Los malos son principalmente –»y con razón»– los que más acendradamente niegan que exista el más allá y el consiguiente juicio o ajuste de responsabilidades. Si no existe, entonces para ellos “felizmente” no se cumplirá aquello del evangelio: «nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse» (Lc 8,17).
El Evangelio según san Lucas (8,16-18) de la liturgia del día de hoy, 23 de septiembre, nos habla de este asunto tan importante: las responsabilidad de lo que hacemos y que al final se verá, y será nos reconocido para bien o para mal:
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz. Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público. A ver si me escucháis bien: al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener.»
Y como dice san Pablo en su primera carta a los Corintios (4,4-5), centrándose en lo nuestras acciones negativas, que aunque la conciencia, que puede ser errónea o estar eclipsada, puede no inculparnos, Dios que no ve todo más allá de nuestra misma conciencia nos lo pondrá todo en evidencia, y en cuanto a la responsabilidad aunque no nos remuerda la conciencia, y entonces cada uno recibirá de Dios lo que merece.
La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor. Así, pues, no juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá de Dios lo que merece.
El Señor «iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá a descubierto…». Nada, hasta lo más nimio y oculto. «hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados» (Mt 10,30). Por eso, ¡cuidado! Los que han sido malos, que no piensen que «se van a ir de rositas»; cuanto menos tendrán que purgar su mal.
«Al final seremos examinados en el amor«, dice san Juan de la Cruz. Porque en realidad se pondrá a descubierto nuestra alma amante, si durante la vida hemos vivido amando. Si a la fuente del Amor, la Trinidad, que habita nuestra alma se la ha permitido amarnos para hacernos amantes. Es un juicio sobre el amor, con amor; un juicio con tiene tintes positivos, con vocación salvadora.
Aunque el empeño del Señor ha sido, con su encarnación y cruz, el salvarnos, y hacerlo desde ya, en y a partir de esta vida, insuflándonos su aliento vital de amor a través de don del Espíritu Santo, que nadie se abandone y despreocupe pues también hay una tarea por nuestra parte, la de corresponder a ese amor salvador. Los efectos salvíficos ya de ver ahora, se ha de anticipar en esta vida, traduciéndose en signos de amor fructífero.
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Catena Aurea
Beda
El Señor había dicho a sus apóstoles: «A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios, mas a los otros en parábola». Y ahora manifiesta que también habrán de revelarse alguna vez a los demás los divinos misterios, diciendo: «Nadie enciende una antorcha, y la cubre con alguna vasija, o la pone debajo de la cama», etc.
Eusebio
Como diciendo: Así como la luz se enciende para que luzca y no para que sea escondida bajo el celemín o bajo la cama, así también los misterios del reino de los cielos publicados por medio de parábolas, aunque se oculten a los extraños, no tendrán para todos un sentido desconocido. De donde prosigue: «Porque no hay cosa encubierta que no haya de ser manifestada, ni escondida, que no haya de ser descubierta y hacerse pública». Es decir, aunque se han dicho muchas cosas por medio de parábolas, para que viendo no vean, y oyendo no comprendan -por su incredulidad-, sin embargo, toda palabra será explicada.
San Agustín, de quaest. evang. 2, 12
O de otro modo, con estas palabras enseña de una manera figurada la confianza con que debe predicarse para que no haya quien esconda la luz de la ciencia por temor a los inconvenientes carnales. Con el nombre de vasija o de cama significa la carne, y con la palabra antorcha designa la palabra divina. El que la oculta por miedo a los inconvenientes carnales, antepone la carne a la manifestación de la verdad, y el que teme predicar, cubre, por decirlo así, la palabra con su carne. Aquél, por el contrario, que pone la luz sobre el candelero es el que somete su cuerpo al servicio de Dios, de suerte que la predicación de la verdad esté encima y la servidumbre del cuerpo debajo.
Orígenes de serm. Dom. 1, 12
Y el que quiera adaptar la antorcha a los discípulos más perfectos de Jesucristo, nos lo dará a conocer por medio de aquellas palabras que se dijeron de San Juan, a saber: «Que él era la antorcha que ardía y que lucía». No conviene, pues, que aquél que tiene luz en su inteligencia la esconda bajo la cama en la cual se descansa, ni debajo de un vaso, porque el que hace esto no facilita la entrada a la casa a aquéllos para quienes se ha preparado la luz, sino que la debe poner sobre el candelero, esto es, para toda la Iglesia.
Crisóstomo in Mat. hom. 45
Con estas palabras los estimula a la vida activa, manifestándoles que deben ser esforzados, como expuestos a las miradas de todos y batallando en el mundo como en un teatro. Como diciendo: No consideréis que permanecemos en una pequeña parte del mundo, sino que seréis conocidos de todos, porque una virtud tan grande es imposible que quede oculta.
San Máximo
O acaso el Señor se llama a sí mismo antorcha que ilumina a todos los que habitan en la casa, esto es, en el mundo. Pues siendo Dios por naturaleza y habiéndose hecho hombre por misericordia, es semejante a la luz de una lámpara retenida en un vaso de carne por medio del alma, como el fuego es retenido por medio de la mecha en el vaso de una lámpara. Llama candelabro a la Iglesia, sobre la que brilla el Verbo divino y la alumbra con los rayos de la verdad como si fuese una casa. Llamó por medio de semejanzas vasija y cama al culto material de la ley, debajo del cual no quiere ser adorado.
Beda
Con insistencia nos enseña Jesucristo a escuchar la divina palabra, para que la meditemos continuamente en nuestra alma y la podamos hacer oír a otros. Por esto sigue: «Ved, pues, cómo oís: porque a aquel que tiene se le dará», etc. Como diciendo: Aplicad toda vuestra atención a la palabra que vais a oír; porque al que ama la palabra, le será dado comprender el sentido de lo que ama; pero el que no tiene amor de oír, por mucho ingenio que tenga, y por muy ejercitado que esté en el estudio de las letras, ninguna dulzura gustará de la Sabiduría. Muchas veces el perezoso recibe ingenio para ser más justamente castigado por su negligencia, porque lo que pudo conseguir a costa de poco trabajo, no quiso conocerlo; y a veces el estudioso de tarda inteligencia, sufre, a fin de que su recompensa sea tanto más grande, cuanto más trabaja para aprender.