SABATO, E., La resistencia

Hemos extraído algunas líneas del ensayo «La resistencia»[1] del argentino don Ernesto Sábato (1911-2011), argentino;  gran escritor existencial, que fue galardonado con el premio Cervantes. Este ensayo es una crítica a la sociedad moderna, al individualismo y a la pérdida de valores espirituales.

Todos, una y otra vez, nos doblegamos. Pero hay algo que no falla y es la convicción de que —únicamente— los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la condición humana. P.13

La televisión nos tantaliza, quedamos como prendados de ella. Este efecto entre mágico y maléfico es obra, creo, del exceso de la luz, que con su intensidad nos toma. No puedo menos que recordar ese mismo efecto que produce en los insectos, y aun en los grandes animales. Y entonces, no sólo nos cuesta abondonarla, sino que también perdemos la capcidad para mirar y ver lo cotidinao. Una calle con enormes tipas, unos ojos candorosos en la cara de una mujer vieja, las nubres de una atardecer. La floración del aromo en pleno invierno no llama la atención a quienes no llegan ni a gozar de los jarandás en Buenos Aires. Muchas veces me ha sorprendido cómo vemos mejor los paisajes en los películas que en la realidad. P.14

Es apremiante reconocer los espacios de encuentro que nos quiten de ser uan multitud masificada mirando aisladamente la televisión. Lo paradójico es que a través de esa pantalla parecemos estar conectados con el mundo entero, cuando en verdad nos arranca la posibilidad de convivir humanamente, y lo que es tan grave como esto, nos predispone a la abulia. Irónicamente he dicho en muchas entrevistas que “la televisión es el opio del pueblo”, modificando la famosa frase de Marx. P. 15.

Al ser humano se le están creando los sentidos, cada vez requiere más intensidad, como los sordos. No vemos lo que no tiene la iluminación de la pantalla, ni oímos lo que no llega a nosotros cargado de decibeles, ni olemos perfumes. Ya ni las flores los tienen. P.15.

Esta comprobación que tantas veces hemos hecho en la vida, mal que les pese a algunos psicólogos, es lo que nos alienta a pensar que nuestra sociedad, tan enfermiza y deshumanizada, puede ser quien dé origen a uan cultura religiosa, como lo profetizó Berdiaev a principios del siglo XX. P. 22.

No creo en el destino como fatalidad, como en la tradición griega, o en nuestro tango. Creo que la libertad nos fue destinada para cumplir una misión en la vida; y sin libertad nada vale la pena. Es más, creo que la libertad que está a nuestro alcance es mayor de la que nos atrevemos a vivir. Pp.27-28.

Si no nos dejamos tocar por lo que nos rodea no podremos ser solidarios con nada ni nadie, seamos esa expresión escalofriante con que se nombra al ser humano de este tiempo, “átomo cápsula”, ese individuo que crea a su alrededor otras tantas cápsulas en las que se encierra, en su departamento funcional, en la parte limitada del trabajo a su cargo, en los horarios de su agenda. P.28.

Entre la vida de las grande ciudades, que lo sobrepasan como un tornado a las arenas de un desierto, y la costumbre de mirar televisión, donde uno acepta lo que pase lo que pase, y no se cree responsable, al libertad está en peligro. Trna grave como lo que dijo Jünger: “Si los lobos contagian a la masa, un mal día el rebaño se convierte en horda.” `p.28

La vida de los hombres se centraba en valores espirituales hoy así en desuso como la dignidad, el desinterés, el estoicismo del ser humano frente a la adversidad. Estos grandes valores, como la honestidad, el honor, el gusto por las cosas bien hechas, el respeto por los demás, no eran algo excepcional, se los hallaba en la mayoría de e las personas. ¿De dónde se desprendía su valor, su coraje ante la vida? P.42

¿Podremos vivir sin que la vida tenga un sentido perdurable? Camus, comprendiendo la magnitud de lo perdido dice que el gran dilema del hombre es si es posible o ser santos sin Dios. Pero, como ya antes lo había proclamado genialmente Kirilov, “si Dios no existe, todo está permitido”. Sartre deduce de la célebre frase la total responsabilidad del hombre, aunque, como dijo, la vida sea un absurdo. Esta cumbre del comportamiento humano se manifiesta en al solidaridad, pero cuando la vida se siente como un caos, cuando ya no hay un Padre a través del cuál sentirnos hermanos, el sacrificio pierde el fuego del que se nutre. Pp.43-44.

Otro valor perdido es la vergüenza. ¿han notado que la gene ya no tiene vergüenza y, entonces, sucede que entremezclados con gente de bien uno puede encontrar, con amplia sonrisa, a cualquier sujeto acusado de las perores corrupciones, como si nada? En otro tiempo su familia se hubiera enclaustrado, pero ahora todo es los mismo y algunos programas de televisión lo solicitan y lo tratan como a un señor. Pp.44-45.

Como bien dice Eliade, cada concepción del mundo necesita ser vivida desde dentro para comprenderla, y el hecho de compartirla afianza la pertenencia y el vínculo entre los hombres. Pp.45-46.

Cuando todo está desacralizado la existencia es ensombrecida por una amargo sentimiento de absurdo. De ahí uno de los motivos por los cuales hoy se tiene tanto terror a la muerte; se ha convertido en un tabú. Ya casi no hay velatorios y llorar en un entierro es un acto inadecuado, poco frecuente. P.47.

Negar la muerte, no ir a los cementerios, no llevar luto, todo eso pareció una afirmación de la vida, y lo fue, en alguna medida. Pero, paradójicamente, se ha convertido en una trampa, una de las tantas que las sociedad actual ha fabricado para que le hombre no llegue a percibir las situaciones límite, aquellas en los que se nos desploma nuestro mundo, las únicas que nos pueden sacudir de esta inercia en que avanzamos. Decía Donne que nadie duerme en la carreta que lo conduce de la cárcel al patíbulo, y que, sin embargo, todos dormimos de la cuna a la sepultura; o no estamos enteramente despierto. P.48.

El sentimiento de orfandad tan presente en este tiempo se debe a la caída de los valores compartidos y sagrados. Si los valores son relativos, y uno adhiere a ellos como a las reglamentaciones de un club deportivo, ¿cómo podrá salvarnos ante al desgracia o el infortunio? Así es como resultan tantas personas desesperadas y al borde del suicidio. Por eso la soledad se vuelve tan terrible y agobiante. En ciudades monstruosas como Buenos Aires hay millones de seres angustiados. Las plazas están llenas de hombre solitarios y, lo que es más triste aún, de jóvenes abatidos que, a menudo, se junta a tomar alcohol o a drogarse, pensado que al vida carece de sentido,  hasta que, finalmente, se dicen con horror que no hay absoluto. Pp.53-54

En la modernidad, el hombre ha buscado en sus construcciones lógicas la respuesta a los grandes incógnitas, creyendo, así, que al hacerlo era muy superior a quienes aguardaban la providencia. Pero  hoy en día, tantos golpees ha recibido el orgullo intelecto humano, que estamos en condiciones de abrir los ojos a creencias impensables hace unos años. P.54

La búsqueda religiosa del hombre de hoy es indudable. Y como dice Jünger:  “Lo mítico vendrá sin lugar a dudas, se encuentra ya en camino. Más aún, está ya siempre ahí, y llegada la hora, emerge a la superficie como un tesoro”. P.54

Ya los jóvenes han empezado a buscar de una manera nueva en los religiones. Pero no debemos engañarnos, muchas veces aparece como algo superficial, capaz de adaptarse a cualquier manera de vivir, un techito confortable que nada pidiera, sin el abismo de la fe que entraña la verdadera religiosidad. P.55.

Se los ve cansados, en su pobreza, en sus caras arrugadas, pero confiados siguen cantando con sus instrumentos de montaña. A su lado se renueva el candor. Milagro son ellos, milagro es que los hombres no renuncien a sus valores cuando el sueldo no les alcanza para dar de comer a su familia, milagro es que el amor permanezca y que todavía corran los ríos cuando hemos talado los árboles de la tierra.  P.56

“Lo humano del hombre es desvivirse por el otro hombre” (E. Levinas). P.60.

La búsqueda de una vida más humana debe comenzar por la educación. Por eso es grave que los niños pasen horas atontados delante de la televisión, asimilando todo tipo de violencias; o dedicados a esos juegos que premian la destrucción. El niño puede aprender a valorar lo que es bueno y no caer en lo que le es inducido por el ambiente y los medios de comunicación. No podemos seguir leyéndoles a los niños cuentos de gallinas y pollitos cuando tenemos a esas aves sometidas al peor suplicio. No podemos engañarlos en lo que se refiere a la irracionalidad del consumo, a la injusticia social, a la miseria evitable, y a la violencia que existe en las ciudades y entre las diferentes culturas. Con poco que se les explique, los niños comprenderán que se vive en grave pecado de despilfarro en el mundo. P.67

Gandhi llama a la formación espiritual, la educación del corazón, el despertar del alma, y es crucial que comprendamos que la primera huella que la escuela y la televisión imprime en el alma del chic o es la competencia, la victoria sobre sus compañeros, y el más enfático individualismo, ser el primero, el ganador. Creo que la educación que damos a los hijos procrea el mal porque lo enseña como bien: la pierda angular de neutra educación se asienta sobre le individualismo y la competencia. Genera un gran confusión enseñarls cristianos y competencia, individualismo y bien común, y darles largas peroratas sobre la solidaridad que se contradicen con la desenfrenada búsqueda del éxito individual para la cual se los prepara. Necesitamos escuelas que favorezcan el equilibrio entre la iniciativa individual y el trabajo en equipo, que condenen el feroz individualismo que parece ser la preparación para el sombrío Leviatán de Hobbes cuando dice que el hombre es el lobo para el hombre. Pp.67-68.

Tenemos que reprender lo que es gozar. Estamos tan desorientados que creemos que gozar es ir de compras. Un lujo verdadero es un encuentro humano, un momento de silencio ante la creación, el gozo de uan obra de arte o de un trabajo bien hecho. Gozos verdaderos son aquellos que embargan el alma de gratitud y nos predisponen al amor. P.68

Hoy, ante la cercanía del momento supremo, intuyo que un nuevo tiempo espiritualmente muy rico está a las puertas de la humanidad, si comprendemos que cada uno de nosotras posee más poder sobre el mal en el mundo de lo que creemos. Y tomamos una decisión. Pp.69-70

El hombre, el alma del hombre, está suspendida entre el anhelo del Bien, esa nostalgia eterna de amor que llevamos, y la inclinación al Mal, que nos seduce y nos posee, muchas veces sin que ni siquiera nosotros hayamos comprendido el sufrimiento que nuestros actos pudieron haber provocado en los demás. El poder del mal en el mundo me llevó a sostener durante años un tipo de maniqueísmo: si Dios existe y es infinitamente bondadoso y omnipotente, está encadenado, porque no selo percibe; en cambio, el mal es de uan evidencia que no necesita demostración. Bastan algunos ejemplo: Hitler, las torturas que se comentaron en América latina. Son eso momentos en que una y otra vez me repito: ¡cuánto mejores son los animales! Sin embargo, qué grandiosa y conmovedora es la presencia de la bondad en medio de la ferocidad y la violencia. Pp.70-71.

La vida es un equilibrio tremendo ente el ángel y la bestia. No podemos hablar del hombre como si fuera un ángel, y no demos hacerlo. Pero tampoco como si fuera una bestia, porque el hombre es capaz de las peores atrocidades, pero también capaz de los más grandes y puros heroísmo. P.76

Me inclino con reverencia ante quienes se han dejado matar sin devolver el golpe. El ser humano no podría sobrevivir sin héroes, santos y mártires porque el amor, como el verdadero acto creador, es siempre la victoria sobre el mal. P.76.

La gente temen que por tomar decisiones que hagan más humana su vida pierdan el trabajo, sean expulsados, pasen a pertenecer a esas multitudes que corren acongojadas en busca de un empleo que les impida caer en la miseria, que los salve. La total asimetría en el acceso a los bienes producidos socialmente está terminando con la clase media, y el sufrimiento de millones de seres humanos que viven en la miseria está permanentemente delante de los ojos de todos los hombres, por mas esfuerzos que hagamos en cerrar los párpados. Pronto no podremos ya gozar de estudios y conciertos porque serán más apremiantes las preguntas que nos impondrá la vida respecto de nuestros valores supremos. Por la responsabilidad de ser hombres. Pp.82-83.

Esta crisis no es la crisis del sistema capitalista, como muchos imaginan: es la crisis de toda una concepción del mundo y de la vida basada en al idolatría de la técnica y en la explotación del hombre. Para la obtención del dinero, han sido válidos todos los medios. Esta búsqueda de la riqueza no ha sido llevada adelante para todos, como país, como comunidad; no e ha trabajado con un sentimiento histórico y de fidelidad a la tierra. P.83.

Nuestra civilización ha tomado un tipo de bienestar como el “deber ser” de la vida, fuera del cual no hay salvación. Este objetivo es logrado por el miedo, y por la incapacidad que tienen hoy los hombres de vivir los momento duros, las situaciones límite, los obstáculos. En especial, se tiene horror al fracaso. Se ocultar cualquier avería en el bienestar, pues enseguida se teme la exclusión, quedar eliminado de la existencia. Pp.87-88.

No demos ser asesores de la corrupción. No se puede llevar a la televisión a sujetos que han contribuido a la miseria de sus semejantes y tratarlos como selros delante de los niños. ¡Ésta es la gran obscenidad! ¿Cómo vamos a poder educar si en esta confusión ya no se sabe si la gente es conocida por héroe o pr criminal? La gente sabe que sabe que miente, pero aparece una ola de tal magnitud que no se la puede impedir. Esto hace sentir impotente a la gente y finalmente produce violencia, ¿hasta dónde vamos a llegar? P.91

Tampoco podemos vivir comunitariamente cuando todos los vínculos se basan en la competencia. Es indudable que genera, en algunas personas, un mayor rendimiento basado en el deseo de triunfar sobre las demás. pero no debemos equivocarnos, la competencia es una guerra no armada y, al igual que aquélla, tiene como base un individualismo que nos separa de los demás, contra quienes combatimos. Si tuviéramos un sentido más comunitario, muy otra sería nuestra historia, y también el sentido de la vida del que gozaríamos. Pp.91-92.

“Son los expulsados, los proscritos, los ultrajados, los despojados de su patria y de su terruño, los empujados con brutalidad a las simas más hondas. Ahí es donde están los catecúmenos de hoy.”(E. Jünger) p.99

Una de los metas de esta carrera parece ser la productividad, pero ¿acaso son estos productos verdaderos frutos?. P.101

El hombre no se puede mantener humano a esta velocidad, si vive como autómata será aniquilado. La serenidad, una cierta lentitud,  es tan inseparable de la vida del hombre como el suceder de las estaciones lo es de las plantas, o del nacimiento de los niños. P.102

Tampoco sabemos ya rezar porque hemos perdido el silencio y también el grito. P.102

Hoy el hombre no se siente un pecador, se cree un engranaje, lo que es trágicamente peor. Y esta profanación puede ser únicamente sanada con la mirada que cada uno dirige a los demás, no para evaluar los méritos de su realización personal ni analizar cualquiera de sus actos. Es un abrazo el que nos puede dar el gozo de pertenecer a una obra grande que a todos nos incluya. Pp.104-105.

El hombre de la posmodernidad está encadenado a las comodidades que la procura la técnica, y con frecuencia no se atreve a hundirse en experiencias hodas como el amor o la solidaridad. r el ser humano paradójicamente sólo se salvará si pone su vida en riesgo por el otro hombre, por su prójimo, o su vecino, o por los chicos abandonados en el frío de las clases, sin el cuidado que esos años requieren, que viven en esa intemperie que arrastrarán como una herida abierta por el resto de sus dais. Son doscientos cincuenta millones de niños los que están tirados por las calles del mundo. P.106

La historia es el mas grande conjunto de aberraciones, guerras, persecuciones, torturas e injusticias, pero, a al vez, o por eso mismo, millones de hombres y mujeres se sacrifican para cuidar a os más desventurados. Ellos encarnan la resistencia. P.107.

Nos salvaremos por los afectos. P.108

El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria. P.108.

Los valores son los que nos orientan y presiden las grandes decisiones. Desgraciadamente, por los condiciones inhumanas del trabajo, por educación o por miedo, muchas persona no se atreven a decidir conforme a su vocación, conforme a ese llamado interior que el ser humano escucha en el silencio del alma. Y tampoco se arriesgan a equivocarse varias veces. Y sin embargo, al fidelidad a la vocación, ese misterio llamado, es el fiel de la balanza donde se juega la existencia si uno ha tenido el privilegio de vivir en libertad. Pp. 114-115.

Hay momentos decisivos en la vida de los pueblos como en la de los hombres. Hoy estamos atravesando uno de ellos con todos los peligros que acarrean; pero toda desgracia tiene su fruto si el hombre es capaz de soportar el infortunio con grandeza, sin claudicar a sus valores. P.115.

Se han recorrido hasta el abismo las sendas de la cultura humanista. Aquel europeo que entró en la historia moderna lleno de confianza en sí mismo y en sus potencialidades creadoras, ahora sale de ella con su fe hecha jirones. P.117

Estamos indudablemente frente a la más grave encrucijada de la historia, ya nos e puede avanzar más por el mismo camino Hace tiempo que el sentimiento humanista de la vida perdió su frescura; en su interior han estallado contradicciones destructivas: el escepticismo le ha minado su ánimo. La fe en le hombre y en los fuerzas autónomas que lo sostenía se ha conmovido hasta el hondo. Las altas torres se han derrumbado. Demasiadas esperanzas se han quebrado en el corazón de los hombres. P.117

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[1] Seix Barral, Barcelona, 2000.