El Adviento y la Virgen María están íntimamente relacionados, en un doble sentido: Dios preservó un ser humano excepcional, es decir, sin tacha, pecado de origen, sin ningún pecado, inmaculado, donde venir a «tomar tierra», a recibir la carne humana, sin estar contaminada, sino como Dios Padre la creó originalmente; el otro sentido, es de la promesa del Mesías, que habría de venir a redimir a la Humanidad esclavizada, condenada, y María, como toda chica judía de su tiempo, vivía en la perspectiva de esa esperanza.
En lo que respecta a eso último, puede ver este artículo: Cuarto domingo de Adviento. La Santísima Virgen María. La beata Ana Catalina Emmerick cuenta su revelación acerca de la figura de María: Donde desarrolla de forma extraordinaria esto: Tuve entonces la explicación de la Inmaculada Concepción de María y supe que en el Arca de la Alianza había estado oculto un sacramento de la Encarnación, de la Inmaculada Concepción, un misterio de la Redención de la humanidad caída. Y según dice Ana, la abuela de Jesús: “Alabad a Dios, el Señor, que ha tenido piedad de su pueblo, que ha cumplido la promesa hecha a Adán en el paraíso, cuando le dijo que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente…”. De modo que el Adviento es el tiempo mariano por excelencia; nadie, como la Virgen, ha estado tan en la expectación del Redentor. Ella, desde antes de su creación, Dios pensó en ella, apostó por ella, y en ella puso el destino de la Humanidad, porque ella hace posible el Adviento. El domingo cuarto de Adviento está dedicado a la Santísima Virgen María, la madre de Jesús.
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