El Evangelio del día de hoy, 13 de noviembre, es claro en su significado y sugerente en cuanto a lo que se puede extraer de él. Se trata de la curación de diez leprosos.., narrado por Lucas 17,11-19:
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea.
Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.»
Al verlos, les dijo: «ld a presentaros a los sacerdotes.»
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?»
Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado.»
A las afueras de la población, descartados, excluidos de la sociedad, se encontraban un notable grupo (10, número redondo, de totalidad, en el que podríamos estar todos nosotros) de infestados por una enfermedad «maldita», pestosa y altamente peligrosa. A gritos clamaron a Jesús, como maestro, y como taumaturgo, que empatizara con ellos y les curara. Y Jesús, Dios, hace el milagro.
Jesús les mando que fueran ante los sacerdotes para que «certificaran» ante la ciudadanía que no eran «malditos», pues Dios les había rehabilitado, limpiándolos. En el camino, antes de llegar a presentarse a los sacerdotes, en el camino, se produjo la curación. De los diez, tan sólo uno de ellos -y además, el extranjero, un samaritano- fu el único en volverse presó de gozo y emoción, y especialmente de gratitud, a dar gloria a Dios, y adorar a Jesús, echándose a tierra a sus pies. Y Jesús le dijo: «Levántate; tu fe te ha salvado.»
A destacar el que de todos ellos uno sólo y extranjero fue el que por fe reconoció a Jesús no como un sanador del cuerpo, sino como Dios, hacia el que se vuelve -y pasa del trámite de los sacerdotes- para agradecerle y rendirle culto. Entra en juego la fe, la fe que más que cura, salva; ese extranjero, no solo quedó milagrosamente sanado físicamente de la lepra también quedó sanado del alma.
Y en cuanto a la extranjería del curado, viene a demostrar la universalidad de la fe, sin exclusión; como ocurriera días antes en la lectura del profeta Elías con la viuda de Sarepta, una extrajera, o como también el mismo Jesús, hace una semana, con la mujer de las migajas de los perros, otra extranjera.
Por lo demás, tengamos como cristianos una actitud de agradecimiento por nuestra fe. ¿De dónde viene ese agradecimiento? Pues precisamente de la experiencia de sabernos creados, bautizados, discípulos de Jesús, amados, perdonados, curados, sanados y salvados. En el encuentro con Jesús hemos experimentado todo eso, lo hemos vivido, y ese entusiasmo de fe gozosa nos lleva a dar gracias, gloria, alabanza… a Nuestro Señor.
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Palabras del papa Francisco
(Homilía Misa de Canonización de los Beatos Giovanni Battista Scalabrini y Artemide Zatti, 9 de octubre de 2022)
Mientras Jesús va de camino, diez leprosos se le acercan gritando: «Ten compasión de nosotros» (Lc 17,13). Los diez son sanados, pero sólo uno de ellos vuelve para dar las gracias a Jesús: es un samaritano, una especie de hereje para los judíos. Al principio caminan juntos, pero luego la diferencia la hace aquel samaritano, que regresa «alabando a Dios a grandes gritos» (v. 15). Detengámonos en estos dos aspectos que el Evangelio de hoy nos sugiere: caminar juntos y agradecer.
En primer lugar, caminar juntos. Al principio de la narración no hay distinción entre el samaritano y los otros nueve. Se habla simplemente de diez leprosos, que forman un grupo y, sin división, van al encuentro de Jesús. La lepra, como sabemos, no era sólo una llaga física ―que también hoy debemos esforzarnos por erradicar―, sino también una “enfermedad social”, pues en aquella época, por miedo al contagio, los leprosos debían permanecer fuera de la comunidad (cf. Lv 13,46). Por eso, no podían entrar en los pueblos, se los mantenía a distancia, relegados a los márgenes de la vida social e incluso religiosa, aislados. Caminando juntos, estos leprosos expresan su grito contra una sociedad que los excluye. Y fijémonos bien que el samaritano, aunque sea considerado un hereje, un “extranjero”, forma grupo con los demás. Hermanos y hermanas, la enfermedad y la fragilidad en común hacen caer las barreras y superan toda exclusión.
Es también una imagen hermosa para nosotros, porque cuando somos honestos con nosotros mismos, recordamos que todos tenemos el corazón enfermo, que todos somos pecadores, que todos estamos necesitados de la misericordia del Padre. Y entonces dejamos de dividirnos en base a los méritos, a los papeles que desempeñamos o a cualquier otro aspecto exterior de la vida; y caen así los muros interiores, caen los prejuicios. Así, finalmente, nos redescubrimos como hermanos. También Naamán el sirio ―como nos ha recordado la primera lectura―, aunque era rico y poderoso, para ser curado tuvo que hacer una cosa sencilla, sumergirse en el río en el que todos los demás se bañaban. Para empezar, tuvo que quitarse su armadura, sus ropas (cf. 2 Re 5). Cuánto bien nos hace quitarnos nuestras armaduras exteriores, nuestras barreras defensivas, y darnos un buen baño de humildad, recordando que todos somos frágiles por dentro, todos estamos necesitados de curación; todos somos hermanos. Recordemos que la fe cristiana siempre nos pide que avancemos junto a los demás, nunca que seamos caminantes solitarios; siempre nos invita a salir de nosotros mismos hacia Dios y hacia los hermanos, nunca a encerrarnos en nosotros mismos; siempre nos pide que nos reconozcamos necesitados de curación y de perdón, que compartamos las fragilidades de los que nos rodean, sin sentirnos superiores.
El segundo aspecto es agradecer. En el grupo de los diez leprosos hubo uno solo que, al verse curado, volvió a alabar a Dios y a mostrar su gratitud a Jesús. Los otros nueve fueron sanados, pero luego cada uno tomó su camino, olvidándose de Aquel que los había curado. Olvidar las gracias que Dios nos da. El samaritano, en cambio, hizo del don recibido el inicio de un nuevo camino; regresó donde Aquel que lo había sanado, fue a conocer de cerca a Jesús y comenzó una relación con Él. Su actitud de gratitud no fue, pues, un simple gesto de cortesía, sino el inicio de un camino de gratitud. Se postró a los pies de Cristo (cf. Lc 17,16), es decir, realiza un gesto de adoración, reconoció que Jesús es el Señor, y que Él era más importante que la curación que había recibido.
Y esta, hermanos y hermanas, es también una gran lección para nosotros, que nos beneficiamos de los dones de Dios todos los días, pero que a menudo seguimos nuestro propio camino, olvidándonos de cultivar una relación viva, real con Él. Esa es una fea enfermedad espiritual, dar todo por sentado, incluso la fe, incluso nuestra relación con Dios, hasta el punto de convertirnos en cristianos que ya no saben asombrarse, que ya no saben decir “gracias”, que no muestran gratitud, que no saben ver las maravillas del Señor. “Cristianos superficiales”, como decía una señora que conocí. De esta manera, acabamos pensando que todo lo que recibimos cada día sea obvio y merecido. La gratitud, el saber decir “gracias”, nos lleva en cambio a atestiguar la presencia de Dios-amor. Y también a reconocer la importancia de los demás, superando la insatisfacción y la indiferencia que deforman nuestro corazón. Saber dar las gracias es esencial. Todos los días, dar gracias al Señor, aprender a darnos las gracias entre nosotros: en la familia, por esas pequeñas cosas que recibimos a veces sin ni siquiera preguntarnos de dónde vienen; en los lugares que frecuentamos cada día, por los muchos servicios que disfrutamos y por las personas que nos apoyan; en nuestras comunidades cristianas, por el amor de Dios que experimentamos a través de la cercanía de los hermanos y hermanas que muchas veces en silencio rezan, ofrecen, sufren, caminan con nosotros. Por favor, no olvidemos nunca esta palabra clave: ¡Gracias! No nos olvidemos de escuchar y decir “gracias.
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Catena Aurea
San Ambrosio
Después de la parábola antedicha, son reprendidos los ingratos. Dice pues: «Y aconteció que yendo Jesús a Jerusalén», etc.
Tito Bostrense
Para dar a conocer que los samaritanos son benévolos mientras los judíos son desagradecidos a los beneficios que se les había dispensado. Había enemistad entre los samaritanos y los judíos, la que el Señor se proponía disipar, pasando entre ellos para unirlos en un hombre nuevo.
San Cirilo
Después de la parábola manifiesta el Salvador su gloria para suscitar la fe de Israel. Prosigue: «Y entrando en una aldea salieron a El diez hombres leprosos», expulsados de las ciudades y de las aldeas y considerados como inmundos por la ley de Moisés.
Tito Bostrense, in Cat. graec. Patr
Ellos hablaban entre sí, porque los unía la desgracia común y se presentaron donde Jesús había de pasar, estando inquietos por verle venir. Y prosigue: «Que se pararon de lejos», porque la ley de los judíos considera a la lepra como enfermedad inmunda. Pero la ley del Evangelio no considera como inmunda la lepra externa, sino la interna.
Teofilacto
Esperan desde lejos como avergonzados por la impureza que tenían sobre sí. Creían que Jesucristo los rechazaría también, como hacían los demás. Por esto se detuvieron a lo lejos, pero se acercaron por sus ruegos. El Señor siempre está cerca de los que le invocan con verdad ( Sal 145,18). Prosigue: «Y alzaron la voz diciendo: Jesús, maestro, ten misericordia de nosotros».
Tito, ut sup
Invocan el nombre de Jesús y obtienen lo que desean, porque Jesús quiere decir Salvador. Dicen: «Apiádate de nosotros», porque conocen la magnitud de su poder y no le piden oro ni plata, sino la salud y purificación de su cuerpo.
Teofilacto
Y no le piden sencillamente, ni le ruegan como mortal. Le llaman maestro, esto es, Señor, con lo que casi dan a entender que lo consideran como Dios. Pero El les manda que se presenten a los sacerdotes, por lo que sigue: «Cuando El los vio les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes», porque éstos veían si habían sido curados o no de la lepra.
San Cirilo, in Cat. graec. Patr
La ley también mandaba que los curados de la lepra ofreciesen un sacrificio en acción de gracias por la curación.
Teofilacto
Al mandarles que fuesen a los sacerdotes ya les daba a conocer que debían ser curados. Por esto sigue: «Y aconteció que mientras iban quedaron limpios».
San Cirilo, ut sup
Los príncipes de los judíos, émulos de la gloria de Jesús, podían conocer que habían sido curados de una manera inesperada y admirable, siendo Jesucristo quien les había concedido la salud.
Teofilacto
Siendo ellos diez, nueve que eran israelitas fueron desagradecidos y el forastero, que era samaritano, volvió expresando su gratitud. Por esto sigue: «Y uno de ellos volvió glorificando a Dios a grandes voces».
Tito, ut sup
Le dio confianza para aproximarse la curación obtenida. Por esto sigue: «Y se postró en tierra a los pies de Jesús, dándole gracias», manifestando así con su postración y sus ruegos su fe y su gratitud.
Prosigue: «Y éste era samaritano».
Teofilacto
De aquí se puede deducir que nada impide el que cualquiera agrade a Dios, aun cuando proceda de raza profana, con tal que obre con buen propósito. Y ninguno de los que nacen de padres santos se ensoberbezca, porque los nueve que eran israelitas fueron precisamente los desagradecidos. Por esto sigue: «Y respondió Jesús y dijo: ¿Por ventura no son diez?», etc.
Tito Bostrense
En esto se da a conocer lo prontos que estaban a aceptar la fe los extraños, mientras que Israel andaba en ello perezoso. Por esto sigue: «Y le dijo: Levántate; vete, que tu fe te ha hecho salvo».
San Agustín, De quaest Evang. 2,40
En sentido espiritual puede creerse que son leprosos los que, no teniendo conocimiento de la verdadera fe, admiten las diferentes doctrinas del error, no ocultan su ignorancia, sino que aparentan tener un grande conocimiento y muestran un lenguaje jactancioso. La lepra es un mal de color. La mezcla desordenada de verdades y de errores en la discusión o discurso del hombre, semejante a los diferentes colores de un mismo cuerpo, significa la lepra que mancha y hace distintos a los cuerpos humanos, como con tintes de colores verdaderos y falsos. Estos no deben ser admitidos en la Iglesia, de modo que colocados a lo lejos, si es posible, rueguen a Cristo con grandes voces. Respecto a que le llamaron maestro, creo que dieron a entender en ello, que la lepra es una doctrina falsa que el buen maestro hace desaparecer. No se sabe que el Señor mandase a los sacerdotes a otros, a quienes había concedido beneficios corporales, más que a los leprosos. Y es que el sacerdocio de los judíos figuraba el sacerdocio que está en la Iglesia. Los demás vicios los sana y corrige interiormente el Señor mismo, en la conciencia; mientras que el poder de administrar los Sacramentos y el de la predicación, ha sido concedido a la Iglesia. Cuando los leprosos iban, quedaron limpios, porque los gentiles, a quienes vino San Pedro, no habiendo recibido aún el sacramento del Bautismo, por el cual se viene espiritualmente a los sacerdotes, son declarados limpios por la infusión del Espíritu Santo. Por tanto, todo el que se asocia a la doctrina íntegra y verdadera de la Iglesia, aunque se manifieste que no se ha manchado con el error -que es como la lepra-, será, sin embargo, ingrato con el Señor, que lo cura, si no se postra para darle gracias con piadosa humildad, y se hará semejante a aquellos de quienes dice el Apóstol ( Rom 1,21), que, habiendo conocido a Dios, no le confesaron como tal, ni le dieron gracias. Estos tales, pues, como imperfectos, serán del número nueve, porque necesitan de uno más para formar cierta unidad y ser diez. Y aquel que dio gracias fue alabado porque representaba la unidad de la Iglesia. Y como aquéllos eran judíos, se declaró que habían perdido por la soberbia el reino de los cielos, en donde la unidad se conserva principalmente. En cambio, éste, que era samaritano, que quiere decir custodio, dando lo que había recibido a Aquel de quien lo recibió, según las palabras del Salmo ( Sal 58,10): «Guardaré mi fortaleza para ti», conservó la unidad del reino con su humilde reconocimiento.
Beda
Cayó con la faz sobre la tierra porque se acordó del mal que había hecho y se avergonzó. Y Jesús le mandó que se levantase y se fuese, porque al que se prosterna conociendo humildemente su debilidad, merece que la palabra divina le consuele y le mande adelantar en el camino de obras más santas. Si la fe salvó a aquel que se había postrado a dar gracias, la malicia perdió a los que no se cuidaron de dar gloria a Dios por los beneficios recibidos. Por estos hechos se da a conocer que debe aumentarse la fe por medio de la humildad, como se explica en la parábola anterior.