El Cielo

En el Evangelio de la liturgia de hoy, 5 de junio, Jesús nos habla del cielo. Manifiesta su existencia, la resurrección de los muertos, y la vida semejante a los ángeles.

Es la respuesta  contundente de Jesús a los saduceos que no creían ni en la inmortalidad del alma ni en la resurrección de los muertos ni que existieran los ángeles, a diferencia de los fariseos que si creían en más allá. Los saduceos era un grupo político-religioso, clase alta judía,

 

Lectura del santo evangelio según san Marcos 12, 18-27:

En aquel tiempo, fueron a ver a Jesús algunos de los saduceos, los cuales afirman que los muertos no resucitan, y le dijeron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito que si un hombre muere dejando a su viuda sin hijos, que la tome por mujer el hermano del que murió, para darle descendencia a su hermano. Había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo se casó con la viuda y murió también, sin dejar hijos; lo mismo el tercero. Los siete se casaron con ella y ninguno de ellos dejó descendencia. Por último, después de todos, murió también la mujer. El día de la resurrección, cuando resuciten de entre los muertos, ¿de cuál de los siete será mujer? Porque fue mujer de los siete”.

Jesús les contestó: “Están en un error, porque no entienden las Escrituras ni el poder de Dios. Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni los hombres tendrán mujer ni las mujeres marido, sino que serán como los ángeles del cielo. Y en cuanto al hecho de que los muertos resucitan, ¿acaso no han leído en el libro de Moisés aquel pasaje de la zarza, en que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Están, pues, muy equivocados”.

 

Si ahora estamos en la perspectiva de cielo, en la esperanza, “le amamos creyendo lo que veremos, pero entonces le amaremos viendo lo que hemos creído…” (San Agustín).

El cielo será el lugar donde un día se realizarán todas nuestras esperanzas, tras pasar por un mundo distópico, e imperfecto, bajo la influencia del príncipe de este mundo.

«Dios, que ha creado y da la vida a los hombres,… nos prometió a todos la inmortalidad; a nadie excluyó de sus beneficios celestiales.» (Unamuno).

El cielo será el  banquete eucarístico perpetuo.

El cielo será como un estasis contemplativo de amor fraterno, de comunión de los santos.

El cielo será para hacerlos una ligera e imperfecta idea como decir: ¡Ojalá, no se acabe nunca! El cielo será como un constante hacer todas las cosas nuevas, como aquella vez que vivimos algo maravillo por primera vez, y así por siempre.

El cielo será como encontrase en casa. Saber, sentir, que ese su lugar de origen y de destino, su sitio «natural».

Tengamos en cuenta lo que Jesús dijo, sobre el lugar del cielo, hablando de que muchas estancias…(cf. Juan 14, 1-6.) y también del lugar en el Reino de los cielos en que Dios Padre será quien asigne el lugar a cada cual. Valga el símil, aunque la gloria será para todos, todos santos, unos según el grado de santidad así se estará repartido el lugar: los más grandes santos, los niños, los mártires, estará en zonas privilegiadas, como si fuera un teatro, en los palcos; los demás, pecadores todos, en graduación, estaremos en el patio de bocatas, desde las primeras filas hasta las últimas.

Una vida cual los angeles, y las relaciones con los propios familires será superada en intensidad, perfección, santidad y grandeza a la que se tuvo en el mundo, al igual que lo será con los demás miembros de la familia humana de Dios. Todo relación será superada hasta niveles desconocidos, animada por el amor trinitario o reinado divino. 

 

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