- Estamos hechos para converger –y como decía Teilhad de Chardin: “Todo lo que asciende converge-, para la unión y comunión; en términos cristianos, par la comunión eucarística. La comunión por tanto es elevante. Y por el contrario, lo diabólico es divergente, separador, caótico, enfrentado. El Reino elevado, de los Cielos, el cordero y el león pacerán juntos.
- El encuentro con la realidad nos abre a la Realidad fundamental. El dolor y el drama de la vida nos abre a la vida dramatiza. En la realidad dolorosa somos atraídos por Aquél que la asumió. Mirar la cruz es ver al Salvador.
- La realidad siempre nos habla. El noble entenderá cosas nobles, y se recreará en cuanta bondad halla. Así como San Francisco apreciaba la mano amorosa de Dios en todas las criaturas y realidades. El justo detecta la justicia y su negación. El injusto, amigo de la injusticia, desde su encanallamiento no escucha en su corazón cuando la justicia habla, le habla, a través de la realidad desajustada. Desconoce esa realidad, y no la oye, ha endurecido su corazón, y no detecta los sonidos de la realidad. Ser sordos es responsabilidad nuestra, pues nos hemos alejado de lo que no éramos, oyentes.
- La apertura a la profundidad del Misterio que nos tiene inmersos . Y dejarse llevar, dejarse llevar, dejarse llevar y llevar. Así suavemente, como un barquito de papel deslizándose por una corriente que ni siquiera percibimos.
- Si no encontramos a Dios en nuestra presencia cotidiana. Si no lo sentimos en nuestra realidad pequeña, entre los pucheros -que diría santa Teresa-, entonces es que nuestro vivir con arreglo a Dios está instalado en las abstracciones, el lo platónico, en las categorías intelectuales.
- Sorprende que Dios pueda ser tan humilde, tan metido en lo pequeño. Si descubriéramos a Dios ahí, en lo insignificante, comprenderíamos a amar nuestra rutina cotidiana, la nada de nuestras circunstancias.
- La presencia de Dios es humildad. Y nosotros queremos hacer grandes cosas, y cuanto tendríamos que hacer es ser humildes. Siéndolo estaríamos siendo como Dios es. Y ser como Dios es, es cuanto podemos ser. Y esto requiere mucho coraje, dejar caer nuestras pretensiones y de construir el reino con cosas importantes o solo con cosas.
- Dios ama nuestra libertad. Dios nos ha creado en ella, y así libres. Y cuando disponemos. Este gesto de confianza, este acto de fe, nos libera de cuanto nos aleja de la verdad nuestra libertad a la escucha de su voluntad, a su realización, nos ponemos en sus manos creadoras, y nos introduce en el corazón de Dios.
- Tan solo podemos hacer una cosa: confiarnos en la Presencia divina. Irrumpirá la gracia, dilatando nuestros oídos, para que oigamos hablar hasta a las piedras.
- Nuestra primera necesidad espiritual es la de sabernos con capacidad de confiar en nuestra capacidad de confianza, y esa capacidad primigenia nos la proporcionan los demás. Nuestro origen está en ellos. Somos amados. Este es el primer mandamiento. O el único, del que surgen los demás. Sostenido por el Amor primero y original de todo amor, del que surge: Dios.

