«El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz«. (Lc 16,8).
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«El hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas» (GS 13,2).
En la actualidad desgraciadamente vivimos en un mundo que humanamente hablando vamos a peor. Habrá otros progresos, pero concretamente en este del ser humano en cuanto tal, en cuanto a su genuidad: su libertad responsable, su elevación en dignidad, en conciencia, en sensibilidad moral, en principios y valores; es decir, en cuanto a ser más persona, mejor, más buena y bondadosa, no.
Pecar no es gratis. Hay que asumir la responsabilidad de hacer lo que se hace. Aunque ahora nos vengan con ese latiguillo de que «yo no me arrepiento de nada», que revela soberbia y lavamiento de manos, hay que arrostrar lo que se ha hecho y tener el coraje de sentirlo y pedir perdón; de modo que si se vuelve a dar…, no lo volver a repetir el mismo comportamiento.
Que nada ni nadie te impida hacer el bien; de lo contrario, no eres libre, algo te tiene sometido.
Entre el bien y el mal —desde la fe en el Dios de Jesús— se da una asimetría en pro del bien.
Habría más creyentes si lo que decimos creer creyéramos realmente, o lo que es lo mismo si viviéramos comprometidamente nuestra fe.
