Ayunar. ¿Para qué?

Ayunar el miércoles de ceniza, el viernes de semana santa, cuanto la Iglesia indica, o invita, por alguna causa noble: la paz o ante alguna situación trágica… en que el Papa propone a todos los fieles a una especial Jornada de oración y ayuno por ese motivo.

Ayunar, a simple viste y según la lógica laicista, ¿sirve para algo? A no ser que el ahorro se dé a los pobres (aunque bien mirado, pensara más de uno, no es necesario a tal sacrifico cuando se puede renunciar a algo más superfluo o innecesario, si se trata de darse a los necesitados).

No, no es esta la razón de peso para el ayuno.

La primera y más importante es que Dios lo quiere. Para los que creemos esto es lo fundamental. Pues le obedecemos, por amor, porque en hacer su voluntad, lo que le agrada, y así cumplimos el primer mandamiento de amarle…

La segunda es que hay un misterio de gracia en el ayuno. Cuando, según consta en el Evangelio de san Marcos 9, 14-29,  los discípulos de Jesús no pudieron  expulsar a  un espíritu mudo, y le preguntaron estos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?» Les dijo: «Esta clase de demonios con nada puede ser arrojada sino con la oración y el ayuno».

La tercera, nos desapega, aunque solo sea pasajeramente, por un breve tiempo, de la materialidad, de la satisfacción constante, nos coloca en la perspectiva de la aspiración a las cosas de arriba. El místico del desapego, que vivía en elevada e íntima unión de amor con Dios, se olvidaba de las cosas de este mundo; hay infinidad de anécdotas al respecto, pero valga esa de que las hermanitas del convento del que ejercía de capellán y que le daban de comer, cuando a la tarde le preguntaban por lo que le habían dado de comer, no era capaz de acordarse de qué era lo que había comido.

La cuarta, nos hace tomar conciencia, salir de nosotros mismos, para trascender hacia el hermano necesitado (800 millones de personas pasen hambre en el mundo) y adquirir sentimientos de compasión y solidaridad.

Y seguro que hay más razones… Como, por ejemplo, nuestro Maestro, al que seguimos, ayunó; o ayuno como la unión a la oración, como fuerza (intensificación) de petición o intercesión; para como invita el Papa, por la paz.

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