En la liturga del día de hoy, 29 de octubre, el evangelio (Lc 13,18-21)) nos hablan de la esperanza del reino o reinado de Dios. Es decir, la gloria de Dios, el dinamismo de su gracia, animando la existencia con santidad de la vida trinitaria, que Jesucristo, encarnándose, ha hecho presente en la tierra, y con el envio del Espíritu Santo se vivifica y expande su dinamismo de amor.
Como dice el evangelio, el Reino es como una semilla apenas aparente que se oculta enla tierra, o la levadura que se introduce en la masa de hariana. Ambas silenciosamente, humildemente, lentamente, produicirán su efecto, crecerán, harán desarrollarse la vida que secretamente comportan. Jesus, es la expresesión de esa vida, sin obstensidad, de manera humilde, sin algardes, reducido a un milímetro en el vientre de una mujer, con una vida oculta en Nazaret, con una muerte humillante, es la viva revelación del Reino divino, que místicamente sostiene todo.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (13,18-21):
En aquel tiempo, decía Jesús: «¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas.»
Y añadió: «¿A qué compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.»
La realidad parece contradecir que haya semillas del Reino en medio del mundo actual, cabe rememorar ahora más que nunca las palabras de san Juan: «el mundo yace bajo el poder del Maligno» (1 Jn 5,19). Aunque no veamos florecer el reino de Dios como cabría desear por todos los que creemos, no por ello debemos dejarnos desfallecer y no perder la esperanza, pues aunque no parezca visible, el reino de Dios cree por obra de la gracia de Dios. El evangelio de hoy pone de relieve en la fuerza expansiva y transformadora del reinado de Dios: con las dos parábolas a las que se parece el Reino, un pequiñisimo grano de mostaza que crece y crece hasta hacerse tan grande que es capaz de acobijar nidos de pájaros, y la lavadura de la masa de harina, que la hace fermentar…
Todos los que somos de Cristo, aún en nuestra poca cosa, en nuestra humilde ser de criaturas frágiles y llenas de imperfecciones, tenemos –cual semillas del Reino- la imperiosa obligación de manifestar lo que portamos. El Espíritu Santo mora en nosotros, ocultamente, y hemos de, sigiendo el impulso divino, dar esos frutos de amor. Aunque sean en obras sencillas, de la vida cotidiana, intrascendentes, cuando se ponen bajo el dinamismo de la gracia divina del Reino, fermentan, se sobrenaturalizan, trascienden en valor eterno.
Al reino de Dios hay que dejarle hacer… dentro de nosotros y en en medio de nosotros, en nuestra historia. El reino o reinado de Dios es fruto gratuito que supera con mucho la acción humana, es más, el ser humano tan solo tiene que «estar», prestarse «pasivamente», dejarse hacer, a que la semilla crezca, mientras él esta «como ausente», durmiendo, la gracia del reino, la acción divina en el terreno (alma) humana va actuando y haciéndola crecer en santidad.
“Lo bueno de las semillas enterradas y de la levadura amasada es que, al final, resultan ser signos del Reino de Dios.
“Pero ser enterrado, y casi peor, ser amasado, es doloroso y algo amargo. Y es que ¡nadie se entera! No hay reconocimiento, ni casi agradecimiento. Nos gustaría más hacer un poco más de ruido. Pero es normal que, para que haya fruto o haya pan, tenga que haber semilla enterrada y levadura amasada. Y eso ocurre en el silencio.
“Es la situación de la madre o padre a quien no le gusta cocinar, pero cocina cada día del año para que su familia pueda vivir y crecer. O la de los abuelos que cuidan de los nietos a veces a “caso hecho”. En otro tiempo, habría sido la de los monjes amanuenses que copiaban la Biblia y textos litúrgicos letra a letra y coma a coma. Y es la de cada uno de nosotros cuando decimos una palabra amable, sonreímos a alguien, hacemos un favor sin esperar recompensa, acompañamos a un anciano o enfermo…Como efecto de onda expansiva, esas cosillas enterradas, silenciosas y aparentemente mínimas y sin importancia, van cambiando el día, la vida de otras personas. En el momento, nadie lo aprecia o siquiera se entera. Pero, a la larga, dan fruto y fruto abundante. Pero exigen esperanza y paciencia. Los frutos no se dan de la noche a la mañana como quizá a veces quisiéramos.” (Cármen Aguinaco Ciuadad Redonda)
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Palabras del papa Francisco
(Ángelus, 16 de junio de 2024)
Hoy el Evangelio de la liturgia nos habla del Reino de Dios a través de la imagen de la semilla (cf. Mc 4,26-34). Varias veces Jesús usa esta similitud (cf. Mt 13,1-23; Mc 4,1-20; Lc 8,4-15), y hoy lo hace invitándonos a reflexionar en particular sobre una actitud importante vinculada con la imagen de la semilla y la actitud es la espera confiada.
En efecto, en la siembra, por buena y abundante que sea la simiente que esparce el agricultor y por bien que prepare la tierra, las plantas no brotan inmediatamente: ¡hace falta tiempo y hace falta paciencia! Por ello, es necesario que después de sembrar este sepa esperar con confianza, para permitir a las semillas que se abran en el momento preciso y a los brotes que germinen en la tierra y crezcan, lo suficientemente fuertes como para asegurar, al final, una cosecha abundante (cf. vv. 28-29). Debajo de la tierra ya se está produciendo el milagro (cf. v. 27), hay un enorme desarrollo, pero es invisible, se necesita paciencia y, mientras tanto, es necesario seguir cuidando las tierras labrantías, regarlas y mantenerlas limpias, a pesar de que en la superficie parezca que no sucede nada.
También el Reino de Dios es así. El Señor deposita en nosotros las semillas de su Palabra y de su gracia, semillas buenas y abundantes, y después, sin dejar de acompañarnos, espera con paciencia. El Señor sigue cuidándonos, con la confianza de un Padre, pero nos da tiempo – el Señor es paciente – para que las semillas se abran, crezcan y se desarrollen hasta dar fruto de buenas obras. Y esto porque quiere que en su campo no se pierda nada, que todo llegue a la plena maduración; quiere que todos nosotros podamos crecer como espigas cargadas de grano.
No solo. Haciendo así, el Señor nos da un ejemplo: nos enseña también a nosotros a sembrar con confianza el Evangelio allí donde estemos y después a esperar que la semilla plantada crezca y dé fruto en nosotros y en los demás, sin desanimarnos y sin dejar de apoyarnos y ayudarnos unos a otros, incluso allí donde, a pesar de los esfuerzos, nos parece que no se ven resultados inmediatos. A menudo, de hecho, también entre nosotros, más allá de las apariencias, el milagro está ya en marcha y a su debido tiempo dará frutos abundantes.
Por ello, podemos preguntarnos: ¿Yo dejo sembrar en mí la Palabra? ¿A su vez, siembro con confianza la Palabra de Dios en los ambientes en los que vivo? ¿Soy paciente a la hora de esperar, o me desanimo porque no veo inmediatamente los resultados? Y, ¿sé confiar todo serenamente al Señor, al tiempo que doy lo mejor de mí para anunciar el Evangelio?
Que la Virgen María, que acogió e hizo crecer en su interior la semilla de la Palabra, nos ayude a ser sembradores generosos y confiados del Evangelio.
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Catena Aurea
Glosa, aequivalenter, non expresse
Cuando se avergonzaban los enemigos y se alegraba el pueblo por los milagros que Jesús hacía, da a entender el progreso del Evangelio con ciertas parábolas. «Decía pues: ¿A qué es semejante el reino de Dios? Al grano de mostaza», etc.
San Ambrosio
Se habla en otro lugar del grano de mostaza comparándolo a la fe. Luego si el reino de Dios y la fe son semejantes al grano de mostaza, la fe es también el reino de los cielos que se encuentra dentro de nosotros ( Lc 17). El grano de mostaza es un ser pequeño y simple, pero si se muele manifiesta su fuerza. Y la fe parece sencilla desde luego, pero si es mortificada por la adversidad, en seguida da a conocer la gracia de su virtud. Grano de mostaza son los mártires, tenían olor de fe, pero estaba oculta. Vino la persecución, fueron heridos por la espada y esparcieron por todos los ámbitos del mundo los granos de su martirio. También el mismo Dios es grano de mostaza. Quiso ser mortificado para que dijésemos: somos buen olor de Cristo ( 2Cor 2,15). Quiso también ser sembrado, como el grano de mostaza que toma un hombre y lo siembra en su huerto. Jesucristo en un huerto fue preso y sepultado, pero también resucitó en él y se convirtió en árbol. Por lo cual sigue: «Y se hizo grande árbol». Porque Nuestro Señor es un grano cuando está sepultado en la tierra y árbol cuando se eleva hasta el cielo. Es también árbol que da sombra a todo el mundo. Por lo que sigue: «Y las aves del cielo reposaron en sus ramas»: esto es, las potestades de los cielos y todos los que merecieron volar por sus acciones espirituales. Las ramas son San Pedro y San Pablo, en cuyas enseñanzas se descansa de ciertas cuestiones y los que estábamos lejos volamos a su seno, tomadas las alas de las virtudes a través de las controversias. Por tanto siembra a Cristo en tu huerto. Un huerto es un sitio lleno de flores, en el cual florezca la gracia de tus obras y se exhale el variado perfume de muchas virtudes. Por tanto, donde está Jesucristo allí se encuentra el fruto de la semilla.
San Cirilo
O bien: el reino de Dios es el Evangelio, por el cual conseguimos poder reinar con Cristo. Del mismo modo que la semilla de la mostaza es más pequeña que la de otras plantas y sin embargo crece tanto que sirve de sombra a muchas aves, así la doctrina saludable se encontraba poco extendida al principio, pero después creció extraordinariamente.
Beda
El hombre es Cristo y el huerto es su Iglesia, que debe ser cultivada por sus doctrinas -cuyo huerto se dice con razón ha recibido el grano de mostaza- porque las gracias que nos ha concedido con el Padre por su divinidad, las ha recibido con nosotros por la humanidad. Creció la predicación del Evangelio y se extendió por todo el mundo. Crece también en el alma de todo creyente, porque ninguno se hace perfecto de pronto. Creciendo, pues, se eleva, no como las hierbas (que se secan pronto), sino a semejanza de los árboles que se elevan mucho. Las ramas de este árbol son sus diferentes dogmas, en los que las almas castas forman su nido y descansan subiendo a lo alto con las alas de sus virtudes.
Teofilacto
Cada hombre que recibe el grano de mostaza, esto es, la predicación evangélica y la siembra en el huerto de su alma, forma un árbol grande que luego produce ramas. Y las aves del cielo, esto es, los que se sobreponen a las cosas de la tierra, descansan en las ramas, es decir en sus vastas contemplaciones. San Pablo recibió la primera enseñanza de Ananías ( Hch 9) como pequeño grano de mostaza. Pero plantándolo en su jardín produjo muchas y buenas doctrinas, en las cuales habitan los que tienen pensamientos elevados como San Dionisio, Hieroteo y otros muchos. Después dice que el reino de Dios es semejante a la levadura. Y sigue: «Y otra vez dijo: ¿A qué diré que el reino de Dios es semejante? Es semejante a la levadura», etc.
San Ambrosio
Muchos creen que Jesucristo es la levadura, porque la levadura que se hace de la harina, es de la misma especie que ella, pero tiene mayor fuerza. Así también Jesucristo es igual a sus padres en el cuerpo, pero incomparablemente superior a ellos por su dignidad. Luego, la Iglesia santa figura el tipo de la mujer, de quien se dice: «Que tomó una mujer y la escondió en tres medidas de harina hasta que todo quedase fermentado».
San Ambrosio
Nosotros somos la harina de esta mujer, la cual esconde a nuestro Señor en lo interior de nuestra alma, hasta que el calor de la sabiduría celestial fermente nuestros pensamientos más escondidos. Y como dice que la levadura está escondida en tres medidas, parece con razón que debemos creer al Hijo de Dios escondido en la ley, cubierto en los profetas y ultimado en la predicación del Evangelio. Yo, sin embargo, prefiero aceptar lo que el mismo Señor nos ha enseñado: que la levadura es la doctrina espiritual de la Iglesia y la Iglesia santifica al hombre renacido en el cuerpo, en el alma y en el espíritu por la levadura espiritual, cuando estas tres cosas se reúnen con cierto lazo en los deseos, teniendo iguales aspiraciones en su voluntad. Y así, si en esta vida permanecen las tres medidas en una misma levadura hasta que fermenten y se hagan una misma cosa, la comunión de los que aman a Cristo será incorruptible en la vida futura.
Teofilacto
También puede entenderse por esta mujer al alma, y las tres medidas sus tres potencias: la racional, la irascible y la concupiscible. Por tanto, si alguno oculta en estas tres cosas al Verbo de Dios, hará todo esto espiritual, de tal modo que no peque ya la razón contra lo enseñado, ni sea arrastrado por la ira ni por la concupiscencia, sino que se conforme con el Verbo de Dios.
San Agustín. De verb. Dom., serm. 32.
Las tres medidas de harina pueden representar también al género humano, que fue reparado por los tres hijos de Noé y la mujer que esconde la levadura es la sabiduría de Dios.
San Eusebio, in Cat. graec. Patr
O de otro modo, el Señor llama levadura al Espíritu Santo, como virtud que procede de la semilla, esto es, de la palabra de Dios. Las tres medidas de harina significan el conocimiento del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que la mujer, esto es, la sabiduría divina y el Espíritu Santo, extienden.
Beda
Llama levadura al amor que hace creer y mueve a la mente. La mujer, que es la Iglesia, esconde la levadura del amor en las tres medidas, porque mandó que amemos a Dios de todo corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. Y esto hasta que fermente todo, es decir hasta que la caridad transforme nuestra alma en su perfección, lo cual empieza aquí pero concluye en la eternidad.