«¡No tengáis miedo!»

Es la frase que más se repite en la biblia, 365 veces. Exhortación, que aparece en el Evangelio de este 13 de julio, cobra mayor fuerza al saber que es pronunciada por el mismo Jesús y que también repite en las apariciones tras resucitado; dirigida sus discípulos y a sus seguidores de todos los tiempos.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (10,24-33):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo. Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados. No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo

 

Jesús les dijo a los suyos muy claramente que podían morir incluso. Pero que no hay que tener miedo a los que pueden matar el cuerpo pero no el alma. Porque el Padre del cielo estaba de su parte. Si Dios tiene en cuenta y cuida hasta de la caída de los pájaros, ¡qué más cuidado y atentación tendrá de sus hijos!: «no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones.»

Desde los primeros tiempos siempre los cristianos han vivido bajo esta perspectiva de la cruz; la persecución era algo cotidiano y el martirio una probabilidad cierta, que les podía sobrevenir el cualquier momento. Son muchos los mártires que jalonan el calendario de santos, sin ir más lejos, ayer celebrábamos a san Juan Bautista, a manos de Herodes, dos días antes, el 22, celebrábamos a los santos ingleses Tomás Moro y Juna Fisher, también decapitados a manos de Enrique VIII, por su fidelidad a Cristo. Hoy hay muchas maneras de que esto suceda: el quedarse solo, el vacío, la incomprensión, el desprecio, la marginación, el que no cuenten con uno, etc.  ¡No importa! Eso es liberador, y además Dios es buen pagador y paga el ciento por uno.

Hoy son tiempos propicios para echar mano de estas palabras de Jesús, ya que van a hacer falta. Lo están siendo en muchos lugares del planeta, y más que lo van a ser, pues se atisban -como si fuera algo profético- tiempos extremos. Como decía el Cardenal Cañizares: “No tengáis miedo a dar testimonio de Dios porque es la hora de la fe, la confianza y la esperanza”.

El ser cristiano requiere de una fe llena de gracia a la que hay que responder con una confianza total apoyándose en las esperanza de lo que se cumplirá según Jesús, pero que salta más allá, se verá desvelado al final:  «¡no hay que temer a quienes matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma!«.

Por lo demás, está pocas líneas están llenas de matices llenos de esperanza y confianza: No solo el no tener miedo incluso a la muerte, a los que pueden matarnos, sino que todo se va a saber al final, todo quedará al descubierto. Este momento para cada cual va a suceder como en el Apocalipsis cuando se abrieron los libros, especialmente el séptimo sello, que se produjo un silencio de expectación sobrecogedora. Así será para cada cual aquel instante en que se desvele el libro de las acciones de su vida. Dice la Escritura por boca el Señor: «ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados.»

Y esto hay que leerlo con reposo, meditándolo profundamente, una y otra vez, hasta hacerlo vida: «Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.». Es Palabra de Dios.


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Estas son las palabras del Santo Padre Francisco pronunciadas a la hora del Angelus del Domingo, 21 de junio de 2020:

El Evangelio de este domingo (cf. Mateo 10, 26-33) recoge la invitación que Jesús dirige a sus discípulos a no tener miedo, a ser fuertes y confiados ante los desafíos de la vida, advirtiéndoles de las adversidades que les esperan. El pasaje de hoy forma parte del discurso misionero con el que el Maestro prepara a los Apóstoles para la primera experiencia de proclamar el Reino de Dios. Jesús les exhorta con insistencia a “no tener miedo”. El miedo es uno de los enemigos peores de nuestra vida cristiana, y Jesús exhorta: “No tengáis miedo”, “no tengáis miedo”. Y Jesús describe tres situaciones concretas a las que se enfrentarán.

Ante todo, la primera, la hostilidad de los que quieren silenciar la Palabra de Dios, edulcorándola, aguándola o acallando a los que la anuncian. En este caso, Jesús anima a los Apóstoles a difundir el mensaje de salvación que les ha confiado. Por el momento, Él lo ha transmitido con cautela, casi en secreto, en el pequeño grupo de los discípulos. Pero tendrán que decir “a la luz día”, esto es, abiertamente, y anunciar “desde las azoteas” —así dice Jesús—, es decir, públicamente, su Evangelio.

La segunda dificultad con la que se encontrarán los misioneros de Cristo es la amenaza física en su contra, o sea, la persecución directa contra ellos, incluso hasta el punto de que los maten. Esta profecía de Jesús se ha cumplido en todas las épocas: es una realidad dolorosa, pero atestigua la fidelidad de los testigos. ¡Cuántos cristianos son perseguidos aún hoy en día en todo el mundo! Sufren por el Evangelio con amor, son los mártires de nuestros días. Y podemos decir con seguridad que son más que los mártires de los primeros tiempos: muchos mártires, solo por ser cristianos. A estos discípulos de ayer y de hoy que sufren persecución, Jesús les recomienda: «no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma» (v. 28). No hay que temer a los que intentan extinguir la fuerza evangelizadora mediante la arrogancia y la violencia. De hecho, no pueden hacer nada contra el alma, es decir, contra la comunión con Dios: nadie puede quitársela a los discípulos, porque es un regalo de Dios. El único temor que debe tener el discípulo es el de perder este don divino, la cercanía, la amistad con Dios, renunciando a vivir según el Evangelio y procurándose así la muerte moral, que es el efecto del pecado.

El tercer tipo de desafío al que los Apóstoles deberán enfrentarse lo identifica Jesús en el sentimiento, que algunos experimentarán, de que el mismo Dios los ha abandonado, permaneciendo distante y en silencio. También en este caso nos exhorta a no tener miedo, porque, aunque pasemos por estos y otros escollos, la vida de los discípulos está firmemente en manos de Dios, que nos ama y nos cuida. Son como las tres tentaciones: edulcorar el Evangelio, aguarlo; la segunda, la persecución; y la tercera, la sensación de que Dios nos ha dejado solos. También Jesús sufrió esta prueba en el huerto de los olivos y en la cruz: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”, dice Jesús. A veces sentimos esta aridez espiritual; no tenemos que tenerle miedo. El Padre nos cuida porque nuestro valor es grande a sus ojos. Lo importante es la franqueza, es la valentía del testimonio de fe: “reconocer a Jesús ante los hombres” y seguir adelante obrando el bien.

Que María Santísima, modelo de confianza y abandono en Dios en momentos de adversidad y peligro, nos ayude a no ceder nunca al desánimo, sino a encomendarnos siempre a Él y a su gracia, porque la gracia de Dios es siempre más poderosa que el mal.

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Catena Aurea

«No está el discípulo sobre el maestro; ni el siervo sobre su señor: le basta al discípulo el ser como su maestro, y al siervo como su Señor: Si al Padre de familia llamaron Beelzebub, ¿con cuánta más razón darán ese nombre a sus domésticos?» (vv. 24-25)


San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,1

Como era natural que por las persecuciones ya anunciadas quedaran los discípulos en mal concepto (cosa sumamente bochornosa para muchos) El los consuela con su propio ejemplo y con lo mucho que de El dijeron, que es el mayor consuelo que podían tener.
 

San Hilario, in Matthaeum, 10

Porque el Señor, luz eterna, jefe de los creyentes y padre de la inmortalidad, anticipó a sus discípulos el consuelo de sus propios sufrimientos, a fin de que tuviéramos como una gloria el igualarnos al Señor, al menos en los padecimientos. Por esta razón dice: «No está el discípulo sobre el maestro», etc.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,1

Deben entenderse estas palabras: mientras fuere discípulo y siervo, no está sobre el maestro y sobre el amo, al menos en cuanto a la posición y no sirve oponer a esto algunas excepciones raras, sino que estas palabras deben aplicarse a lo que generalmente sucede.
 

Remigio

Se llama a sí mismo Maestro y Señor y por las palabras discípulo y siervo quiere que se entiendan los Apóstoles.
 

Glosa

Como si dijera: no os indignéis porque sufrís lo que yo sufro; porque haciendo yo lo que quiero, soy vuestro Señor y enseñándoos lo que sé que os es útil, vuestro Maestro.
 

Remigio

Y como esto parece que no concuerda con lo que antecede, a fin de manifestar el sentido de sus palabras, añade: «Si llamaron Belzebub al Padre de familias, ¿con cuánta más razón lo llamarán a sus domésticos?
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,1

No dijo siervos, sino domésticos, a fin de manifestar la familiaridad que tenía con ellos, según se lee en otro lugar: «No os diré siervos, sino amigos» ( Jn 15,15).
 

Remigio

Como si dijera: No busquéis vosotros los honores temporales, ni la gloria humana, mientras veis que redimo yo al género humano por las burlas y los oprobios.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,1

Y no solamente dice: ellos han ultrajado al Maestro, sino que, diciendo que le llamaron Belzebub, marca hasta la misma clase de ultraje.
 

San Jerónimo

Belzebub es el ídolo de Acarón, que en el libro de los Reyes se le llama el ídolo de la mosca: Beel es lo mismo que Bel o Bal y Zebub significa mosca; de ahí es que el príncipe de los demonios es conocido por el nombre del ídolo más impuro, llamado mosca, a causa de su impureza, que destruye la suavidad del aceite ( Ecle 10).

 

«No les temáis, pues; porque nada hay oculto que no sea revelado, ni secreto que no sea sabido. Decid a la luz lo que os he dicho en la oscuridad, y predicad sobre los más alto de la casa lo que vuestros oídos han oído. Y no temáis a aquéllos que matan al cuerpo, mas no pueden matar al alma, sino antes bien, temed a aquél que puede arrojar al infierno al cuerpo y al alma«. (vv. 26-28)

 

Remigio

Luego de la anterior consolación, añade otra no menor, diciendo: «No les temáis»; es decir, a los perseguidores. Y les da la razón de por qué no les deben temer, a saber: «Porque nada hay oculto que no sea revelado».
 

San Jerónimo

¿Cómo es posible que en el tiempo presente no se sepan las maldades de muchos? Aquí habla, pues, del tiempo futuro, cuando Dios juzgará los misterios de los hombres, iluminará los escondrijos de las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones de los corazones ( 1Cor 4,5): el sentido es éste: «No temáis la crueldad de los perseguidores y la rabia de los blasfemos, porque llegará el día del juicio y en él se verán bien a las claras vuestra virtud y su malicia».
 

San Hilario, in Matthaeum, 10

Les aconseja, pues, que no tengan miedo ni a las amenazas, ni a las afrentas, ni a las revoluciones, ni al poder de los perseguidores; porque ya verán en el día del juicio de cuán poco les valieron todas estas cosas.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,1

Parece, a primera vista, que tiene un sentido general lo que acaba de decir; sin embargo, no lo dijo de todos, sino solamente de aquellos de que habló antes. Es como si dijera: Si vosotros sufrís oyendo los ultrajes, tened presente que bien pronto quedaréis libres de toda sospecha: Os llamarán adivinos y magos y seductores; pero esperad un poco y veréis como, cuando la misma realidad de las cosas os declare bienhechores y atiendan ellos a la verdad de las cosas y no a las habladurías de los hombres, os proclaman ellos mismos salvadores de todo el género humano.
 

Remigio

Opinan algunos que prometió el Señor a sus discípulos por estas palabras que revelarían ellos todos los misterios ocultos por el velo de la letra de la Ley. Por eso dice el Apóstol: «Cuando se hubieren convertido al Señor, entonces se quitará el velo» ( 2Cor 3,16), cuyo sentido es: ¿por qué debéis temer a vuestros perseguidores, vosotros que habéis sido elevados tal dignidad, que por vosotros hayan sido puestos de manifiesto los misterios de la Ley y de los Profetas?
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,2

Después que les quitó el miedo y les hizo superiores a los oprobios, les habla en tiempo oportuno de la libertad de la predicación, diciéndoles: «Lo que os digo en las tinieblas».
 

San Hilario, in Matthaeum, 10

No hemos oído que el Señor acostumbrase a predicar o a enseñar por la noche, sino que dice esto porque para los hombres carnales sus palabras eran tinieblas y para los infieles noche. Y así dijo que debía El ser anunciado con la libertad de la fe y de la predicación.
 

Remigio

El sentido, pues, es el siguiente: «Lo que os digo en las tinieblas», esto es, entre los judíos incrédulos, «decidlo vosotros a la luz», esto es, predicadlo a los fieles: «Y lo que habéis escuchado al oído», esto es, lo que os he dicho en secreto, «predicadlo sobre los techos», esto es, públicamente y delante de todos; solemos decir muchas veces: Le habla al oído, esto es: en secreto.
 

Rábano

Sin duda cuando dijo: «Predicad sobre los techos», habla según la costumbre de la provincia de Palestina, donde se habitan los techos, porque no están terminados en punta, sino en una superficie plana. Será, pues, predicado en los techos lo que deba decirse delante de todos los oyentes.
 

Glosa

O de otra manera: «Lo que os digo en las tinieblas», esto es, cuando aun estáis en el temor carnal, «decidlo en la luz», esto es, en la confianza de la verdad cuando fuereis iluminados por el Espíritu Santo. «Y lo que oísteis al oído», esto es, percibisteis con sólo el oído, «predicadlo» completándolo con vuestras obras, estando sobre los techos, esto es, en vuestros cuerpos, que son el domicilio de las almas.
 

San Jerónimo

O también: «Lo que os digo en las tinieblas decidlo a la luz», esto es, lo que oísteis en el misterio, predicadlo con más claridad: «Y lo que oísteis al oído predicadlo sobre los techos», esto es, lo que Yo os enseñé en una pequeña aldea de Judea, decidlo sin temor en todas las ciudades del mundo entero.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,2

Así como cuando decía: «El que cree en Mí hará las obras que Yo hago y las hará mayores que éstas» ( Jn 14,12), también aquí muestra de que manera todo es obrado a través de ellos más que por sí mismos, como dice: «Yo di el principio; pero más aun, quiero culminarlo a través de vosotros»; pues esto no sólo concierne al que manda, sino también a los que enseñen y prediquen porque triunfarán sobre todo.
 

San Hilario, in Matthaeum, 10

Debemos sembrar constantemente el conocimiento de Dios y revelar con la luz de la predicación el secreto profundo de la doctrina del Evangelio, sin temor de aquellos que sólo tienen poder sobre los cuerpos, mas nada pueden sobre el espíritu; por eso se dice: «Y no temáis a aquellos que matan el cuerpo y al alma no pueden matar».
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,2

Mirad el modo de que se valió para hacerlos superiores a todos: aconsejándoles a despreciar por temor a Dios, no solamente las preocupaciones y las calumnias y los peligros, sino lo que es aun más terrible que todo esto, hasta a la misma muerte; por eso añade: «Sino temed más bien a aquel que puede arrojar al infierno vuestro cuerpo y vuestra alma».
 

San Jerónimo

No se encuentra en los libros antiguos la palabra gehenna y el Salvador es el primero que la emplea: indaguemos ahora a qué da motivo esta nueva palabra. Muchas veces hemos leído que el ídolo Baal estuvo cerca de Jerusalén, en la base del monte Moria, de donde brota la fuente Siloé. Este valle y pequeña planicie, regada y cubierta de árboles, era sumamente deliciosa y contenía un bosque consagrado al ídolo. El pueblo de Israel llegó a tal grado de locura, que abandonó los templos inmediatos para ofrecer en él los sacrificios, olvidar las ideas severas de la religión y quemar a sus hijos delante del demonio. Llamábase el bosque Gehennón, esto es, valle del hijo de Ennón. Este nombre está sumamente repetido en los libros de los Reyes, en las Crónicas y en Jeremías y Dios los amenaza con llenar ese lugar de cadáveres, para que no volviera a llamarse Tophet y Baal, sino Polyandrium, esto es, tumba de los muertos. Con este nombre son designados los futuros suplicios y las penas eternas de los pecadores.
 

San Agustín, de civitate Dei, 13,2

No se verificará esto antes que el alma esté unida al cuerpo con una unión de que jamás se separará y sin embargo, aun entonces se llama propiamente muerte del alma, porque no vive de Dios y muerte del cuerpo, porque aunque no deja de sentir el hombre en su última condenación, sin embargo, como este sentimiento no le proporciona ninguna dulzura ni tranquilidad alguna, sino el dolor de la pena, merece con muchísima razón que se le dé el nombre de muerte.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,2

Observad además que no les promete librarlos de la muerte, sino que les aconseja el despreciarla, que es mucho más que el librarlos de la muerte y que les insinúa el dogma de la inmortalidad.

 

«¿Por ventura no se venden dos pájaros en un cuarto, y sin embargo, no cae ninguno de ellos sobre la tierra sin el consentimiento de vuestro Padre? También todos los cabellos de vuestra cabeza están contados. No temáis, porque vosotros sois mejores que muchos pájaros«. (vv. 29-31)

 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,2

Después de haberles quitado el miedo a la muerte, a fin de que no creyeran los Apóstoles, si morían, que Dios les había abandonado, insiste de nuevo en su sermón sobre la providencia de Dios, diciendo: «¿Por ventura no son vendidos dos pájaros en un cuarto y ninguno de ellos cae sin el consentimiento de vuestro Padre?»
 

San Jerónimo

El sentido es éste: si los pequeños animales no perecen sin el consentimiento de su Autor, que es Dios y la Providencia se extiende a todos y si lo que es en sí perecedero no perece sin la voluntad de Dios, vosotros, que sois eternos, no debéis temer que Dios abandone vuestra vida.
 

San Hilario, in Matthaeum, 10

En sentido místico lo que se vende es el alma y el cuerpo y a quien se vende es al pecado. Los dos pájaros que se venden por un cuarto son aquellos que, nacidos para volar y remontarse al cielo en las alas de la gracia, se venden ellos mismos por un miserable pecado. Presos ellos por el placer de las cosas presentes y vendidos a la vanidad del siglo, quedan prostituidos con semejante proceder. Es voluntad de Dios que el uno vuele más que el otro; pero la ley que Dios ha dado al otro le hace caer en tierra. Si los dos volaran igualmente, los dos serían uno solo y los dos formarían un solo cuerpo espiritual; pero vendidos el uno y el otro al pecado, el alma se hace terrenal al contacto del mal y entonces es cuando uno de ellos es arrojado en tierra.
 

San Jerónimo

Las palabras: «Y vuestros cabellos están contados», nos manifiestan la inmensa providencia de Dios para con el hombre y nos marcan el inefable amor para con él, puesto que tan perfectamente sabe todas nuestras cosas.
 

San Hilario, in Matthaeum, 10

Pues es diligente el considerar en algo el número.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,2

Dijo esto, no porque El hubiese contado los cabellos, sino para expresar su exquisito conocimiento y su mucha providencia sobre todas las cosas.
 

San Jerónimo

Los que niegan la resurrección se burlan de la interpretación que da la Iglesia a este pasaje, como si nosotros dijéramos que todos los cabellos están contados y que todos los que hubieren sido cortados por la tijera tenían que resucitar, siendo así que no dijo el Salvador: «Todos vuestros cabellos serán salvados», sino «están contados». El número da a entender solamente que Dios conoce el número de nuestros cabellos, mas no que El los conservará todos.
 

San Agustín, ult., de civitate Dei, 22,19

Aunque se pueda preguntar si efectivamente los cabellos que se cortan vuelven otra vez al mismo sujeto; si esto fuera así, ¿quién no se espantaría de semejante monstruosidad? Entiendo que nada del cuerpo ha de perderse hasta el punto de quedar en él algo deforme. Se comprende también que lo que había de añadirse a su volumen, ocasionando enorme deformidad, no se añadirá en aquellos lugares en que con ellos se afeara la belleza de los miembros. Como si se hiciera un vaso de barro y reducido de nuevo al mismo barro, se hiciera de nuevo otro igual; no sería necesario que la parte del polvo que había estado en el asa tornara al asa y la que había formado el fodo tornara a formar el fondo, con tal de que todo volviera al todo, es decir, que todo aquel barro, sin pérdida de parte alguna, tornara a todo el vaso. Por eso los cabellos, tantas veces cortados, no volverán a sus lugares respectivos si hubieran de volver produciendo alguna deformidad; aunque no se perderán para nadie en la resurrección, porque serán cambiados con la mutabilidad de la materia en la misma carne. Tendrán en ella el lugar del cuerpo, conservando siempre la conveniencia de las partes. Y esto contando con lo que dice el Señor: «No perecerá un cabello de vuestra cabeza» ( Lc 21,18), puede entenderse con más propiedad de la longitud que del número de los cabellos. Así también se dice: «Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados».
 

San Hilario, in Matthaeum, 10

No parece digno de Dios el contar lo que ha de perecer; pero para que supiéramos que nada en nosotros ha de perecer, nos dice que nuestros mismos cabellos cortados están contados. No debemos tener miedo a las desgracias de nuestros cuerpos, según aquellas palabras: «No temáis, pues sois vosotros mejores que muchos pájaros».
 

San Jerónimo

El sentido de lo que precede está más manifiesto en estas palabras: «No debéis temer a los que matan al cuerpo», porque ¿si hasta los animales más pequeños no mueren sin la previsión de Dios, cuánto más el hombre que haya sido revestido de la dignidad apostólica?
 

San Hilario

Cuando dice que El los prefiere a muchos pájaros, da a entender que prefiere a los elegidos a la multitud de infieles, porque éstos han caído sobre la tierra y aquellos volarán al cielo.
 

Remigio

En sentido místico Cristo es la cabeza y los Apóstoles los cabellos y por eso se dice con razón que están contados, porque están escritos sus nombres en el cielo.

 

«A todo el que me confesare, pues, delante de los hombres, también le confesaré Yo delante de mi Padre, que está en los cielos; y al que me negare delante de los hombres, también le negaré Yo delante de mi Padre, que está en los cielos«. (vv. 32-33)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,3

Después de disipar el Señor el temor que tanto angustiaba el alma de sus discípulos, vuelve de nuevo a darles fuerzas con las cosas que han de conseguir; no solamente les desvanece todo temor, sino que los eleva, con la seguridad de mayores recompensas, en la libertad de predicar la verdad, diciendo: «A todo el que me confesare delante de los hombres, confesaré Yo también delante de mi Padre, que está en los cielos».
 

San Hilario, in Matthaeum, 10

Esta es la conclusión de lo que precede: el que estuviere firme en esta doctrina debe tener la constancia de confesar libremente a Dios.
 

Remigio

Esta confesión es aquella de que habla el Apóstol: «Se cree con el corazón para la justicia y se confiesa con la boca para la salvación» ( Rom 10,10). A fin, pues, de que nadie tenga la idea de que sin la confesión de boca puede uno salvarse, no solamente dice: «El que me confesare», sino que añade: «Delante de los hombres» y vuelve a insistir: «Y al que me negare delante de los hombres, también negaré Yo delante de mi Padre, que está en los cielos».
 

San Hilario, in Matthaeum, 10

En estas palabras nos declara que de la manera que nosotros fuéremos testigos de su nombre delante de los hombres, de esa misma manera nos servirá su testimonio delante de Dios Padre.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,3

Debe considerarse aquí que la pena sobreabunda en el castigo y el bien en la recompensa, que es como si dijera: «¿Sobreabundasteis primero confesándome o negándome aquí?» También Yo sobreabundo infaliblemente dándoos mayores bienes, porque Yo os confesaré o negaré allí. Por esta razón no os debéis preocupar si hiciéreis algún bien y no recibiéreis la recompensa, porque esta recompensa os espera con creces en el tiempo venidero y no despreciéis el castigo si hiciéreis alguna cosa mala y no fuéreis castigados aquí, porque os espera allí el castigo, a no ser que mudéis de conducta y os hagáis mejores.
 

Rábano

Es preciso saber que hasta los mismos paganos no pueden negar la existencia de Dios; pero pueden los infieles negar que Dios sea Padre e Hijo. Luego el Hijo confesará a alguno delante del Padre, porque por el mismo Hijo tendrá entrada al Padre y porque el Hijo dice: «Venid los bendecidos de mi Padre» ( Mt 25,34).
 

Remigio

Y negará al que le niegue a El, porque no tendrá por El mismo entrada para con el Padre y será rechazado de la presencia de su divinidad y de la del Padre.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 34,3

Y no solamente exige la confesión mental, sino también la oral, a fin de que nos anime a una intrépida predicación y a un amor más grande, haciéndonos superiores a nosotros mismos. Y no solamente se dirigen estas palabras a los Apóstoles, sino a todos los hombres en general, porque, no sólo a los Apóstoles, sino también a sus discípulos les da la fortaleza. Y el que observa esto ahora, no sólo tendrá la gracia de hablar en público, sino que tendrá también la de convencer con facilidad a un gran número, porque por la obediencia a su palabra ha hecho de muchos hombres apóstoles.
 

Rábano

O bien: confiesa a Jesús con aquella fe que viene del amor, todo el que observa sus mandamientos y la niega el que no obedece sus preceptos.

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