Ángelus, 21 de julio de 2024. Compasión de Jesús por la muchedumbre

Es posible tener una mirada de compasión, que sabe reconocer las necesidades del prójimo, solamente si nuestro corazón no está consumado por el ansia del hacer, si sabemos detenernos y, en el silencio de la adoración, recibir la Gracia de Dios. 

¡Queridos hermanos y hermanas, buen domingo!

El Evangelio de la liturgia de hoy (Mc 6,30-34) narra que los apóstoles, regresando de la misión, se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho; entonces Él les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco» (v. 31). La gente entiende sus movimientos y, al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, y estuvo enseñándoles largo rato (cfr v. 34).

Por tanto, por un lado, la invitación a descansar y, por el otro, la compasión de Jesús por la muchedumbre. Es hermoso detenerse a reflexionar sobre la compasión de Jesús. Parecen dos cosas inconciliables, la invitación a descansar y la compasión, pero en cambio van juntas: descanso y compasión. Veamos.

Jesús se preocupa por el cansancio de los discípulos. Quizás está intuyendo un peligro que puede incumbir también en nuestra vida y nuestro apostolado, cuando por ejemplo el entusiasmo en el llevar adelante la misión, o el trabajo, así como el papel y las tareas que nos son confiadas nos hacen víctimas del activismo, y esta no es una cosa buena: tan preocupados por las cosas que hacer y demasiado preocupados por los resultados. Y entonces ocurre que nos agitamos y perdemos de vista lo esencial, arriesgando acabar con nuestras energías y caer en el cansancio del cuerpo y del espíritu. Es una advertencia importante para nuestra vida, para nuestra sociedad a menudo prisionera de la prisa, pero también para la Iglesia y para el servicio pastoral: hermanos y hermanas ¡estemos atentos a la dictadura del hacer! Y esto puede pasar por necesidad, también en las familias, cuando por ejemplo el papá para ganarse el pan está obligado a ausentarse por trabajo sacrificando el tiempo que pudiera dedicar a la familia. A menudo salen temprano por la mañana cuando los niños todavía duermen y regresan la noche tarde cuando están ya en la cama. Esta es una injusticia social. En las familias, papá y mamá deberían tener tiempo para compartir con los hijos, para acrecentar este amor familiar y no caer en la dictadura del hacer. Pensemos en lo que podemos hacer para ayudar a las personas que están obligadas a vivir así.

Al mismo tiempo, el descanso propuesto por Jesús no es una fuga del mundo, un retirarse en el bienestar personal; por el contrario, frente a la gente confundida Él siente compasión. Y entonces del Evangelio aprendemos que estas dos realidades – descanso y compasión – están ligadas: solo si aprendemos a descansar podemos tener compasión. De hecho, es posible tener una mirada de compasión, que sabe reconocer las necesidades del prójimo, solamente si nuestro corazón no está consumado por el ansia del hacer, si sabemos detenernos y, en el silencio de la adoración, recibir la Gracia de Dios.

Por tanto, hermanos y hermanas, podemos preguntarnos: ¿se detenerme durante mis jornadas? ¿Se tomarme un momento para estar conmigo mismo y con el Señor, o estoy siempre sumido en la prisa, sumido en la prisa, la prisa de las cosas por hacer? ¿Sabemos encontrar un poco de “desierto” interior en medio al ruido y a las actividades de cada día?

Que la Virgen Santa nos ayude a “descansar en el Espíritu” también en medio de todas las actividades cotidianas, y a ser disponibles y compasivos para con los otros.