Creer en los milagros. Los milagros hacen creer

En el Evangelio (Jn 4, 43-54) de la liturgia del día de hoy, 31 de marzo, Jesús cura a un niño a petición de su padre; milagro que provoca a su vez el creer del padre y de toda su familia.

Hay en principio un creer inicial de ese padre, un hombre de buen posición, funcionario del rey, hombre , el padre; un creer provocado por la necesidad de que Jesús, al que conocían ya bien en Galilea por sus obras y predicaciones, también obrara el milagro de curar a su hijo, como había hecho en otros casos. Es decir, era un creer interesado, a la desesperada, como un último recurso; era un incipiente fe cuasi profana, como quien acude a un curandero. Y así, Jesús le dice: “Si no ven ustedes signos y prodigios, no creen”; Jesús quería llevarle a otro plano más allá de lo puramente practico, trascender el posible hecho en sí para elevándose empalmar con lo sobrenatural y abrirse al don de la fe, que el milagro hecho gracia conlleva. De modo aquel padre desesperado, insiste en el ruego, pero añadiendo el termino Señor: “Señor, ven antes de que mi muchachito muera”; reconociendo en Jesús aunque solo sea incipiente en su fe la autoridad de Jesús, como Señor. Jesús dijo: “Vete, tu hijo ya está sano”. Y “aquel hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino.”, no necesitó que Jesús se desplazara hasta a su casa, a Cafarnaúm; confió en lo que le había dicho. Luego, cuando llegó a su casa y vio el prodigio de la sanación de su hijo, tal y como Jesús le había dicho, no sólo creyó profundamente ese hombre funcionario, sino que lo también hizo toda su gente.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan 4, 43-54:

En aquel tiempo, Jesús salió de Samaria y se fue a Galilea. Jesús mismo había declarado que a ningún profeta se le honra en su propia patria. Cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que él había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían estado allí.

Volvió entonces a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía un hijo enfermo en Cafarnaúm. Al oír éste que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue a verlo y le rogó que fuera a curar a su hijo, que se estaba muriendo. Jesús le dijo: “Si no ven ustedes signos y prodigios, no creen”. Pero el funcionario del rey insistió: “Señor, ven antes de que mi muchachito muera”. Jesús le contestó: “Vete, tu hijo ya está sano”.

Aquel hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Cuando iba llegando, sus criados le salieron al encuentro para decirle que su hijo ya estaba sano. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Le contestaron: “Ayer, a la una de la tarde, se le quitó la fiebre”. El padre reconoció que a esa misma hora Jesús le había dicho: ‘Tu hijo ya está sano’, y creyó con todos los de su casa.

Esta fue la segunda señal milagrosa que hizo Jesús al volver de Judea a Galilea.

 

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“Los signos ponen al hombre ante la decisión de fe, en la que no se trata de creer o no creer en los milagros, sino de querer creer o no en Jesús. San Juan nos revela las verdades condiciones de la fe: la confianza en la persona de Jesús, suficientemente firme para resistir los reproches y para aceptar volver a casa sin ningún signo visible, únicamente con las incisivas palabras, «anda, tu hijo está curado».

“El protagonista es un hombre que ejerce poder movido por la necesidad, no expresa adhesión personal a Jesús, pero necesita ayuda. Pide una intervención directa a favor de su hijo, pero Jesús descubre la mentalidad del funcionario que no cree. Jesús en él se dirige a los poderosos, a los que esperan la salvación en la demostración del poder. Para ellos, la fe sólo puede tener como fundamento el despliegue de fuerza, el espectáculo maravilloso, Sólo entiende el lenguaje del poder. Jesús no accede al deseo del funcionario porque la obra del Mesías no será la de los signos prodigiosos, sino la del amor fiel. El poder de este mundo es impotente para salvar.

“Jesús no tiene por qué ir a verlo, Él comunica vida con su palabra, que es palabra creadora y llega a todo lugar. Si acepta la invitación verá que su hijo está sano. El que pedía como poderoso debe de creer como «hombre», antes se definía por su función ahora por su condición humana. 

“Los hombres están ávidos de lo sensacional. El hombre creyó en la palabra, sin poderla verificar…se fue. No tenía ninguna prueba. tenía solamente la Palabra de Jesús. Creer sin necesidad de signos ni de prodigios. Habrá que aprender a creer.”

(Fr. Martín Alexis González Gaspar O.P., Dominicos.org)

 

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Catena Aurea

 

 

Alcuino

Después de dos días que estuvo en Samaria, se marchó a Galilea, en donde se había criado. Por esto dice: «Y dos días después», etc.
 

San Agustín, In Ioannem tract., 16

Mas llama la atención por qué dice el Evangelista enseguida: «Que el mismo Jesús dio testimonio, que un profeta no es honrado en su patria». Mejor hubiera podido decir que el profeta no tiene honra en su patria, si hubiera dejado de ir a Galilea y permaneciendo en Samaria. Yo creo esto: que en Samaria estuvo dos días, y los samaritanos creyeron en El. Estuvo tantos días en Galilea, pero los galileos no creyeron en El. Por esta razón dijo «que un profeta no es honrado en su patria».
 

Crisóstomo, In Ioannem hom., 34

Se añadió esto porque se marchó, no a Cafarnaúm, sino a Galilea y a Caná, como se dirá después. Y yo creo que en este lugar llamaba patria suya a Cafarnaúm. Porque como no recibió allí honor alguno, dijo por medio de San Mateo: «Y tú, Cafarnaúm, que has sido levantada hasta el cielo, bajarás hasta el infierno» ( Mt 11,23). Pero ahora llama patria suya a aquélla en que se convierte mayor número.
 

Teofilacto

El Señor salió de Samaria y vino a Galilea. Para que no hubiese quien dudase y preguntase por qué causa no había estado siempre en Galilea, dice que porque no había recibido allí honor alguno, lo cual atestigua el mismo Salvador cuando dice: «Que ningún profeta es honrado en su patria».
 

Orígenes, In Ioannem tom., 17

Debemos examinar el sentido de estas palabras. Es verdad que la patria de los profetas era Judea. Y es bien sabido que nunca fueron honrados por los judíos, en virtud de lo que dice el Señor por medio de San Mateo: «¿A cuál de los profetas no han perseguido vuestros padres?» ( Mt 23,31). Es admirable también la verdad de estas palabras, porque se referían no sólo a los profetas santos, menospreciados por los suyos y al mismo Señor nuestro; sino que se extendía también a otros que habían seguido ciertas doctrinas filosóficas, que habían sido despreciados por sus conciudadanos y conducidos a la muerte.
 

Crisóstomo, ut supra

¿Cómo es eso? ¿No vemos también a muchos que llegan a ser admirados por los suyos? Así sucede en verdad; pero no debemos hacer extensivo a muchos lo que sucede rara vez. Porque aun cuando algunos sean honrados en su propio país, lo son mucho más en país extraño. La costumbre suele hacer a los hombres despreciables. Cuando Jesús vino a Galilea, los galileos le recibieron. Por esto sigue: «Mas cuando vino a Galilea, los galileos le recibieron». Y aquellos que se llamaban malos se les ve que salen a recibir en primer término al Salvador. Mas se dice, respecto de los galileos: «pregunta, y verás que ningún profeta ha salido de Galilea» ( Jn 17,53). Mas le vituperaron porque había estado entre los samaritanos y le dijeron: «Samaritano eres tú, y tienes el demonio» ( Jn 8,48). Pero los samaritanos y los galileos creen, para confusión de los judíos. Los galileos eran mejores que los samaritanos, porque los primeros creyeron por los milagros que Jesús hacía, mas los segundos sólo creyeron por las palabras de la mujer. Por esto sigue: «Porque habían visto todas las cosas que había hecho en Jerusalén en el día de la fiesta».
 

Orígenes, ut supra

Como Jesús arrojó del templo a los que vendían ovejas y bueyes, le guardaron tanta consideración que los galileos le recibieron por este motivo, respetando y adorando su majestad. Y la verdad que no aparecía menor su poder en esta ocasión que cuando daba vista a los ciegos y oído a los sordos. Pero yo creo que no hizo entonces esto solamente, sino que hizo otros milagros.
 

Beda

Y de dónde tomaron ocasión para ver todo aquello, lo manifiesta cuando dice: «Pues ellos también habían asistido a la fiesta». En sentido espiritual puede decirse que, una vez confirmados los gentiles en la fe por medio de los dos preceptos de la caridad, Jesucristo volverá a su patria, cerca del fin del mundo, esto es, a los judíos.
 

Orígenes, In Ioannem tom., 14

Conviene, por tanto, que Galilea (esto es, «la que emigra») acuda a las fiestas de Jerusalén, adonde se encuentra el templo del Señor, y que vea allí todos los milagros que hace Jesucristo. Pues ésta es la razón por la que los galileos reciben al Hijo de Dios cuando viene hacia ellos. De otro modo no lo hubiesen recibido, o El no hubiese venido cuando ellos preparaban su recepción.

 

 

Crisóstomo, In Ioannem hom., 34

En primer lugar, el Señor (como ya se ha dicho antes) había venido a Caná de Galilea llamado a unas bodas. Ahora va a esta ciudad por su propia voluntad, y dejando su patria, a fin de atraerlos más a la fe. Para que la fe, que ya había penetrado en ellos desde su primer milagro, se hiciese más fuerte con su presencia.
 

San Agustín, In Ioannem tract., 16

Allí, pues, creyeron en El sus discípulos cuando convirtió el agua en vino. Y estando la casa llena de invitados, y siendo el milagro tan grande, no creyeron en El sino los discípulos. Por esta causa retorna a aquella ciudad, a saber: para que ahora crean los que no creyeron por las razones primeras.
 

Teofilacto

Nos recuerda el evangelista el milagro realizado en Caná de Galilea, del agua convertida en vino, para dar más fuerza a la predicación de Cristo. Porque los galileos recibieron a Jesús, no sólo por los milagros hechos en Jerusalén, sino también por los llevados a cabo entre ellos, aduciendo al mismo tiempo la razón de que en El hubiese creído, sin conocer la dignidad de que Jesús estaba revestido, un cortesano. De donde prosigue: «Y había allí un cortesano cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm».
 

Orígenes, ut supra

Pensará acaso alguno que ese cortesano era uno de los generales de Herodes, o alguno de los de la familia del César que ejerciera por aquel tiempo un cargo en Judea; porque no se dice que fuera judío.
 

Crisóstomo

Llámase «cortesano», o porque fuese de familia real, o porque tuviese dignidad de príncipe, por lo que recibía tal denominación. Por ello creen algunos que éste fue el mismo centurión que se cita en San Mateo. Pero se manifiesta por otra parte que era distinto de aquel otro. Porque aquel otro, cuando Jesús quería ir a su casa, le ruega que no se moleste; pero éste no le ofrecía nada, y lo llevaba hacia su casa. Mas aquél salió al encuentro de Jesús bajando de un monte, y entró en Cafarnaúm; y éste se unió con Jesús cuando venía a Caná. El hijo de aquél estaba paralítico, mas el hijo de éste padecía fiebre. Acerca de este cortesano se dice: «Este, habiendo oído que Jesús venía de la Judea a la Galilea, fue a El y le rogaba», etc.
 

San Agustín, ut supra

El que rogaba, ¿aún no creía? ¿Qué esperas oír de mí? Pregunta al Salvador qué opinaba de él. Por esto sigue: «Y Jesús le dijo: si no viereis milagros y prodigios, no creéis». Reprende a aquel hombre como perezoso y frío en la fe, o de que no tenía fe alguna pero deseando probarle quién era Cristo, cuál era y cuánto podía, lo tienta por medio de la salud de su hijo. Se llamó prodigio como cosa dicha de lejos, porque «que se dice de lejos» significa la cosa con prioridad, y se extiende a lo futuro.
 

San Agustín, De cons. evang, 4, 10

Tanto desea el Señor ensalzar el alma del que cree sobre todas las cosas mudables, que no quiere que los fieles duden acerca de aquellos milagros que se hacen por el divino poder, en la mutabilidad de los cuerpos.
 

San Gregorio, In Evang. hom., 28

Pero acordaos también de lo que pide, y conoceréis claramente que dudó acerca de la fe. Porque pidió que bajase a sanar a su hijo. Por esto sigue: «Le dice el Cortesano: Señor, ven antes que muera mi hijo». Por lo tanto, no había creído en El, porque no creyó que podría darle la salud si no estaba presente de una manera material.
 

Crisóstomo, ut supra

Véase cómo aun trae a Jesucristo de una manera física, como si no pudiese resucitar a su hijo después de muerto. Mas que viniese aun cuando no creía y le rogase, nada tiene de particular, porque los padres acostumbran, efecto de su gran cariño, no sólo a hablar a los médicos en quienes confían, sino también en quienes desconfían, no queriendo callar nada de cuanto pueda contribuir a la salud de sus hijos. Pero si hubiese creído realmente en el poder de Jesucristo, no hubiese dejado de ir a Judea.
 

San Gregorio, ut supra

Pero como el Señor es rogado para que vaya, nos indica que no asiente a la invitación, y con sólo mandarlo, le devuelve la salud El que creó todas las cosas por su propia voluntad. Por esto sigue: «Y Jesús le dijo: ve, que tu hijo vive». Aquí se reprende nuestra soberbia; porque en tanto precio tenemos los honores y las riquezas los que cuidamos poco de nuestra verdadera naturaleza (en virtud de la cual hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios). Mas nuestro Redentor, para manifestar que las cosas más apreciables entre los hombres son despreciadas por los santos, no quiso ir a casa del hijo del Cortesano, siendo así que estaba dispuesto a ir a casa del siervo del centurión.
 

Crisóstomo, ut supra

Porque allí estaba la fe bien asegurada y, por lo tanto, ofreció ir para que conozcamos la piedad de aquel hombre; mas éste aun era imperfecto y, por lo tanto, aún no conocía claramente que podría curarle estando lejos; pero como Jesús no fue, añade esto. Prosigue: «Creyó el hombre a la palabra que le dijo Jesús y se fue». Sin embargo, no se iba muy contento ni tranquilo.
 

Orígenes, In Ioannem tom., 14

Se manifestó desde luego su alta posición y su cargo, porque salieron los criados a encontrarle. Por esto sigue: «Y cuando se volvía, salieron a él sus criados», etc.
 

Crisóstomo, ut supra

Los que le salieron al encuentro no vinieron sólo para anunciarle, sino porque creyeron que ya era inútil la presencia de Jesucristo, quien esperaban que vendría. Y que el cortesano no había creído perfectamente ni de buena fe, se conoce de un modo terminante por lo que sigue: «Y les preguntó la hora en que había comenzado a mejorar». Por lo tanto, quería saber si esta mejoría se debía a la casualidad o al precepto de Jesucristo. Sigue: «Y le dijeron: ayer, a las siete, le dejó la fiebre» 1. Véase aquí cómo se demuestra el milagro, porque no de una manera sencilla, ni como sucede con el que se libra del peligro, sino que de repente y a un mismo tiempo. Para que se vea que lo sucedido no era efecto de la naturaleza, sino del poder de Jesucristo. Por esto sigue: «Conoció, pues, el padre, que era la misma hora en que Jesús le dijo: Tu hijo vive, y creyó él y toda su casa».
 

San Agustín, In Ioannem tract., 16

Por tanto, si creyó porque se le dijo que su hijo había sido curado y comparó la hora de los que se lo decían con la del que se lo vaticinaba, cuando rogaba, no creía.
 

Beda

En esto se da a conocer que hay grados en la fe como en las demás virtudes, en las cuales hay principio, desarrollo y perfección. El principio de la fe de éste estuvo cuando pidió la salud de su hijo; su incremento, cuando creyó en la palabra del Salvador, que le dijo: «Tu hijo vive»; y obtuvo la perfección cuando se lo anunciaron sus criados.
 

San Agustín, ut supra

Con la sola palabra creyeron muchos samaritanos, mas con aquel milagro sólo creyó la casa donde tuvo lugar. Después añade el Evangelista: «Este segundo milagro hizo Jesús otra vez cuando vino de la Judea a la Galilea».
 

Crisóstomo, In Ioannem hom., 35

Y no añadió esto sin falta de misterio, sino dando a entender que, habiendo hecho este segundo milagro, todavía no habían llegado los judíos a la altura de los samaritanos, que no habían visto ninguna señal.
 

Orígenes, In Ioannem tom., 18

Esta frase encierra una anfibología 2, porque en primer término manifiesta que, cuando Jesús venía de Judea a Galilea hizo dos milagros, de los cuales el segundo fue el del hijo del cortesano. Y por otra parte, existiendo dos milagros que Jesús hizo en Galilea, hizo el segundo viniendo de Judea a Galilea, y éste es el verdadero sentido.

En sentido místico puede decirse como Jesús vino a Galilea dos veces, manifestando en ello las dos venidas del Salvador al mundo: la primera, llena de misericordia, como sucedió con el milagro del vino, para alegrar a los convidados; y la segunda, resucitando al hijo del cortesano, que ya estaba casi muerto, o lo que es lo mismo, al pueblo judío, el cual, después que hayan entrado todos los gentiles, vendrá a salvarse cuando el mundo esté próximo a su fin. Grande es el Rey de los reyes, que ha sido constituido por Dios en la cumbre de su monte santo de Sión ( Sal 2). Y los que vieron el día de Este y se alegraron son reconocidos como los de la corte ( Jn 8). Y nosotros creemos que el cortesano representaba a Abraham; que su hijo enfermo era la imagen del pueblo de Israel, debilitado respecto del culto divino, pero que se calentó tanto, quemadas las espigas de su enemigo, y que, por ello, se cree que empezó a enfervorizarse. Y también aparece que, estando los santos por delante después que dejaron el vestido de la carne, salvaron a su pueblo. Por esto se lee en el libro de los Macabeos, después de la muerte de Jeremías: «Este es Jeremías, el profeta de Dios, que ruega mucho por el pueblo» ( Mac 15,14). Luego, Abraham ruega que el pueblo enfermo sea favorecido por el Salvador. Y en verdad que la palabra del poder nació de Caná, en donde se dijo: «Tu hijo vive»; pero la realización de la palabra tuvo lugar en Cafarnaúm, porque allí fue donde el hijo del cortesano se curó, como si viviese en el campo del consuelo. Esto representa a cierto género de hombres débiles, no del todo privados, sin embargo, de acciones buenas. Y aquellas palabras: «si no veis milagros y prodigios no creéis», se le dijo a aquél, que se refieren a muchos de sus hijos, y a él mismo en cierto modo. Y así como San Juan esperaba que se realizase la señal que se le había dado, a saber: «Sobre aquél en que vieres que baja el Espíritu Santo» ( Jn 1,33), así los santos que ya habían muerto, esperaban que se daría a conocer la venida de Jesucristo en nuestra carne mortal por medio de milagros y de prodigios. Mas este cortesano tenía, no sólo aquel hijo, sino también criados, por medio de los que se significa cierta clase de personas que creen poco y con poca firmeza. Y no dejó la fiebre al hijo en la hora séptima por una casualidad, sino que este número siete representa el día del descanso 3.
 

Alcuino

También puede decirse que, por medio de los siete dones del Espíritu Santo se concede el perdón de los pecados. Y el número siete, partido en tres y en cuatro, significa la Santísima Trinidad y las cuatro estaciones del año, o las cuatro partes del mundo, los cuatro elementos.
 

Orígenes, ut supra

También pueden representar 4 las dos venidas de Jesucristo al alma. La primera, cuando hizo el vino del agua, dando esta alegría al alma del convite espiritual. Y la segunda, cuando destruya todas las consecuencias de las tristezas y de la muerte.
 

Teofilacto

Mas el cortesano es todo hombre, no sólo porque se acerca al Rey de todas las cosas, en cuanto al alma, sino porque él tiene el dominio de todo, cuyo hijo (esto es, la mente) tiene fiebre por todas las malas pasiones y deseos. Y se acerca a Jesús rogándole que baje, esto es, que use de la condescendencia de su misericordia y perdone los pecados, antes que sea muerto por la debilidad de sus pasiones. Pero el Señor le dice: «Ve», esto es: «manifiesta tu marcha continua en dirección del bien, porque entonces tu hijo vivirá; pero si cesas de andar, te mortificará tu conciencia acerca de la ejecución del bien».
 

Notas

  1. A la hora séptima, es decir a la 1 de la tarde.
  2. Una anfibología es un error lógico que se produce cuando se argumenta a partir de premisas ambiguas debido a su estructura gramatical, como es el caso de las dos interpretaciones posibles de Jn 4, 54.
  3. La hora séptima, es decir a la 1 de la tarde.
  4. Las dos visitas a Caná.

 

 

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