Dimensión profética de la Iglesia

Este carisma de la fe no es renunciable. Ningún profeta, por más que lo intentaba, podía zafarse ante Dios de llevar a cabo su misión. Jonás, Amós, Jeremías… son claro ejemplo de ello. También el mismo Jesús, profeta de profetas.

La Iglesia no debe renunciar, pues, a la función profética de denunciar los ídolos con los que el pueblo se corrompe, aunque conste un precio -el precio de ser profeta-, como el de Jeremías que por persistir en cantar las verdades del barquero a rey, fue arrojado a un pozo. A Jesús le costó la vida.

Denunciar los males -pecados- de la sociedad, de los dirigentes, de las leyes, etc., que se alejan -idolátricamente- de la voluntad de Dios (palabra, mandamientos, ley natural), es un imperativo del que la Iglesia no puede escabullirse, cueste lo que cueste -el precio de ser profeta-. La verdad puede que comporte la cruz (que a veces tiene diferentes aspectos), pero no por ello se ha de renunciar a decirla, sin con ello, se desenmascara la pecado de su ocultamiento en medio de la sociedad.

De esa manera se posibilita la reflexión, la toma de conciencia y el que se produzca una rectificación, cambio o conversión. De modo que el poner nombre a los males de la sociedad -pecados, a veces ya estructurales–  y advertirlo es una encomienda profética , una denuncia necesaria e imprescindible.

Seguro que se pueden dar razones y más razones para convencernos de no ejercer esa misión profética. Pero no más hay remedio… Pues con ello se evitan y evitarán males mayores.

Para ello, la Iglesia tiene que liberarse de miedoscomo el de no contar con la aprobación de los medios de comunicación, de los políticos, de las instituciones…,  o depender del apoyo financiero del Estado, aunque se esté legitimado a ello, por la labor social que en muchos aspectos (servicio religioso, asistencia, educación, salud, conservación del patrimonio, etc.) la Iglesia lleva a cabo, siendo incluso rentable económicamente hablando para el Estado.

Ante la corrupción, el aborto, la eutanasia, la promoción de la LGTBI, el aumento de la delincuencia, la hipersexualización, la desestructuración familiar, los ataques a la libertad religiosa, la deshumanización, el deterioro y decadencia social, etc., la Iglesia no puede callar, y menos, dejar de guiar e instruir a su grey. 

ACTUALIDAD CATÓLICA