“No abandonarás mi alma en la morada de los muertos,
ni dejarás a tu fiel ver la corrupción.” (Salmos 15,10)
La visión del ateísmo materialista sobre las realidades últimas (o sea, su escatología) se puede resumir en una simple afirmación: el ser humano cesa de existir totalmente en la muerte. No hay juicio, ni infierno, ni cielo.
Richard Dawkins, célebre darwinista ortodoxo y principal representante del llamado “nuevo ateísmo”, marcadamente hostil a toda religión, lo expresa así: “Sabemos por la segunda ley de la termodinámica que toda complejidad, toda vida, toda risa y toda pena están condenadas a nivelarse al final en la fría nada. Ellas –y nosotros– nunca podemos ser más que rizos temporales y locales del gran resbalón universal hacia el abismo de la uniformidad1.”
Aquí Dawkins se desliza subrepticiamente desde un principio científico válido hacia un cientificismo ilegítimo. El hecho de que las leyes naturales aparenten condenar al universo material a una “muerte total” no autoriza a la ciencia a negar que la persona humana, que no es sólo materia, esté llamada a un destino trascendente.
Espiritualidad e inmortalidad del alma humana
La escatología materialista puede ser criticada de forma directa o indirecta.
La crítica directa de la escatología materialista consiste principalmente en la demostración filosófica de la espiritualidad e inmortalidad del alma humana (uno de los “preámbulos de la fe”). La espiritualidad del alma humana se demuestra a partir de la espiritualidad de la inteligencia y de la voluntad, pues de ella se sigue la del sujeto. La inteligencia y la voluntad son facultades del alma, principios próximos de su operación. Si son espirituales, también el ser en el que existen debe ser espiritual. A partir de allí se puede demostrar que el alma es físicamente simple, es decir indivisible, por no tener partes físicas. Por último la filosofía cristiana demuestra que el alma es inmortal, porque no puede corromperse ni ser aniquilada. No puede corromperse en sí misma, porque es simple, ni en razón de la corrupción del cuerpo, puesto que no depende de él para existir. En cuanto a la aniquilación, ésta es la cesación del acto creador, por lo que el alma no puede ser aniquilada por ninguna criatura. Dios, considerando su omnipotencia en términos absolutos, aparte de sus demás atributos, podría sin duda aniquilar el alma; pero considerando la omnipotencia de Dios en relación con sus demás atributos, dicha aniquilación no es posible, porque estaría en contradicción con su sabiduría y su bondad2.
Crítica del materialismo
La crítica indirecta de la escatología materialista consiste en la refutación del materialismo y del positivismo, una ideología muy afín al materialismo.
La afirmación básica del materialismo es que “todo es material«. En la ideología materialista esta proposición funciona como un axioma que se supone verdadero, a menudo acríticamente. A partir de este falso principio, el materialista deduce correctamente otras proposiciones, tan falsas como su principio. Por ejemplo, si todo es material, también lo es el ser humano. Y si el cuerpo material del ser humano se descompone en la muerte, entonces ésta supone el fin absoluto de la existencia del hombre.
El axioma básico del materialismo (“todo es material”) debe ser rechazado, al menos por las siguientes dos razones.
En primer lugar, esa afirmación del materialista acerca del “todo” es completamente infundada, por lo que se debe aplicar aquí la conocida regla dialéctica de los escolásticos: Gratis asseritur, gratis negatur (lo que se afirma sin prueba, se puede rechazar sin prueba).
En segundo lugar, hay muchas realidades (por ejemplo, el conocimiento humano, la libertad humana, la información, las leyes naturales, etc.) acerca de las que no se puede alegar con algún sentido que sean materiales. Es decir, no existe ninguna noción válida de “materia” que abarque esa clase de realidades.
El materialismo se presenta bajo dos formas principales: el materialismo riguroso y el materialismo moderado3.
El materialismo riguroso consiste en negar que haya en el hombre algo más que cuerpo material y movimientos corporales mecánicos. Hoy es poco defendido, entre otras razones por el argumento que le opuso Leibniz. Éste proponía imaginar el cerebro tan agrandado que pudiéramos movernos dentro de él. Allí sólo veríamos movimientos de distintos cuerpos, pero nunca un pensamiento. Luego el pensamiento ha de ser algo completamente distinto de los cuerpos y sus movimientos. Puede contestarse que no hay en absoluto pensamiento ni conciencia, pero esto es evidentemente falso.
El materialismo moderado admite que el ser humano tiene una conciencia, pero sostiene que ésta es una función del cuerpo; una función que sólo por su grado se diferencia de la de los otros animales. Contra esto podemos objetar que no tiene sentido asignar las funciones espirituales al cuerpo. El hombre es un todo, y este todo tiene diversas funciones: puramente físicas, vegetativas, animales y, finalmente, también espirituales. Todas éstas son funciones, no del cuerpo, sino del hombre, del todo. Además, es fácil demostrar que en las funciones espirituales del hombre hay algo completamente particular, que no se da en absoluto en los otros animales.
Crítica del positivismo
Según la ideología positivista o cientificista, todo lo que existe es susceptible de verificación por medio del método científico. La supervivencia del alma humana después de la muerte no es científicamente verificable. Por lo tanto, el hombre deja de existir en la muerte.
De la premisa mayor de este silogismo se deduce esta otra afirmación: “Sólo el conocimiento científico es verdadero conocimiento». Ahora bien, esta afirmación conduce inevitablemente a una contradicción. El concepto de “ciencia” utilizado por el cientificista incluye sólo las ciencias particulares (matemática, física, química, biología, etc.) y excluye las ciencias universales (filosofía y teología). Al negar la existencia de afirmaciones verdaderas no fundadas en la ciencia, se está haciendo una afirmación (supuestamente verdadera) no fundada en la ciencia, sino en una filosofía. Ninguna ciencia particular demuestra ni puede demostrar que el único conocimiento válido es el conocimiento que surge de las ciencias particulares. La falsedad del positivismo se deduce pues de la reducción al absurdo de su premisa básica.
Acerca de la cuestión del sentido último de la existencia humana, los materialistas se dividen en dos corrientes de pensamiento: el utopismo4 y el nihilismo5. Para explicar este punto, citaré un texto muy ilustrativo de Bochenski:
“Hemos… considerado distintas particularidades del hombre que le dan cierta dignidad y por las que descuella por encima de todos los animales. Pero el hombre no es sólo eso. Es también –y, por cierto, merced a tales cualidades particulares– algo incompleto, inquieto y, en el fondo, miserable. Un perro o caballo come, duerme y es feliz… No necesita nada más allá de la satisfacción de sus instintos. En el hombre no es así. El hombre se crea constantemente nuevas necesidades y jamás está satisfecho… Parece como si, por esencia, estuviera destinado a un progreso infinito y como si sólo lo infinito pudiera satisfacerlo.
Pero a la vez el hombre… tiene conciencia de su finitud y, sobre todo, de su mortalidad. Estas dos cualidades juntas dan por resultado una tensión por la que el hombre se nos aparece como un enigma trágico. Parece como destinado a algo que no puede en absoluto alcanzar. ¿Cuál es, pues, su sentido? ¿Cuál es el fin de su vida? Desde Platón, los mejores de entre nuestros grandes pensadores se han esforzado en hallar la solución a este enigma. Esencialmente, nos han propuesto tres grandes soluciones.
La primera, muy difundida en el siglo XIX, afirma que la necesidad de infinito se satisface identificándose el hombre con algo más amplio que él mismo, sobre todo la sociedad o la humanidad. No tiene importancia alguna, dicen estos filósofos, que yo tenga que sufrir, fracase y muera. La humanidad, el universo, prosigue su curso… La mayoría de los filósofos actuales… tienen [a esta solución] por insostenible. En lugar de resolver el enigma,… niega el dato, es decir, el hecho de que el hombre desea para sí el infinito, para sí como hombre particular, como individuo, y no para una abstracción como la humanidad o el universo. A la luz de la muerte se ve bien lo hueco y falso de esta teoría.
La segunda solución, muy difundida actualmente…, afirma radicalmente que el hombre no tiene sentido alguno. Es un error de la naturaleza, una criatura mal hecha, una pasión inútil, como ha escrito alguna vez Sartre. El enigma no puede ser resuelto. Nosotros seremos eternamente una cuestión trágica para nosotros mismos.
Pero hay también filósofos que, siguiendo a Platón, no quieren sacar esa conclusión. No pueden creer en algo tan sin sentido en la naturaleza. Tiene que haber, según ellos, una solución al enigma del hombre. ¿En qué puede consistir esa solución? La solución sólo puede estar en que el hombre alcance de algún modo lo infinito. Ahora bien, en esta vida no lo puede alcanzar. Si hay, pues, una solución del problema del hombre, éste ha de tener su fin y sentido en el más allá, fuera de la naturaleza, allende el mundo. ¿Pero cómo? Según muchos filósofos desde Platón, la inmortalidad del alma es demostrable. Otros, sin creer en una demostración estricta, la admiten. Pero tampoco la inmortalidad aporta una respuesta a la cuestión. No se ve, en efecto, cómo el hombre alcanza en la otra vida lo infinito. Platón dijo una vez que la respuesta última a esta cuestión sólo podía darla un dios. Había que esperar una palabra divina6.”
Agrego dos consideraciones a lo dicho por Bochenski:
a) La filosofía cristiana demuestra la inmortalidad del alma humana y que Dios es el fin último del hombre y del mundo.
b) La Divina Revelación respondió la cuestión que los filósofos paganos como Platón no pudieron responder.
Daniel Iglesias Grèzes