El peligro de idolizar a Dios

         «Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque así son los adoradores que el Padre quiere. Dios es espíritu, y sus adoradores han de adorarlo en espíritu y en verdad»  (Jn 4,23-24)

         «Tú estás cerca sólo de su boca, pero muy lejos de su corazón» (12,2)

 

                                                               *****

         En cierta ocasión le decía al filósofo frances Fontenelle un sacerdote:

           Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza.

           ¡Oh! -contestó Fontenelle. Y el hombre le ha hecho a imagen suya.[1] 

                                                                *****

 

         ¿Cuántas veces rezamos con nuestra actitud al Dios verdadero y cuántas  un dios hecho a nuestra medida o imagen, o sea a un ídolo?

 

            Si el hombre está pre-ocupado por sus cosas, sus intereses y afanes, su interior se hallará ocupado por el egoísmo, y por lo tanto no habrá espacio allí para Dios. Es un lugar «tomado».

         Si nuestro interior está liberado de intereses, propiedades y deseos, Dios puede hacérsenos presente. Se requiere fundamentalmente de ese silencio interior para encontrarnos con Dios. Cuanto más nos vaciamos de nosotros más hueco abrimos a Dios para que se haga presente. Si nuestro yo se hace nuestro dios, Dios se ausenta. Cuanto más dios somos para nosotros mismos, Dios será menos Dios en nosotros.

 

         Con cuánta facilidad, a veces sin que lo sospechemos, convertimos a Dios, al Trascendente, al Absoluto, en un relativo más, en algo al alcance de nuestra mano: en un `eidolon’, es decir, en cosa contingente. Tratamos, en definitiva, de hacer a Dios algo, una cosa más entre otras, controlable, sometible, dominable, objeto nuestro de nuestro beneficio.       

          El pecado de idolatría de los israelitas no sería porpiamente tal; pues no adoraron seguramente a un ídolo, ya que el becerro de oro sería como el pedestal preparado para el verdadero Dios: el pueblo quiere obligar a Dios a hacerse presente ofreciéndole un trono; así tendría en sus manos a Dios. Es una pretensión de manipularlo, de tener su poder teniéndole a él. ¿Cuántas veces nos ocurre lo mismo, que queremos someter a Dios a nuestra voluntad y conveniencia, y lo tratamos de manejar a nuestro antojo, disimulada pero groseramente?

         Pero he aquí que resulta que ante la imposibilidad de manipularlo, de dominarlo,… ante ese -como es lógico- no hacernos caso por su parte, pasamos a no hacerle caso nosotros.

          Cuando poseemos un ídolo nos alejamos de Dios, lo perdemos de vista. Un ídolo es más cómodo que Dios. Es hechura muestra, controlable. Pensar a Dios es fabricar un ídolo.

 

         No nos hagamos un Dios a nuestra medida. Creamos en El tal como se nos ha manifestado en Jesús.

         Todo creyente tiene que vigilar permanentemente para no confundir a Dios con las representaciones que hacemos de El.

         Tenemos tendencia a formarnos un Cristo a nuestra imagen, en vez de dejarnos impresionar por la suya, por El, por su Espíritu que nos habita. «El día que tomamos conciencia de estar habitados por Dios es como si naciéramos de nuevo. ¡Qué rezón tenía Unamuno cuando, citando al P. Faber, escribía que `una nueva idea de Dios es como un nuevo nacimiento’!»[2]

 

         Hemos de estar en constante conversión, en un continuo renovarnos ante Dios, renovarnos por una relación cada vez más íntima con el Señor. Toda imagen, toda forma representante de Dios debe desvanecerse.        

    «Hemos de estar dispuestos a aceptar morir a muchas representaciones espontáneas que no son suficientemente ciertas. No siempre lo que se siente es lo más real y lo más verdadero. `El camino de la realidad esta jalonado de objetos perdidos’, decía Freud.»[3]      

           …..

 

         Lo más santo, lo más sagrado, la Verdad, Dios mismo, en manos de los hombres puede llegar a no ser «más que un ídolo fabricado. Porque la verdad sin la caridad no es Dios.» [4]

 

———

 

[1] VEGA, V., Diccionario ilustrado de anécdotas, Ed. Gustavo Gili, 3ª ed., Barcelona, 1965, p.96.

[2] GONZALEZ-CARVAJAL, L.: «Esta es nuestra fe», Sal    Terrae, Santander, 1984, p.96.

[3] Cfr. AYEL, V.: «¿Qué significa «Salvación cristiana?, Sal Tarrae, Santander 1980, p.157.

[4] PASCAL, B.: «Pensamientos», Artª XVI, LXII, Origen, Barcelona 1982, p.119.

 

ACTUALIDAD CATÓLICA