“¿Cuándo será el cumplimiento de estas maravillas?” “Anda, Daniel, porque estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del Fin” (Dan 12,7 y 9).
Los discípulos preguntaron a Jesús: “Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de que todas estas cosas están para cumplirse” (Mc 13,4).
Las Sagradas Escrituras nos indican varias señales previas a la inminencia de su segundo advenimiento de Cristo. En el Evangelio (Lc 21,29-33) de la misa de hoy, 29 de noviembre, se nos dice: «Jesús propuso a sus discípulos esta comparación: “Fíjense en la higuera y en los demás árboles. Cuando ven que empiezan a dar fruto, saben que ya está cerca el verano. Así también, cuando vean que suceden las cosas que les he dicho, sepan que el Reino de Dios está cerca. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.
La Venida Segunda es imprevisible y previsible a la vez. Es imprevisible desde lejos y en cuanto al tiempo exacto: “Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre. Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento” (Mc 13,32-33); pero a medida que se aproxime se irá haciendo si no cierta, sí “inminente”. Los sabios según Dios, los justos, los santos, los que velan, serán los que se percaten de ese momento inminente. Por eso, dice el Señor: “Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!” (Mc 13,37).
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Al objeto de poneros en guardia a vosotros fieles del Señor y de disponeros a que os guardéis, os mantengáis firmes y alentaros en la esperanza para que os sostengáis y nos desfallezcáis en lo que ha de venir. Para que ninguno de los suyos se pierda, se os escriben estas líneas; que contienen una aproximación a los tiempos posibles en lo que los acontecimientos del fin de los tiempos, con la gran persecución y la Parusía del Señor ha de sucederse. Por todo ello, Dios nos pide: «¡Velad!».
«¡Velad!» Este imperativo del Señor es para todo ser humano, en todo tiempo y lugar; pues estamos todos amenazados por la finitud, que puede acaecernos a cada instante. Pero también lo es para y especialmente para los tiempos -que bien podrían ser los presentes- aquellos en que el Padre ha dispuesto y ha guardado (sellado), para la Parusía (del verbo griego parousein, significa manifestarse públicamente); lo cual hasta sellado hasta ese momento preciso: «estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del Fin” (Dan 12,9).
Siguiendo su encomienda de que leamos en los signos de los tiempos y atendiendo prudentemente a las palabras que en estos momentos nos dirige a través de diversas revelaciones privadas, por medio especialmente de la Santisima Virgen Maria, damos formalmente unas fechas a titulo aproximativo, con la pretensión de que la voluntad misericordiosa de Dios encuentre en la Humanidad la respuesta deseada; de modo que toda se convierta y salve.
Estos serán los signos que precederán a la parusía de Cristo:
—La predicación del Evangelio a todas las naciones (Mt 25,14).
—El enfriamiento de la fe: “El Hijo del hombre, cuando venga, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18,8).
—El exceso de maldad reducirá la caridad: “Al crecer cada vez más la iniquidad, la caridad de la mayoría se enfriará” (Mt 24,12). La miseria espiritual y la falta de amor serán un presagio del fin. Todo entrará en un desorden inimaginable, tanto en el sentido espiritual como en el natural. Los hombres ya no sabrán distinguir si sus ideas son verdaderas o equivocadas, si sus comportamientos son morales o éticamente reprochables. en un modo de vida blasfemo. El resultado será un caos espiritual total. Los sucesos del mundo serán en cierta forma sólo una consecuencia de la bajeza moral y espiritual de la humanidad. Por doquier será manifiesta una regresión causada por gente dominada por Satanás.
—La aparición del Anticristo: (2Ts 2,1ss; 1Jn 2,18-22; 4,1-4; 2Jn 7-9). Un mundo descreído, soberbio, de obstinada malicia, será el caldo de cultivo que propiciará la irrupción y aceptación del Anticristo. “Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación, anunciada por el profeta Daniel, erigida en el Lugar Santo” (Mt 24,15). El Adversario que se eleva sobre todo, lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios. Debe revelarse el hombre del pecado, el hijo de la perdición: el rebelde y que se yergue contra todo lo que lleva el nombre de Dios…, exhibiéndose él mismo como Dios (2Tes 2,5-8).
—Persecución de los fieles cristianos: “Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre (…), y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre” (Lc 21,12-17). El mundo negará niega a Dios y es hostil a todo lo que es de Dios y combate todo lo que es por Dios. Se perseguirá brutalmente a los cristianos, y ya no podrán apelar a la justicia, el tiempo final entrará en su última fase, y el juicio final podrá ser esperado cada día y cada hora.
—La prohibición de celebraciones de misas: Entonces, contando desde el momento en que sea abolido el sacrificio perpetuo e instalada la abominación de la desolación: mil doscientos noventa días (Dan 12,11). Un mundo descreído, soberbio, de obstinada malicia, será el caldo de cultivo que propiciará la irrupción y aceptación del Anticristo.
—Apostasía de la fe cristiana: “Surgirán muchos falsos profetas, que engañarán a muchos” (Mt 24,11). Y os pedimos, hermanos, por el advenimiento de nuestro Señor Jesucristo… Que nadie os engañe de ningún modo. Porque primero debe tener lugar la apostasía y debe revelarse el hombre del pecado, el hijo de la perdición (2Tes 2,3-5). Además de la apostasía de alcance universal de los principios de la religión cristiana, se dará un renegar de la ley natural y sus principios, impronta de Dios; y del orden jurídico constituido por el imperio romano, como apuntaban muchos Padres de la Iglesia.
—La traición y el odio: “Muchos se escandalizaran entonces y se traicionaran y odiaran mutuamente” (Mt 24,10). Eclesiásticos estarán contra eclesiásticos, familiares contra familiares, y que los pueblos llegan a enfrentarse unos contra otros. “Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre” (Lc 21,16-17; Mc 13,12-13a).
—La conversión de Israel (Rm 11,25ss): La conversión del pueblo judío será fundamentalmente como fruto de la predicación del profeta Elías.
Satán hará brillar en estos momentos toda la extensión de su odio contra Dios, los cristianos y los hombres de buena voluntad. En el clímax de la persecución, en el ápice mismo de la tribulación más espantosa de la historia, cuando parezca que la Iglesia ha perdido todos los medios humanos de hacer frente a las persecuciones, cuando los fieles estén casi por desfallecer, y para que esto no suceda, Cristo se apresurará a venir… Cuando termine el quebrantamiento de la fuerza del Pueblo santo (Dan 12,7), “entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación” (Lc 21,27-28).
«¡Velad!». Vivid en gracia.