La presencia del Espíritu Santo. Dios está aquí

Dios está aquí y yo no lo sabía”. Esta expresión del Génesis (28,16) nos pertenece a cada uno de nosotros. ¿Quién de los que se dicen creyentes en Cristo saluda a su Espíritu nada más despertarse con un «buenos días Espíritu Santo»? Pues Dios está ahí, donde tú estás, está contigo; dice san Pablo:»¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1 Cor 3,16).

De modo que esta revelación de la palabra de Dios dándonos a conocer su presencia aquí, en nosotros, «más íntimo que yo mismo» que diría san Agustín, es algo de una importancia absolutamente vital.

Hemos de tomar seriamente conciencia del Misterio que nos habita, de lo que supone en nuestras vidas… Cuanto somos y cuanto podemos ser y hacer se lo debemos al Espíritu Santo. Somos obra del Amor de Dios; «en Él vivimos, no movemos y existimos»  (Hch 17,28); sin Él no hacemos nada de válido, (y si es que hacemos algo…, tal vez sea entorpecer).

De modo que urge ser consciente y ahondar en su conocimiento y trato y hacer cuanto nos sea posible por ponernos a disposición de esa Presencia divina en nuestras vidas, y  dejarla hacer. No hay nada que debamos hacer, sino dejar de hacer para que Él haga. Dios que en su inmensidad ha creado todo y todo lo sostiene y anima, también quiere seguir haciendo lo mismo con nosotros, de manera continuada. Dios pide que le dejemos actuar…, que su Presencia amorosa trabaje en nosotros y por nosotros; nada tenemos que hacer, solo dejarle a El que haga. Hasta que no comprendamos seriamente esta verdad, nada realmente válido podemos realizar con nuestra vida; pues es El, el Espíritu Santo, quien nos santifica. Todo lo demás carece de importancia. » Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Salmo 126) Todo esfuerzo humano es insuficiente; todo nuestro hacer es inútil sin Dios, y acaba en la melancolia o en la soberbia.

A continuación les ofrezco un pequeño -pero hermoso- relato[1] de hace ya tiempo, escrito a los pocos años del nacimiento de la Renovación Carismática allá por el 1967, tras el Concilio, y que nos pone de relieve lo que el Espíritu Santo puede hacer si se le deja:

         El doctor E., en otro tiempo era uno de  los médicos más ricos de la ciudad de H. Era agnóstico, hasta que un día encontró a Cristo, y entonces renunció a su consulta de la que obtenía pingües beneficios, y abrió una sencilla clínica a disposición de los pobres del `ghetto’, de forma gratuita.

         Su gesto generoso se contagió a otros colegas, llegando a ser 16 los médicos que colaboran gratuitamente con él.

         La clínica ayuda a centenares de personas. Al día atiende de 150 a 200 enfermos.  Unos son liberados de enfermedades corporales y espirituales, otros de esclavitudes de clases.

         Hay que escuchar pacientemente sus enfermedades y dolencias; se le da un consejo; se le da amor. Damos a cada paciente los medios materiales indispensables: alimentos, vestidos, muebles, mejor casa. Las iglesias nos facilitan todas estas ayudas.

         La fuente de inspiración es el vivir y transmitir el amor de Cristo. De ahí recibe la clínica la fuerza de entregarse.

         «Pocos pacientes nos agradecen los cuidados médicos», señala E, «pero todos nos agradecen por la impresión que les hemos dado. Entre los diferentes responsables del funcionamiento de la clínica reina un gran amor, que repercute en los pacientes. Se establecen lazos personales profundo entre el enfermo y el personal que lo cuida. Todos se esfuerzan por formar una gran fraternidad».

         «Aquí se realizan normalmente pequeños milagros. El mes pasado, por causa de un tornado se hundió el techo. La farmacia se lleno de agua; los utensilios del laboratorio se vieron afectados. Lo anunció la radio local. Este mensaje produjo un número tan grande de respuestas de clínica, firmas industriales y médicos, que en muy poco tiempo disponíamos ya de un material tres veces superior al que teníamos antes del desastre. El Señor está con nosotros cada día».

         «El Señor quiere que asumamos la vida, la miseria y la pobreza de estas personas. Nuestro primer objetivo no es el de ganar almas. Al contrario, aprendemos a darnos totalmente sin respetar nada a cambio. Pablo nos enseña que nosotros, los cristianos, estamos en el mundo, pero no somos del mundo».

         Dentro de poco, se espera la llegada de tantos colaboradores voluntario que ya se hacen planes para recibir 650 enfermos podría. Por las noches y en los fines de semana, albañiles, carpinteros y electricistas trabajan gratuitamente en la puesta a punto de los nuevos locales.

[1] SMET, W.: «Comunidades carismáticas», Ed. Roma, Barcelona, 1978, pp.105-124.

ACTUALIDAD CATÓLICA