¿Por qué mataron a Jesús?

El evangelio del día de hoy, 9 de abril, cuando vamos a entrar en la Semana Santa, nos habla de cómo impactó  la resurrección de Lázaro, hecho que se difundió de tal manera que alarmó a las élites religiosas de Israel. La popularidad de Jesús era cada vez mayor entre el pueblo, por los numerosos signos (milagros) que hacía, por la sabiduría de sus palabras, por la autoridad con que habla; de tal modo que le tenían por un profeta y algunos hasta por el Mesías prometido.

 Como hemos visto en los evangelios de días anteriores, los escribas y fariseos hostigaban a Jesús: por saltarse el sábado, curando a enfermos; por la autoridad con la que expulsaba a los demonios, al que le acusaban de hacerlo con el poder de Belcebú; por hablar de una intimidad de hijo con el Padre Dios.

A esto hay que añadir el más autentico rostro amor misericordioso y de ternura de Dios que revelaba Jesús, que chocaba con la rigidez legalista de los escribas y fariseos.  De modo que veían a Jesús como alguien que venía a cambiar la religiosidad de siempre, del Dios de sus padres, y, así pretendiendo defender a Dios mataron a Dios.

Las élites religiosas de Israel, como puede verse en el evangelio, echan mano del argumento político para justificar el eliminar a Jesús: «Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación», «conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera».

Hay también un «argumento» teológico, que proféticamente está anunciado de que Dios enviaría a un Salvador para todos como hijos, a la unida familia humana. Aquí el sumo sacerdote (Caifás), como si fuera la persona de mayor relevancia, y sin consciente de ello, proclamó: «Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos. Y aquel día decidieron darle muerte.»

Lectura del santo evangelio según san Juan (11,45-57):

EN aquel tiempo, muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús.
Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron:
«¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación».
Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo:
«Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera».
Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos.
Y aquel día decidieron darle muerte.
Por eso Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos.
Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban:
«¿Qué os parece? ¿Vendrá a la fiesta?».
Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado que el que se enterase de dónde estaba les avisara para prenderlo.

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