El cristiano ante el mal del mundo

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En este mundo cada vez más embrutecido el Maligno acapara poder. Un ser humano insensibilizado para tantas cosas…., sin conciencia ni escrúpulos, amoral, egoísta, encerrado en sí mismo,  sometido a los deseos, etc. propicia —a merced de las fuerzas de pecado— la presencia acumulativa de mal.      Es la lógica que ocurre en los casos de los endemoniados: una de cuyas causas de ser infectado o poseído demoniacamente es debida al pecado, a su  acumulación en un individuo, que sirve de brecha por donde penetrar o influir a esas persona. En todo ello hay una retroalimentación; de modo que a más de lo uno más de lo otro.

En medio de ese clima de tinieblas, del que no es posible desertar, el cristiano ha de ofrecer a esta realidad abrupta y potente, su rostro más autentico, el de bondad, ternura, humildad, inocencia, pequeñez, fragilidad, basado en el amor y la gracia divina. Es la única respuesta posible que haga retroceder al avance de las fuerzas del mal y se aposesionen del mundo.

El ser cristiano ha de enfrentar los usos y abusos del mundo desde y según es, sin perder su identidad; aunque a ojos vista todo tenga apariencia de derrota segura, según el orden de este mundo. Pues la victoria es de carácter escatológica. Aquí entra juego de forma definitiva la fe, en ella nos hemos de apoyar para seguir a Jesús, que se presentó frágil, primero como un niño y luego como hombre humillado y como cordero llevado al matadero. La respuesta del cristiano es la cruz, ahí está su fortaleza frente a un mundo infernal. El triunfo sobre éste es un paradoja: la derrota a ojos vista, que acaba en la victoria de la Resurrección.

Las fuerzas del mal no prevalecerán. Dios nos pide que creamos en ello; que confiemos en su palabra, contra toda esperanza. Sedle fiel y no apostatar, aunque las apariencias y los temores intenten hacernos claudicar.

Mientras llega la consumación final y la manifestación triunfadora de Cristo y su reinado, los cristianos en medio de este mundo han de plantar cara al mal como lo hizo su Señor…, estar dispuestos incluso hasta el martirio, igual que ocurre hoy día como nunca en tantos lugares de la tierra… Esa sangre vertida propicia la presencia de la gracia en medio de un mundo desalmado y embrutecido.

La fragilidad hecha sacrificio que se sustenta en el amor, la fe y la esperanza  en  Cristo, es la única potencia victoriosa y el único punto seguro en medio de los sufrimientos y las tragedias del mundo acosado por el mal.

«Resístanlo firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos dispersos por el mundo padecen los mismos sufrimientos que ustedes. El Dios de toda gracia, que nos ha llamado a su gloria eterna en Cristo, después que hayan padecido un poco, los restablecerá y confirmará, los hará fuertes e inconmovibles.» (1 Pe 5,10).

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