Sólo si estamos penetrados por el Espíritu Santo, sólo si estamos en la gracia de su presencia, sólo así podemos comprender las cosas de Dios. Esto tan importante es lo que nos viene a decir la primera lectura de la misa de hoy, 3 de septiembre.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 2, 10-16:
Hermanos: El Espíritu conoce perfectamente todo, hasta lo más profundo de Dios. En efecto, ¿quién conoce lo que hay en el hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él? Del mismo modo, nadie conoce lo que hay en Dios, sino el Espíritu de Dios. Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para que conozcamos las gracias que Dios nos ha otorgado. De estas gracias hablamos, no con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu y con las cuales expresamos realidades espirituales en términos espirituales.
El hombre, con su sola inteligencia, no puede comprender las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son una locura; no las puede entender porque son cosas que sólo se comprenden a la luz del Espíritu. Pero el hombre iluminado por el Espíritu puede juzgar correctamente todas las cosas, y nadie que no tenga el Espíritu lo puede juzgar correctamente a él. Por eso dice la Escritura: ¿Quién ha entendido el modo de pensar del Señor, como para que pueda darle lecciones? Pues bien, nosotros poseemos el modo de pensar de Cristo.
Lo más importante de la vida es hacer la voluntad de Dios. No se comprende ésta en su magnitud verdadera si no es bajo la influencia de su Espíritu: en cuanto a su entendimiento y en cuanto a su realización. El Espíritu divino actúa en nosotros haciéndose saber que le agrada a Dios respecto a nosotros y dándonos la fuerza necesaria para llevarlo a cabo.
Para que esto suceda se ha de estar en gracia de Dios, es decir, habitados por su Espíritu. Si somos templo del Espíritu Santo, si estamos bajo su radio de acción estaremos a salvo; a salvo de tantas toxicidades mundanas que hacen invisibles e inaudibles cuanto Dios ilumina y quiere: que no es otra cosa que nuestro bien, es decir, que seamos igual a Él, santos, como Jesucristo nos ha enseñado y el Espíritu Santo nos actualiza.
Estamos, pues, a merced del Espíritu de Dios, y cualquier movimiento nuestro, por nuestra cuanta, lo puede estropear todo. Hay que tener muy claro que apoyarnos en la sabiduría humana para saber de Dios, no es suficiente: “El hombre, con su sola inteligencia, no puede comprender las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son una locura; no las puede entender porque son cosas que sólo se comprenden a la luz del Espíritu. Pero el hombre iluminado por el Espíritu puede juzgar correctamente todas las cosas”.