Este es el viaje de la Virgen María a visitar a su pariente Isabel tras el anuncio del arcángel Gabriel en que la anunciaba había encontrado gracia a los ojos de Dios y que era la elegida para cumplir la promesa del Mesías esperado, a lo que ella asintió: María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). A continuación marcharse Gabriel, es la narración del evangelio de la misa de hoy, 21 de diciembre.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,39-45):
EN aquellos días, María se levantó y puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
De esta perícopa evangélica podemos destacar varias cosas:
Ya escribimos una artículo «La Virgen de la Disponibilidad«, en que destacábamos la actitud de María, como una constante vital: como dice el papa Francisco (que podemos leer ampliamente más abajo), «Siempre piensa en los demás: así es María, pensando siempre en las necesidades de los demás. Lo mismo hará después, en las bodas de Caná, cuando se da cuenta que falta el vino. Es un problema de los otros, pero ella piensa en esto y trata de encontrar una solución. María siempre piensa en los otros. Piensa también en nosotros.»
La disposición de María es el estilo de su vida. Ella así, nos indica el camino. El camino de los seguidores de Cristo, el de la servicialidad: «no he venido para ser servido sino para servir». Si nos reparamos en los momentos en que ella aparece en los Evangelios, tiene intervenciones de estar a disposición…, de Dios, de los demás, del momento… Ella está donde debe estar, donde Dios quiere, a disposición del Reino, donde los demás la necesitan…
María que tendría por entonces 16 ó 17 años asumió con un «hágase» incondicional lo que se la proponía respecto al Mesías prometido. No especuló, no hizo cálculos, sino que inmediatamente tras asentir, se confió a Dios, se puso en marcha, «se levantó», la vida la cambió en un momento, ya nada iba a ser igual, y «se puso en camino de prisa».
A toda prisa se fue a ver a Isabel, que -según la dijo Gabriel, estaba embarazada (de seis meses) y era de edad avanzada (bien superaría los 40 años), ya no podía tener hijos. Entonces María dejó todo y partió para asistirla en esos últimos meses (dos y medio?).
Algo a aclarar: 1) María con respecto a Isabel, no era propiamente prima, sino que si que sería su madre, Ana. 2) Ambas, Ana e Isabel, al igual de su marido Zacarías (en la línea descendiente de Aarón) pertenecían a la tribu de Leví, tribu a la que se le confió el cuidado y el servicio del tabernáculo, y más tarde del templo; por entonces Zacarías ejercía el sacerdocio en el templo cuando se le reveló su paternidad de Juan, el Bautista. (Nota: María pertenece, por parte de su padre Joaquín a la tribú de Judá, como también su marido José, en la línea de David).
Dos cuestiones más, importantísimas, que ya hemos tratado en otros artículos: «Visitación de María a su pariente Isabel«, «La Anunciación, 25 de marzo«, «La Encarnación, versus aborto»
El reconocimiento de que ya hay vida humana en el vientre de la mujer, en una, de Isabel, con Juan, de 6,5 meses, y la otra, en María, con Jesús, de tan sólo 10 o 15 días, aproximadamente. Lo que da la razón a los provida y a la doctrina de la Iglesia acerca del aborto.
La confesión de la divinidad de Jesús y de la maternidad de Dios de María: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?»
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Palabras del papa Francisco
(Ángelus, 19 diciembre 2021)
El Evangelio de la Liturgia de hoy, cuarto Domingo de Adviento, narra la visita de María a Isabel (cf. Lc 1,39-45). Recibido el anuncio del ángel, la Virgen no se queda en casa, pensando en lo sucedido y considerando los problemas y los imprevistos, que ciertamente no faltaban: porque, pobrecilla, no sabía qué hacer con esta noticia, con la cultura de aquella época… No entendía… Al contrario, lo primero que hace es pensar en quien la necesita; en vez de encerrarse en sus problemas, piensa en quien la necesita, piensa en Isabel su pariente, que es mayor y está embarazada: algo raro, milagroso. María emprende el viaje con generosidad, sin dejarse intimidar por los inconvenientes del viaje, respondiendo a un impulso interior que la llama a hacerse cercana y a ayudar. Un largo camino, kilómetros y kilómetros, y no había un autobús que fuera allí: tuvo que ir a pie. Sale para ayudar, compartiendo su alegría. María dona a Isabel la alegría de Jesús, la alegría que llevaba en el corazón y en el vientre. Va donde ella y proclama sus sentimientos, y esta proclamación de los sentimientos después se ha convertido en una oración, el Magníficat, que todos nosotros conocemos. Y el texto dice que «se levantó María y se fue con prontitud» (v. 39).
Se levantó y se fue. En el último tramo del camino del Adviento dejémonos guiar por estos dos verbos. Levantarse y caminar con prontitud: son los dos movimientos que María hizo y que nos invita también a nosotros a hacer en vista de la Navidad. En primer lugar, alzarse. Después del anuncio del ángel, para la Virgen se perfilaba un periodo difícil: su embarazo inesperado la exponía a incomprensiones y también a penas severas, incluso a la lapidación, en la cultura de aquella época. ¡Imaginemos cuántos pensamientos y turbaciones tenía! Sin embargo, no se desanima, no se desespera, sino que se levanta. No mira hacia abajo, hacia los problemas, sino a lo alto, hacia Dios. Y no piensa a quién pedir ayuda, sino a quién ayudar. Siempre piensa en los demás: así es María, pensando siempre en las necesidades de los demás. Lo mismo hará después, en las bodas de Caná, cuando se da cuenta que falta el vino. Es un problema de los otros, pero ella piensa en esto y trata de encontrar una solución. María siempre piensa en los otros. Piensa también en nosotros.
Aprendamos de la Virgen esta forma de reaccionar: levantarnos, sobre todo cuando las dificultades amenazan con aplastarnos. Levantarnos, para no empantanarnos en los problemas, hundiéndonos en la autocompasión o cayendo en una tristeza que nos paraliza. Pero ¿por qué levantarnos? Porque Dios es grande y está preparado para levantarnos si nosotros le tendemos la mano. Entonces arrojemos en Él los pensamientos negativos, los miedos que bloquean todo impulso y que impiden ir adelante. Y después hagamos como María: ¡miremos a nuestro alrededor y busquemos alguna persona a la que podamos ser de ayuda! ¿Hay algún anciano que conozco al que puedo ayudar un poco, ser de compañía? Que cada uno lo piense. ¿O hacer un servicio a una persona, un favor, una llamada? ¿Pero a quién puedo ayudar? Me levanto y ayudo. Ayudando a los otros, nos ayudaremos a nosotros mismos a levantarnos de las dificultades.
El segundo movimiento es caminar con prontitud. No quiere decir proceder con agitación, de forma sofocada, no, no quiere decir esto. Se trata más bien de conducir nuestras jornadas con paso alegre, mirando adelante con confianza, sin arrastrarnos con desgana, esclavos de las lamentaciones —estas quejas arruinan muchas vidas, porque uno se pone a lamentarse y lamentarse y la vida va abajo. Las quejas te llevan a buscar siempre alguien a quien culpar. Yendo hacia la casa de Isabel, María procede con el paso rápido de quien tiene el corazón y la vida llenos de Dios, llenos de su alegría. Entonces preguntémonos, para nuestro beneficio: ¿cómo es mi “paso”? ¿Soy propositivo o me quedo en la melancolía, en la tristeza? ¿Voy adelante con esperanza o me detengo para compadecerme? Si procedemos con el paso cansado de los gruñones o de los chismorreos, no llevaremos a Dios a nadie, solamente llevaremos amargura, cosas oscuras. Hace mucho bien, sin embargo, cultivar un sano sentido del humor, como hacían, por ejemplo, santo Tomás Moro o san Felipe Neri. Podemos pedir también esta gracia, la gracia del sano humorismo: hace mucho bien. No nos olvidemos de que el primer acto de caridad que podemos hacer al prójimo es ofrecerle un rostro sereno y sonriente. Es llevarles la alegría de Jesús, como hizo María con Isabel.
¡La Madre de Dios nos tome de la mano, nos ayude a levantarnos y caminar con prontitud hacia la Navidad!
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(Ángelus, 23 diciembre 2018)
La liturgia de este cuarto domingo de Adviento se centra en la figura de María, la Virgen Madre, que espera dar a luz a Jesús, el Salvador del mundo. Fijemos nuestra mirada en ella, un modelo de fe y caridad; y podemos preguntarnos: ¿Cuáles fueron sus pensamientos durante los meses de espera? La respuesta proviene del pasaje del Evangelio de hoy, la historia de la visita de María a su pariente anciana, Isabel (cf. Lucas 1, 39-45) El ángel Gabriel le había dicho que Isabel estaba esperando un hijo y que ya estaba en el sexto mes (cf. Lucas 1, 26.36). Y entonces la Virgen, que acababa de concebir a Jesús por la obra de Dios, partió apresuradamente de Nazaret, en Galilea, para llegar a las montañas de Judea y encontrar a su prima.
El Evangelio dice: «Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (v.40). Seguramente ella estaba feliz con ella por su maternidad, y a su vez Isabel saludó a María diciendo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (Vv. 42-43). E inmediatamente elogia su fe: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que fueron dichas de parte del Señor» (v.45). Es evidente el contraste entre María, que tenía fe, y Zacarías, el esposo de Isabel, que había dudado y no había creído la promesa del ángel y, por lo tanto, permaneció en silencio hasta el nacimiento de Juan. Es un contraste.
Este episodio nos ayuda a leer con una luz muy especial el misterio del encuentro del hombre con Dios. Un encuentro que no está bajo la bandera de prodigios asombrosos, sino en nombre de la fe y la caridad. De hecho, María es bendecida porque creyó: el encuentro con Dios es el fruto de la fe. Zacarías en cambio, quien dudó y no creyó, permaneció sordo y mudo. Crecer en fe durante el largo silencio: sin fe, inevitablemente permanecemos sordos a la voz consoladora de Dios; y seguimos sin poder pronunciar palabras de consuelo y esperanza para nuestros hermanos. Y lo vemos todos los días: las personas que no tienen fe o que tienen una fe muy pequeña, cuando tienen que acercarse a una persona que sufre, les dicen palabras de circunstancia, pero no pueden llegar al corazón porque no tienen fuerzas. No tiene fuerza porque no tiene fe, y si no tiene fe, las palabras que llegan al corazón de los demás no vienen. La fe, a su vez, se nutre de la caridad. El evangelista nos dice que «se levantó María y se fue con prontitud» (v. 39) hacia Isabel: apresurada, no ansiosa, no ansiosa, sino con prontitud, en paz. «Se levantó»: un gesto lleno de preocupación. Podría haberse quedado en casa para prepararse para el nacimiento de su hijo, en lugar de eso, se preocupa primero de los demás que de sí misma, demostrando, de hecho, que ya es una discípula de ese Señor que lleva en su vientre. El evento del nacimiento de Jesús comenzó así, con un simple gesto de caridad; además, la auténtica caridad es siempre el fruto del amor de Dios. La visita del evangelio de María a Isabel, que escuchamos hoy en la misa, nos prepara para vivir bien la Navidad, comunicándonos el dinamismo de la fe y la caridad. Este dinamismo es obra del Espíritu Santo: el Espíritu de amor que fecundó el seno virginal de María y que la instó a acudir al servicio de su pariente anciana. Un dinamismo lleno de alegría, como vemos en el encuentro entre las dos madres, que es todo un himno de júbilo alegre en el Señor, que hace grandes cosas con los pequeños que se fían de él.
Que la Virgen María nos obtenga la gracia de vivir una Navidad extrovertida, pero no dispersa, extrovertida: en el centro no está nuestro «Yo», sino el Tú de Jesús y tú de los hermanos, especialmente aquellos que necesitan ayuda. Entonces dejaremos espacio al amor que, también hoy, quiere hacerse carne y venir a vivir entre nosotros.
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Catena Aurea
San Ambrosio
Habiendo el ángel anunciado cosas ocultas para confirmar la fe con su ejemplo, anunció a la Virgen la concepción de una mujer estéril. Cuando María oyó esto, no como incrédula del oráculo, ni como incierta del mensajero, ni como dudando del ejemplo, sino como alegre del voto, religiosa por su oficio y transportada de gozo, se dirigió hacia las montañas. De donde sigue: «Levantándose María en aquellos días, se fue a las montañas». Llena ya de Dios ¿dónde había de ir con presteza sino hacia las alturas?
Orígenes
Jesús, que estaba en su seno, se apresuraba para santificar a Juan, encerrado aún en el vientre de su madre. Por lo que sigue: «Con premura», etc.
San Ambrosio
La gracia del Espíritu Santo no conoce dilaciones. Aprended, oh vírgenes, a no deteneros en las plazas, a no mezclaros en público en conversaciones.
Teofilacto
Por esto se fue a las montañas, porque Zacarías habitaba en las montañas. De donde sigue: «En una ciudad de Judá, y entró en casa de Zacarías».
San Ambrosio
Aprended, santas mujeres, los cuidados que debéis prestar a vuestras parientas embarazadas. María, pues, que antes estaba sola en el mayor recogimiento, no fue detenida lejos del público por su pudor. La aspereza de las montañas no arredró su celo, ni lo largo del camino retardó sus servicios. Aprended también, vírgenes, de la humildad de María. Viene la cercana a la próxima, la más joven a la más anciana. Y no sólo viene, sino que también saludó la primera, por lo que sigue: «Y saludó a Isabel». Conviene, pues, que cuanto más casta sea una virgen, más humilde sea y deferente para los superiores en edad. Debe ser maestra en humildad la que profesa la castidad. Hay también una causa de piedad, porque el superior viene al inferior para asistirlo. María viene a Isabel, Cristo a Juan.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Mathaeum, 4
O de otro modo, la Virgen ocultaba en el fondo de su corazón lo que se le había dicho y no lo descubrió a nadie, porque no creía que prestasen asentimiento a relatos admirables. Antes al contrario, creía que si hablaba recibiría ultrajes como si ocultase un crimen propio.
Griego
Por esto va a refugiarse -o mejor dicho recurre- sólo a Isabel. Así estaba acostumbrada, tanto por el parentesco y por conformidad de sus costumbres.
San Ambrosio
Pronto se declaran los beneficios de la venida de María y la presencia del Señor, pues sigue: «Y cuando Isabel oyó la salutación de María, la criatura dio saltos». Advierte en esto la diferencia y la conformidad de una y otras palabras. Isabel oyó la voz primero y San Juan recibió primero la gracia. Ella oyó según el orden de la naturaleza y éste saltó de gozo por razón del misterio. Aquélla sintió la venida de María, éste la venida del Señor.
Griego
El profeta ve y oye mejor que su madre y saluda al Príncipe de los profetas. Mas no pudiendo con palabras, lo saluda en el vientre -lo cual constituye la cúspide de la alegría-. ¿Quién ha tenido noticias alguna vez de que alguien haya saltado de gozo antes de nacer? La gracia insinuó cosas que eran desconocidas a la naturaleza. El soldado, encerrado en el vientre, conoció al Señor y al Rey que había de nacer, sin que el velo del vientre obstaculizase la mística visión. Por tanto, vio, no con los ojos de la carne sino con los del espíritu.
Orígenes
No había sido lleno del Espíritu Santo hasta que la que llevaba a Jesucristo en su vientre se presentó delante de él. Entonces fue cuando -lleno del Espíritu Santo- saltaba de gozo dentro de su madre. Y prosigue: «Y fue llena Isabel del Espíritu Santo». No hay que dudar, pues, que la que entonces fue llena del Espíritu Santo, lo fue por su hijo.
San Ambrosio
Aquella que se había ocultado, porque había concebido un hijo, empezó a manifestarse porque llevaba en su vientre un profeta. Y la que antes se avergonzaba, ahora bendice. Por tanto, prosigue: «Y exclamó en alta voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres». Exclamó en alta voz cuando advirtió la venida del Salvador, porque creyó que su parto debía ser misterioso.
Orígenes
Dice, pues: «Bendita tú entre las mujeres». Ninguna fue jamás tan colmada de gracia, ni podía serlo, porque sólo ella es Madre de un fruto divino.
Beda
Fue bendecida por Isabel del mismo modo que lo había sido por el arcángel, para que se mostrase digna de la veneración a los ángeles y a los hombres.
Teofilacto
Pero como había habido otras mujeres santas que habían engendrado hijos manchados por el pecado, añade: «Y bendito el fruto de tu vientre». O de otro modo, había dicho: «Bendita tú entre las mujeres». Y como si alguien le preguntase el porqué, añadió la causa: «Y bendito el fruto de tu vientre,…». Así como se dice en el Salmo 117 ( Sal 117,26-27): «Bendito el Señor Dios, que viene en nombre del Señor, y nos iluminó». Acostumbraba la Sagrada Escritura tomar la palabra y en el sentido y lugar de la palabra porque.
Orígenes
Llamó al Señor fruto del vientre de la Madre de Dios porque no procedió de varón, sino sólo de María, pues los que tomaron la sustancia de sus padres, fruto son de ellos.
Griego
Sólo este fruto es bendito, porque se produce sin varón y sin pecado.
Beda
Este es el fruto que se prometió a David: «Pondré sobre tu trono un fruto de tu vientre» ( Sal 131,11).
Severo de Antioquía
De este pasaje -en el cual se afirma que Cristo es fruto del vientre- surge una refutación de Eutiques. En efecto, todo fruto es de la misma naturaleza que la planta de donde procede. De donde se deduce que la Virgen es de la misma naturaleza que el segundo Adán, que quita los pecados del mundo. Y aun aquellos que dicen que es fantástica apariencia la carne de Cristo, quedan confundidos con el verdadero parto de la Madre de Dios; porque el mismo fruto nace de la misma sustancia del árbol. ¿Dónde están también aquellos que dicen que Jesucristo ha pasado por la Virgen como por un acueducto? Noten en las palabras de Isabel, a quien llenó el Espíritu Santo, que Jesucristo fue fruto del vientre.
Prosigue: «¿Y de dónde esto a mí, que la Madre de mi Señor venga a mí?»
San Ambrosio
No dice esto como ignorando pues sabe que por gracia y operación del Espíritu Santo, la Madre del Señor saluda a la madre del profeta para provecho de su hijo. Y para que conste que esto no sucede en virtud de mérito humano, sino del don de la gracia divina, dice así: «¿De dónde esto a mí?», esto es: ¿Con qué jactancia, en virtud de qué acciones, por cuáles méritos?
Orígenes
Diciendo esto está conforme con su hijo; porque también San Juan se considera indigno de la venida de Jesucristo a él. Llama Madre del Señor a la que todavía es Virgen, vaticinando así la realización de lo que se le había anunciado. La provisión de Dios -o sea su providencia- había llevado a María a casa de Isabel para que el testimonio de San Juan llegase desde el vientre al Señor. Y desde aquel momento el Señor constituyó a San Juan en profeta suyo. Por lo cual sigue: «Porque he aquí, luego que llegó la voz de tu salutación a mis oídos».
San Agustín, epistola, 57
Para decir esto, como antes declara el evangelista, fue llena del Espíritu Santo, el cual sin duda se lo reveló, y por ello conoció lo que significaba aquel salto del niño; esto es, que había venido la Madre de Aquel de quien él era precursor y el futuro manifestador. La significación de un asunto de tanta importancia pudo ser conocido por personas mayores, no por un niño. Pues no dijo: «Saltó de fe el niño en mi vientre», sino «Saltó de gozo». Pues vemos que el salto no sólo es propio de los niños, sino también de los corderos, cuyos saltos no proceden de alguna fe, ni de la religión, ni de ningún otro conocimiento racional. Pero este saltar es nuevo e inusitado, porque tiene lugar en el vientre, y a la venida de Aquella que había de dar a luz al Salvador de todos. Por tanto, este saltar y -por decirlo así- este saludo dado a la Madre del Señor -como suelen hacerse los milagros-, se hizo divinamente en el niño y no naturalmente por el niño. Aun cuando el uso de la razón y de la voluntad hubiera sido tan precoz en el niño, que desde el seno de su madre hubiese podido conocer, creer y sentir, también esto debe considerarse como obra del divino poder y uno de sus milagros, pero nunca como obra de la naturaleza humana.
Orígenes
Había venido la Madre del Señor a visitar a Santa Isabel para ver la concepción milagrosa que el ángel le había anunciado, para que de ello se siguiese la credulidad respecto del fruto más excelente que habría de nacer de la Virgen. Y refiriéndose a esta fe, habla Santa Isabel, diciendo: «Y bienaventurada la que creíste, porque cumplido será lo que te fue dicho de parte del Señor».
San Ambrosio
Ved que María no dudó sino que creyó, por lo cual consiguió el fruto de la fe.
Beda
Y no debe llamar la atención que el Señor -que había de redimir al mundo- empezase su obra por su propia Madre, a fin de que aquella, por la que se preparaba la salvación a todos, recibiese en prenda -la primera- el fruto de salvación.
San Ambrosio
Pero también vosotros sois bienaventurados, porque habéis oído y creído. Cualquier alma que cree, concibe y engendra al Verbo de Dios y conoce sus obras.
Beda
Todo el que concibe al Verbo de Dios en su inteligencia, sube al punto por la senda del amor a la más alta cumbre de las virtudes, puesto que puede penetrar en la ciudad de Judá -esto es, en el alcázar de la confesión y de la alabanza- y hasta permanecer en la perfección de la fe, de la esperanza y de la caridad «como tres meses» en ella.
San Gregorio Magno, super. Ezech., 1,8
Fue ilustrada por el espíritu de profecía acerca de lo pasado, lo presente y lo futuro, que conoció que aquélla había creído en las promesas del ángel. Y llamándola Madre, comprendió que llevaba en su vientre al Redentor del género humano. Y prediciendo las cosas que habían de suceder, vio también lo que se seguiría en lo futuro.