesia, puede ser incluso contraproducente, es decir, que salga peor que llego.

Ahora bien, el amor misericordioso de Dios, persiste, nunca renuncia, no deja de asomarse –como el Padre del hijo pródigo- a ver venir y acoger a su hijo. Pero esa actitud de gracia del Padre, que busca el encuentro, no va más allá, no fuerza o arrastra al hijo arrancándolo de las porquerizas. La gracia de Dios es inmerecida, gratuita, sin duda. Pero espera la reacción de la otra parte, de su libertad.

No hay condiciones previas, pero sí efectos posteriores.

“Abrazar y comer con los pecadores (sin exigir antes algunas condiciones morales previas) Jesús estaba abaratando la gracia, haciendo el amor y la misericordia de Dios demasiado accesibles, y por tanto menos preciosos”. Como en el caso de Zaqueo o de Mateo, hay una respuesta inmediata. (Recordemos que el mundo judío de entonces, no había una transición tan evidente como hoy día en nosotros, entre decir y el hacer. Es decir, que la invitación graciosa de Jesús y la respuesta de levantarse de Mateo y de Zaqueo bajando del árbol y acogiendo a Jesús en su casa, van íntimamente unidos).

Abundando más en este reflexión sobre Zaqueo y Mateo, puede ver AQUÍ.

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