En este día 22 de abril, cuando se cumple el 573 aniversario de su nacimiento, queremos recordar a esta figura extraordinaria y santa, sin duda, pese a sus detractores. Fue una reina grande, la más grande que haya habido, por su personalidad, sus virtudes y por cuanto supuso en un momento histórico excepcional.
La Reina Isabel I de Castilla, conocida como Isabel la Católica, nació el 22 de abril de 1451 y murió el 26 de noviembre de 1504. Caso con el príncipe Fernando II, del reino Aragón, lo que llevó a que ambos reinos se unieran, y en 1496 fueron nombrados «Reyes Católicos» por el Papa Alejandro VI. Con solo 25 años de reinado Isabel la Católica ha llegado a ser es la reina más célebre de todo el mundo.
Desde el 1967 lleva iniciado su proceso de canonización. Quizá esta relentización se deba a que existe un excesivo respeto al “qué dirán”… de los judíos o de los enemigos de España que hacen seguidismo de la “leyenda negra”.
Lo cierto es que esta persona, Isabel la Católica, reúne grandeza de virtudes, que fue de una fe total y fiel a la Iglesia Católica y que fue justa y caritativa, amando a los pobres y débiles; también hizo mucho por España, por su unidad y grandeza, y por América, por la consideración de la dignidad de los indios. El Cardenal Cisneros que la conoció muy bien –pues fue su confesor- dijo a su muerte: “Desaparece una Reina que no ha de tener semejante en la tierra, por la grandeza de alma, pureza de corazón, piedad cristiana, justicia a todos por igual”.
Ya también se ha cumplido el requisito para su beatificación: el de que se que se dé algún milagro por su intercesión.
Por último, añadimos por nuestra parte un dato a tener en cuenta y para evitar reticencias de escrúpulos: seguro que ya está en cielo, en la santa presencia del Señor: han pasado cinco siglo y medio de su existencia, si hubiera tenido algo que purgar, cosa de la que dudar ante tan apabullante riquezas espirituales de una persona tan bienhechora y los sufrimientos que en vida tuvo que pasar como las muertes de su único hijo varón, a los 19 años, y las muertes de otra hija, Isabel de Aragón, un años después, y de un nieto.
Un dato más: tanto su nieto Carlos V y su bisnieto Felipe II fueron buen ejemplo de catolicidad y de trato humano con los nuevos súbditos de sus reinos allende los mares. La fe estaba antes que la política, y el Imperio, al servicio de la evangelización.
Les invitamos a leer el artículo “Isabel la Católica, reina misionera” del padre José María Iraburu, del que hemos extraído estas líneas:
–La expulsión de los judíos
Esta expulsión es esgrimida por algunos como una descalificación total de la reina Isabel. Pero esa actitud nace de la ignorancia o de la malicia. En Isabel la Católica no hay signo alguno de antisemitismo, como puede comprobarse porque no pocos hombres de su mayor confianza eran de origen judío –Alonso de Cartagena, fray Hernando de Talavera, su confesor, y otros–. Consta documentalmente su preocupación personal por evitar abusos en los bienes de los judíos. La Real Provisión de 18 de julio de 1492, por ejemplo, castigaba todo maltrato o injusticia contra las judíos del Reino.
Luis Suárez hace notar sobre esto:
«En el siglo XV, en todos los países, la ciudadanía estaba ligada al principio religioso, de modo que el no fiel podía ser un huésped tolerado y sufrido –ésta es la frase exacta que utilizan los documentos–, pero no un súbdito. Al huésped, al que se cobra una determinada cantidad por cabeza a cambio del derecho de estancia, se le podía suspender ese permiso [expulsarlo]. Lo habían hecho ya Inglaterra, Francia y todas los países europeos conforme llegaban a su madurez política. De modo que España fue el último. Se trata, en todo caso, de un error colectivo, general y no de una decisión personal. ¿Saben ustedes que el claustro de la Universidad de París se reunió para felicitar a los reyes por la medida que, al fin, habían tomado?» («Alfa y Omega» 4-IV-2002).
–El Testamento de Isabel la Católica
La reina Isabel ve que su vida se va acabando, y se siente inquieta por la suerte de los indios, de modo que mes y medio después de hacer su Testamento, días antes de morir, «entre los días 12 de octubre y 25 de noviembre de 1504», le añade un Codicilo en el que expresa su última y más ardiente voluntad (Suárez, Isabel I, 414):
«Por cuanto, al tiempo que nos fueron concedidas por la Santa Sede Apostólica las islas y Tierra Firme del mar Océano, descubiertas y por descubrir, nuestra principal intención fue, al tiempo que lo suplicamos al Papa Alejandro VI, de buena memoria, que nos hizo dicha concesión, de procurar inducir y traer los pueblos de ellas y convertirlos a nuestra Santa Fe católica, y enviar a las dichas islas y Tierra Firme prelados y religiosos y otras personas doctas y temerosas de Dios, para instruir los vecinos y moradores de ellas en la Fe católica y enseñarles y doctrinar buenas costumbres y poner en ello la diligencia debida, según más largamente en las cartas de dicha concesión se contiene.
«Por ende suplico al rey mi señor afectuosamente, y encargo y mando a la dicha princesa mi hija y al dicho príncipe su marido, que así lo hagan y cumplan y que éste sea su principal fin y que en ello pongan mucha diligencia y no consientan ni den lugar que los indios, vecinos y moradores de las dichas Indias y Tierra Firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas y bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados y si algún agravio han recibido, lo remedien y provean por manera que no se exceda en cosa alguna lo que por las letras apostólicas de la dicha concesión nos es infundido y mandado».
Ya lo ven. Días antes de morir, Isabel la Católica expresa como Reina, en un Codicilo añadido a su Testamento, que sus herederos mantengan la unidad de la fe en España y defiendan los derechos de los indígenas americanos. Éste fue el último latido de su corazón.
También les invitamos a leer: “¿Pero realmente hay motivos para beatificar a Isabel la Católica? No uno, sino 10”, del padre Javier Olivera Ravasi.
Y el nuestro: «La futura beata: Isabel, la reina Católica«.
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