Tras pasar la Navidad, nos queda el saber que Dios ha dado un paso adelante: llevado por el amor, ha entrado en la historia de los hombres para que no se pierdan. Esta es una verdad incontrovertible, que nos debería llevar a tomar conciencia profunda de ella y a tomar posición.
Ante esto, pues, solo cabe comportarse como hicieron los pastores y los Reyes Magos: postrarse ante Él.
Hay que distanciarse de las pasiones y ocupaciones de cada día que nos absorben y distraen de lo verdaderamente importante: Dios salvador nuestro. Hay que acudir, como hicieron ellos, a estar en su presencia y adorarle. Tomemos conciencia en la adoración de estar haciendo lo que más Dios desea de nosotros: participar de la alegría y la paz que proporciona su compañía, al estar en oración contemplativa en su presencia.
Esto es lo más urgente e importante de nuestras vidas; todo lo demás es añadidura. Lo han comprendido muy bien los religiosos de clausura, que dedican toda su vida a estar como estuvieron aquellos primeros adoradores, inclinados ante Dios, contemplándole extasiados, aunque aparezca «invisible» en la fragilidad de un niño entre pajas o en una blanca y frágil Hostia consagrada. La gracia de la fe –regalo de Dios– alumbra tal realidad.
Hoy más que nunca, estamos necesitados de adoradores y de que cada uno de nosotros -los agraciados con la fe en medio de un mundo cada vez más ausente de ella- acudamos regularmente a adorar al Señor, pues es el reconocimiento amoroso –contemplación– hecho oración lo que mantiene la luz de la fe en medio de un mundo refractario a ella.
Estos son tiempos complicados para acoger la Luz. Tan solo hay que echar un vistazo a nuestro alrededor. Por ello urge, más que nunca, que los que aún mantenemos la fe, la vivamos como verdaderos adoradores.
La adoración del Santísimo posibilita que, por la recíproca colaboración en forma de respuesta a la presencia del Señor entre nosotros, no se pierda la gracia de su misericordia sino que se esparza y alcance a toda la Humanidad.
Comprometámonos en ello, en ser adoradores; el tiempo apremia.
Y concluimos con unas palabras del papa Francisco: «Adorar es encontrarse con Jesu?s sin la lista de peticiones, pero con la u?nica solicitud de estar con E?l. Es descubrir que la alegri?a y la paz crecen con la alabanza y la accio?n de gracias. Cuando adoramos, permitimos que Jesu?s nos sane y nos cambie. Al adorar, le damos al Sen?or la oportunidad de transformarnos con su amor, de iluminar nuestra oscuridad, de darnos fuerza en la debilidad y valenti?a en las pruebas. Adorar es ir a lo esencial: es la forma de desintoxicarse de muchas cosas inu?tiles, de adicciones que adormecen el corazo?n y aturden la mente.» (Homilía del 6 de enero 2020).