Esta es la frase plena de humildad y fe de un centurión romano, pronunciada hace 20 siglos en un rincón del mundo, en Cafarnaúm, junto al mar de Galilea, y que ha pasado a la historia: cada día desde entonces, en las misas de todo el mundo, se cita antes de recibir al Señor en la eucarístia.
El Evangelio (Lucas 7,1-10) de la liturgia de hoy, 16 de septiembre, nos relata el milagro de curación que Jesús realiza a un criado enfermo gravemente, por la intercesión del señor, un extranjero, un oficial romano, al que sirve.
«Q quizá el reconocimiento más conmovedor de la pobreza de nuestra oración floreció de la boca de ese centurión romano que un día suplicó a Jesús que sanara a su siervo enfermo (cf. Mt 8,5-13). Él se sentía completamente inadecuado: no era judío, era oficial del odiado ejército de ocupación. Pero la preocupación por el siervo le hace osar, y dice: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano» (v. 8). Es la frase que también nosotros repetimos en cada liturgia eucarística. Dialogar con Dios es una gracia: nosotros no somos dignos, no tenemos ningún derecho que reclamar, nosotros “cojeamos” con cada palabra y cada pensamiento… Pero Jesús es la puerta que nos abre a este diálogo con Dios.» (Papa Francisco, Audiencia general, 3 de marzo de 2021).
Lectura del santo evangelio según san Lucas (7,1-10):
En aquel tiempo, cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaún. Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que fuera a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: «Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga.»
Jesús se fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes; soy digno de que tú entres en mi casa; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; y a mi criado: «Haz esto», y lo hace.»
Al oír esto, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: «Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe.» Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.
Este hecho milagroso nos recuerda a aquel de san Mateo (15,21-28). En que Jesús libera de una posesión diabólica de una hija por la intercesión de su madre, una muer extrajera, era griega, una fenicia de Siria. La madre al igual que el centurión muestra una humildad y una fe extraordinaria, que maravilla a Jesús: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». En aquel momento quedó curada su hija.
Jesús mostró así que el Reino de Dios, y sus efectos, no eran negados al resto del mundo, sino que se podían beneficiar todos, no solo el pueblo elegido. La fe todo lo puede, sobrepasa barreras, fronteras y prejuicios. Aquí Jesús abrió las puertas del Reino a la universalidad de todos los seres humanos.
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Catena Aurea
Tito Bostrense
Después de haber alimentado a sus discípulos con sublimes enseñanzas, se fue a Cafarnaúm para hacer nuevos prodigios. Por lo que sigue: «Y cuando acabó de decir todas estas palabras, entró en Cafarnaúm».
San Agustín, de cons. evang. 2,20
Aquí debe entenderse que no entró antes de concluir el sermón; pero no se determina cuánto tiempo pasó desde que concluyó de hablar hasta que entró en Cafarnaúm. En ese mismo intervalo de tiempo fue curado aquel leproso de quien habla en su lugar San Mateo.
San Ambrosio
Después de haber dado sus preceptos, nos enseña la manera de cumplirlos; pues inmediatamente se pide al Señor la curación del siervo de un centurión, que era gentil. Por lo que sigue: «Y había allí muy enfermo un criado de un Centurión», etc. Cuando el evangelista dijo que estaba para morir, no mintió, pues hubiera muerto si Jesús no le hubiese sanado.
Eusebio
Este centurión era muy valiente en las guerras, y mandaba soldados romanos. Y como el criado principal de su casa estuviese enfermo, sabiendo que el Salvador curaba a muchos que estaban enfermos, y comprendiendo que esto no podría hacerse sólo por el humano esfuerzo, envió al Señor, no a aquellos que se distinguían de los demás hombres por su traje, sino a los ancianos; de donde prosigue: «Y cuando oyó hablar de Jesús, envió a El unos ancianos de los judíos», etc.
San Agustín, de cons. evang. 2,30
¿Cómo consideramos como verdadero lo que refiere San Mateo, cuando dice: «Se acercó a El un centurión» ( Mt 8,5), siendo así que no fue él quien se acercó en persona? Observemos que San Mateo habla según el modo usual. En efecto, si se puede decir que uno llega por otros, ¿con cuánta más razón se puede decir que se acerca por medio de otros? Luego San Mateo no mintió cuando habló de la venida del centurión a la presencia del Señor, sin decir si vino en persona o si vino por medio de otros, pues sus palabras llegaron hasta Jesús; porque cuanto más se cree, más se acerca una persona a otra.
Crisóstomo in Mat. hom. 27
¿Cómo además, dice San Mateo lo que aquel dijo: «No soy digno de que entres en mi casa» ( Mt 8,8), y San Lucas dice en este mismo lugar que le rogaba que viniese? Me parece que San Lucas quiso representarnos las adulaciones de los judíos. Es, pues, creíble que, queriendo el centurión ir a buscar al Señor, se lo impidiesen los judíos, ofreciéndole que ellos le traerían. Y se observa que sus ruegos estaban llenos de adulación, porque sigue: «Y ellos, luego que llegaron a Jesús, le hacían grandes instancias, diciéndole: Merece que le otorgues esto». Convenía, pues, que ellos dijesen que el centurión había querido venir, y que le rogaba, pero nosotros lo hemos detenido, viendo su grande aflicción, y el cadaver de su siervo que estaba tendido en su casa, o manifestar lo inmenso de su fe; pero no querían descubrir la fe de aquel hombre por envidia, para que no pareciese grande a Aquel a quien dirigían sus ruegos. San Mateo da a entender que el centurión no era israelita; pero San Lucas dice que había edificado una sinagoga, lo cual no ofrece contradicción alguna, porque muy bien pudo edificar la sinagoga sin ser judío.
Beda
Esto significa que, así como nosotros acostumbramos a llamar iglesia, así ellos llamaban sinagoga no sólo a la reunión de fieles, sino al lugar en donde se reunían.
Eusebio
Los ancianos de los judíos piden para él esta gracia a causa de las módicas sumas que había dado para construir una sinagoga; pero el Señor no se resolvió por esto sino por una mayor causa, es decir, engendrar la fe en todos los hombres por medio de su poder; por lo que sigue: «Y Jesús iba con ellos».
San Ambrosio
Lo cual hacía no porque no pudiese curarle estando ausente, sino para enseñarnos a ser humildes. No quiso ir al hijo de Régulo, para que no pareciese haber sido obsequioso con los ricos, pero aquí El mismo fue para que no se creyese que en el criado del centurión despreciaba la condición servil. El centurión, depuesta la soberbia militar, se convirtió en reverente y pronto para creer y dispuesto a honrar al Salvador. Por lo que sigue: «Y cuando estaba cerca de la casa, envió a El el centurión a sus amigos, diciéndole: Señor, no te tomes este trabajo: no soy digno», etc. Porque conjeturó que Cristo daba la salud a los hombres no con poder de hombre, sino de Dios. Los judíos afirmaron que era digno; pero él dice que es indigno, no sólo del beneficio, sino también de recibir al Señor: «Yo no soy digno de que entres en mi casa».
Crisóstomo in Mat. hom 27
Después que quedó libre de las instancias de los judíos -o de sus molestias-, envió a sus amigos diciendo: No creas que yo no he ido a buscarte por pereza -o por negligencia-, sino que me he creído indigno de recibirte en mi casa.
San Ambrosio
San Lucas dice muy oportunamente que el centurión mandó a sus amigos, para que no creyese que quería excitar la benevolencia del Señor con su presencia y que trataba de obligarle en virtud de su alta categoría. Por lo que sigue: «Por lo cual ni aun me he creído yo digno de salir a buscarte; pero mándalo con una palabra, y será sano mi criado».
Crisóstomo ut sup
En esto puedes comprender que el centurión había formado del Salvador la opinión que debía. En efecto, no dijo ora, sino manda, dudando que el Salvador se negase cuando él se humillaba. Y sigue: «Porque yo soy un oficial subalterno», etc.
Beda
Se presenta como sometido a una autoridad superior, o al tribuno, o al presidente, pero que sin embargo, mandaba a los que estaban a sus órdenes. Esto para que se comprenda que Jesús, siendo mucho más -puesto que era Dios- no necesitaba venir personalmente para hacer lo que quisiere, sino que también podía hacerlo por medio de sus ángeles. Tanto las enfermedades cuanto la valentía de los enemigos, no sólo podían rechazarse por medio de la palabra divina, sino también por el ministerio de los ángeles.
Crisóstomo
Debe notarse aquí que la palabra «haz», expresa una orden dada a un siervo. Por esto Dios, cuando quiso crear al hombre, no dijo a su Unigénito: «Haz al hombre», sino «Hagamos al hombre» ( Gén 1,26), para indicar la igualdad de honor por la forma del consentimiento. Porque reconocía en Jesucristo la excelencia de dominio, dice: «Di con tu palabra; porque yo digo a éste, ve, y va». Jesucristo no le reprendió por esto, antes al contrario, robusteció su intención. De donde sigue: «Oído lo cual, Jesús se admiró».
Beda
¿Pero quién había introducido en el centurión aquella fe, sino El mismo que se admiraba? Y aun cuando otro se la hubiese inculcado, ¿por qué se admiraba quien todo lo sabe? Nuestro Señor nos da a entender cuando se admira, que nosotros somos los que debemos admirarnos. Todos debemos comprender que, cuando se dice que el Señor experimenta tales emociones, no debe entenderse que su ánimo se perturba, sino que nos enseña como maestro.
Crisóstomo ut sup
Para que te convenzas de que el Señor dijo esto para instruir a los demás, lo explica el evangelista cuando dice: «En verdad os digo, que ni en Israel he encontrado una fe tan grande».
San Ambrosio
Y ciertamente, si lees así: «En ninguno hallé tanta fe en Israel», ese sentido es sencillo y fácil: pero si lees, como los griegos: «Ni aun en Israel hallé tanta fe», entonces esta fe se antepone a los escogidos, y a los que ven a Dios.
Beda
No habla refiriéndose a todos los patriarcas y profetas que habían existido antes, sino a los hombres que vivían en aquel tiempo; ante cuya fe prefiere la del centurión, porque aquéllos habían sido instruidos con las enseñanzas de la ley y de los profetas, y éste creía espontáneamente sin que nadie le enseñase.
San Ambrosio
Se prueba la fe del amo y se obtiene la curación del siervo. Por lo que sigue: «Y cuando volvieron a su casa los que habían sido enviados, hallaron sano al criado que estaba enfermo». Luego el mérito del amo puede aprovechar a los criados, no sólo por razón de la fe, sino también por el celo de la disciplina.
Beda
San Mateo explica esto más, porque cuando el Señor dijo al centurión ( Mt 8,13): «Ve, hágase como creíste», en aquella misma hora fue curado el siervo. Pero era costumbre de San Lucas abreviar y aun omitir enteramente lo que veía suficientemente expuesto por los demás evangelistas. Y lo que omitían o tocaban ligeramente lo dilucidaba con más cuidado.
San Ambrosio
En sentido místico, el siervo del centurión representa el pueblo de las naciones que, retenido por las cadenas de la esclavitud del mundo y enfermo de pasiones mortales, debía ser curado por la gracia del Señor.
Beda
El centurión cuya fe se prefería a toda la de Israel, representa a los gentiles que habían de ser elegidos, los que, rodeados de las virtudes espirituales, como de una cohorte de cien soldados, son sublimes en perfección. Pues el número cien que se escribe de izquierda a derecha es un signo de la vida celestial. Tales intercesores son necesarios a aquellos que aun viven bajo el temor con espíritu de servidumbre. Mas nosotros que creemos a causa de los gentiles, no podemos ir al Señor por ellos, a quien no es posible ver en la carne, sino que debemos acercarnos a El por la fe. Además debemos enviar a los ancianos de los judíos, esto es, a los hombres más eminentes de la Iglesia, que nos han precedido, rogándoles que sean nuestros defensores. Todo esto a fin de que, dándonos testimonio de que procuramos edificar la Iglesia, intercedan por nuestros pecados. Se dice bien que Jesús no estaba lejos de la casa, porque su salvación está cerca de los que le temen.Y el que observa bien la ley natural, cuanto más obra el bien, tanto más se acerca a Aquel que es el bien.
San Ambrosio
El centurión no quería que Jesús se molestase, porque el pueblo gentil desea preservar de toda injuria a Aquél, a quien el pueblo judío había crucificado, y (en cuanto al misterio), vio que Cristo no penetraría todavía en el corazón de los gentiles.
Beda
Los soldados y los siervos, que obedecían al centurión, representan las virtudes naturales, cuya práctica trae muchas riquezas cuando vienen al Señor.
Teofilacto
O de otro modo, el centurión representa el entendimiento que, en la malicia de muchos, es el príncipe, porque es el principal agente en esta vida (o se ocupa en muchas cosas y negocios). Tiene también un siervo, que es la parte irracional del alma (me refiero a la parte irascible y concupiscible). Y envía a Jesús intermediarios judíos, esto es, los pensamientos y las palabras de su confesión, y en seguida recibe sano a su siervo.