El evangelio de la liturgia de hoy, 28 de noviembre, sin duda alguna nos lleva a esos momentos finales, de los que habla el libro del Apocalipsis sobre lo que supondrá la apertura del último sello, el séptimo, donde Dios se decide a tomar medidas ante la maldad reinante en la tierra, y salvarla. El séptimo sello conlleva el toque de las 7 trompetas y el consiguiente derramamiento de las copas, las temidas copas que pondrán a la tierra al borde de su destrucción, durante tres días de oscuridad, de espanto y terror. Tras los cuales Jesucristo glorioso vendrá vencedor para reivindicar el ser el Señor Salvador de la Historia Humana, expulsando a Satanás, derrotado, a infierno.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 21,20-28:
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando vean a Jerusalén sitiada por un ejército, sepan que se aproxima su destrucción. Entonces, los que estén en Judea, que huyan a los montes; los que estén en la ciudad, que se alejen de ella; los que estén en el campo, que no vuelvan a la ciudad; porque esos días serán de castigo para que se cumpla todo lo que está escrito.
¡Pobres de las que estén embarazadas y de las que estén criando en aquellos días! Porque vendrá una gran calamidad sobre el país y el castigo de Dios se descargará contra este pueblo. Caerán al filo de la espada, serán llevados cautivos a todas las naciones y Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que se cumpla el plazo que Dios les ha señalado.
Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas. En la tierra las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el estruendo de las olas del mar; la gente se morirá de terror y de angustiosa espera por las cosas que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se bambolearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad. Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación’’.
Pensemos que la Jerusalén representa a la tierra, la humanidad que la llena, que se ha prostituido, la Gran Babilonia del Apocalipsis, de la que habla la primera lectura de hoy, Ap18,1-2. 21-23; 19,1-3. 9ª (ver al final).
Está próximo a caer sobre el mundo una descomunal catástrofe, que excederá a cuanto haya acontecido en la historia de la humanidad. Este terrible desastre será más tremendo que el diluvio universal y en una dimensión jamás vista.
Es una catástrofe vaticinada por muchos profetas del Antiguo Testamento y descrita en San Mateo 24, San Marcos 13 y Lucas 21; 2 San Pedro 2 y 3 y en el Apocalipsis, y posteriormente anunciada por la Virgen María o el mismo Jesucristo, en muchas apariciones y mensajes transmitidos a muchos santos.
El cáliz está lleno y ha llegado el momento que reclamaban los justos martirizados: “¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia y sin tomar venganza por nuestra sangre de los habitantes de la tierra?” (Ap 6,10). Ha sonado la trompeta del ángel que anuncia la irrupción del día del Señor (Sof 3,14-18), el día en que Dios hará justicia en la tierra. Es grande el Día de Yahvé, y muy terrible: ¿quién lo soportará? (Joel 2,11). ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién permanecerá de pie cuando aparezca? Porque él es como el fuego del fundidor y como la lejía de los lavanderos (Mal 3,2). Porque llega el Día, abrasador como un horno. Todos los arrogantes y los que hacen el mal serán como paja; el Día que llega los consumirá, dice el Señor de los ejércitos, hasta no dejarles raíz ni rama (Mal 3,19).
En los aires aparecerá una cruz esplendorosa que anunciará el advenimiento del Salvador, derramando su gracia para que los corazones se abran a Dios y se conviertan. Desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos, volved a Yahvé vuestro Dios, porque él es clemente y compasivo, tardo a la cólera, rico en amor, y se ablanda ante la desgracia (Joel 2,13).
Inmediatamente después de que el Señor haya atraído hacía sí a cuantos hayan querido ser salvados por su divina misericordia, la hoz será pasada sobre la faz de la tierra, porque la mies está madura (Joel 4,13): Salió del Santuario otro Ángel gritando con fuerte voz al que estaba sentado en la nube: “Mete tu hoz y siega, porque ha llegado la hora de segar; la mies de la tierra está madura.” (Ap 14,15).
En su Discurso Escatológico, el Señor dice que “habrá en diversos lugares hambres y terremotos…, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo” (Mt 24,7.29).
Sobrevendrá sobre la tierra un cataclismo primordialmente cósmico, signo de una particular intervención de Dios, de dimensiones inauditas, que estremecerá el universo entero. ¡Ante él tiembla la tierra, se estremecen los cielos, el sol y la luna se oscurecen, y las estrellas retraen su fulgor! (Joel 2,10). El cielo será invadido por una oscuridad espesa. El sol se apagará y la luna no emitirá resplandor alguno, las estrellas se borrarán. Las fuerzas del cielo se tambalearán; pues las leyes de los movimientos de los cuerpos celestiales parecerán suspendidas. La tierra se verá sacudida por terremotos espantosos, su corteza parecerá resquebrajarse y romperse en pedazos; habrá una profunda turbación en el mar, un gran estrépito de olas gigantescas; globos de llamas convertirán la tierra en una tea, y el aire abrasador estará infectado de gases asesinos. Grandes ciudades serán sacudidas y engullidas por terremotos o inundadas por el mar.
Las esclusas de lo alto han sido abiertas, y se estremecen los cimientos de la tierra. Estalla, estalla la tierra, se hace pedazos la tierra, sacudida se bambolea la tierra, vacila, vacila la tierra como un beodo, se balancea como una cabaña; pesa sobre ella su rebeldía, cae, y no volverá a levantarse. (Is 24,18-20).
Miré a la tierra, y he aquí que era un caos; a los cielos, y faltaba su luz. Miré a los montes, y estaban temblando, y todos los cerros trepidaban. Miré, y he aquí que no había un alma, y todas las aves del cielo se habían volado. Miré, y he aquí que el vergel era yermo, y todas las ciudades estaban arrasadas delante de Yahvé y del ardor de su ira. Porque así dice Yahvé: Desolación se volverá toda la tierra, aunque no acabaré con ella. (Jer 4,23-27).
Una intensa oscuridad, que durará tres días y tres noches, cubrirá toda la tierra. Los hombres, enloquecidos, no sabrán dónde refugiarse para huir de tantísimo terror.
Los impíos serán aplastados y aniquilados, y muchos se perderán porque permanecerán en la obstinación de sus pecados. Se pudrirá su carne estando ellos todavía en pie, sus ojos se pudrirán en sus cuencas, y su lengua se pudrirá en su boca (Zac 14,12). Los dictadores del mundo, gente infernal, que destruyeron iglesias, profanaron la Eucaristía, martirizaron a los justos y perdieron a la humanidad serán arrasados. Todo lo que esté contaminado por la maldad y el pecado quedará reducido a cenizas. Entonces se verá el poder de la luz sobre el poder de las tinieblas. Se verá la gloria de Yahvé, el esplendor de nuestro Dios (Is 35,2).
Todos los enemigos de la Iglesia y cuantos habían apostatado, ocultos o aparentes, perecerán en las tinieblas, con excepción de algunos que se les brindará la conversión después…
La iglesia, tras la victoria, irradiará como el sol. Se tendrá la sensación de ser cumplida la plegaria: “Venga a nosotros tu reino”.
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Lectura del libro del Apocalipsis 18,1-2. 21-23; 19,1-3. 9ª
Yo, Juan, vi un ángel que bajaba del cielo. Su poder era inmenso y con resplandor iluminó la tierra. Gritó con voz potente y dijo:
“Ha caído ya la gran Babilonia
y ha quedado convertida en morada de demonios,
en guarida de toda clase de espíritus impuros,
en escondrijo de aves inmundas y repugnantes”.
Otro ángel poderoso levantó una piedra del tamaño de una rueda de molino y la arrojó al mar, diciendo:
“Con esta misma violencia será arrojada Babilonia, la gran ciudad,
y desaparecerá para siempre.
Ya no se volverán a escuchar en ti
ni cantos ni cítaras, ni flautas ni trompetas.
Ya no habrá jamás en ti artesanos de ningún oficio,
ni se escuchará más el ruido de la piedra de molino;
ya no brillarán en ti las luces de las lámparas
ni volverá a escucharse en ti el bullicio de las bodas.
Esto sucederá porque tus comerciantes llegaron a dominar la tierra
y tú, con tus brujerías, sedujiste a todas las naciones’’.
Después de esto oí algo así como una inmensa multitud que cantaba en el cielo:
“¡Aleluya!
La salvación, la gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios,
porque sus sentencias son legítimas y justas.
Él ha condenado a la gran prostituta,
que corrompía a la tierra con su fornicación
y le ha pedido cuentas de la sangre de sus siervos”.
Y por segunda vez todos cantaron:
“¡Aleluya!
El humo del incendio de la gran ciudad
se eleva por los siglos de los siglos”.
Entonces un ángel me dijo: “Escribe: ‘Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero’ ”.