El impacto de la decisión de Gretchen: «Todos me han planteado preguntas desconcertantes»
El 9 de febrero, Gretchen Erlichman comunicó a sus allegados que, gracias a una recaudación de fondos a través de Labouré Society, había devuelto el crédito con el que financió sus estudios universitarios y podría al fin cumplir su vocación: ser religiosa.
Labouré Society es una sociedad que toma su nombre de Santa Catalina Labouré (1806-1876, a quien fue revelada la Medalla Milagrosa) y busca dinero para rescatar los créditos para estudios universitarios contraídos en Estados Unidos por muchos jóvenes que descubren posteriormente su vocación. Se calcula que hay diez mil personas en el país discerniendo su vocación y que un 42% acaba perdiéndola porque la necesidad de trabajar para devolver el préstamo les absorbe durante demasiados años.
Gretchen es una beneficiaria de ese programa: «¡Dios es tan bueno! Gracias a todos por vuestras oraciones y vuestro apoyo. ¡Estoy tan agradecida!«, proclamaba en las redes sociales. Así que el 22 de julio llamará a las puertas de una comunidad de 22 dominicas contemplativas en Connecticut donde la esperan como una más de las constantes vocaciones jóvenes que están recibiendo en los últimos años, varias de ellas actualmente en postulantado.
Gretchen ha explicado las razones de su vocación en un artículo recientemente publicado en Crisis Magazine:
Por qué entro en un monasterio en 2021
Vivimos en «tiempos sin precedentes». Esta frase tan repetida no solo ha aparecido en los titulares de los periódicos y la han dicho muchos presentadores, sino que se ha convertido en un mantra que está omnipresente en nuestros encuentros cotidianos. «Tiempos sin precedentes» describe el desconcertante conglomerado de caos político, tensiones religiosas y una sociedad afectada por la pandemia.
Sin embargo, fueron precisamente tiempos como estos los que sentaron un precedente para las vocaciones a la vida contemplativa: mientras el Imperio romano se desmoronaba, San Benito componía su regla monástica. Mientras el Gran Cisma de Occidente asolaba el papado, Santa Catalina de Siena hacía penitencia por la sanación de la Iglesia. Mientras las monjas del Carmelo de Lisieux morían de gripe asiática, Santa Teresita rezaba por la salud y la curación de Europa.
Dentro de unos meses seguiré estos precedentes y dejaré atrás la vida que conozco para entrar como postulante con las monjas dominicas contemplativas del Monasterio de Nuestra Señora de la Gracia en North Guilford (Connecticut). Creo que es la mejor respuesta que puedo dar a nuestro actual clima social, y a la vida en general.
Pero esta idea no ha sido recibida tan bien como esperaba. Al compartir mi intención con mis amigos, familiares, conocidos y desconocidos, todos me han planteado una serie de preguntas desconcertantes, todos han cuestionado mi decisión de entrar en un monasterio: ¿por qué quiero entrar en un monasterio en este momento? ¿Por qué quiero que mi última experiencia del «mundo» sea la de una sociedad plagada de pandemias? ¿Por qué, en medio del caos causado por el clima político y religioso de la época, me encierro en un claustro? Algunos afirman que una persona solo tomaría esa decisión para huir de los problemas del mundo. Otros lo ven como una negación heroica de las cosas «mundanas». Ninguno ha dado en el clavo.
Es precisamente el deseo de hacer frente a estos «tiempos sin precedentes» lo que reafirma mi decisión de vivir como monja dominica contemplativa. No entro en un monasterio para escapar del mundo o para mostrar una falsa piedad. Entro en la vida religiosa para poder seguir una vocación particular por medio de la cual puedo llevar a cumplimiento, de manera más perfecta, mi propósito como miembro cristiano de la sociedad humana. Al negarse a sí misma las cosas del mundo, una monja afirma radicalmente la realidad del bien y del mal en el mundo. Al entrar en la clausura, se libera para entrar más profundamente en el sufrimiento de un mundo que sufre. Y, al cerrar los ojos en la oración, es capaz de abrir su corazón a un mundo tan desesperadamente necesitado.
Uno de los lemas de la Orden Dominica es contemplare et contemplata aliis tradere (contemplar y entregar a otros los frutos de la contemplación). Cuando empecé a discernir la posibilidad de entrar en la vida contemplativa, no estaba segura de cómo se manifestaba este lema en la vida de una monja de clausura. Ahora me doy cuenta de que solo a través de una vida de contemplación me puedo comprometer plena y fructíferamente con un mundo que sufre. Al vivir una vida de oración y penitencia alejada del mundo, una monja contemplativa está íntimamente unida en solidaridad con los que sufren en el mundo. Esta solidaridad se define ofreciendo todo su ser en aras de un bien mayor que ella misma: la entrega de su vida interior de oración y penitencia por el bien común del mundo que la rodea. A través de esta solidaridad cumple su vocación: contemplare et contemplata aliis tradere.
Es exactamente esto lo que afirma el Papa San Juan Pablo II en su carta apostólica Salvifici doloris: «Por lo tanto, es necesario cultivar en sí mismo esta sensibilidad del corazón, que testimonia la compasión hacia el que sufre. A veces esta compasión es la única o principal manifestación de nuestro amor y de nuestra solidaridad hacia el hombre que sufre. […] Se puede afirmar que se da a sí mismo, su propio ‘yo’, abriendo este ‘yo’ al otro. Tocamos aquí uno de los puntos clave de toda la antropología cristiana. El hombre no puede ‘encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás‘» (n. 28).
Cada persona está llamada a vivir una manifestación particular de este «don sincero de sí mismo» a través de su vocación personal: los padres sacrifican su comodidad por el bien de sus hijos; el personal sanitario arriesga su propia vida por la salud y el bienestar de los demás; los miembros del clero están obligados a aceptar el reto de vivir y predicar la verdad, sin importar el coste; yo, junto a las que pronto serán mis futuras hermanas, estoy llamada a participar en todos estos sufrimientos de forma sobrenatural a través del don de la vida contemplativa.
Un vídeo de Labouré Society en el que Gretchen explica su vocación:
Las monjas contemplativas están llamadas a ofrecer oraciones por la madre que está cansada y es incapaz de rezar después de pasar una noche insomne por su hijo; a ofrecer penitencia por el hombre que muere solo y necesita la gracia de la conversión; a arrodillarse ante el Santísimo Sacramento y suplicar por la paz en nuestra nación y por la fecundidad en la Iglesia. Como monja, utilizaré mi vida para unir todos estos sufrimientos al sufrimiento de Cristo en la Cruz. Cristo se hizo humano y sacrificó su vida humana por la salvación de toda la humanidad. Dentro de los muros del monasterio, las monjas sacrifican su propia vida humana y la unen a la de Cristo para, así, llevar a toda la humanidad hacia Él y, del mismo modo, llevarle a Él a toda la humanidad.
Cuando ya haya entrado en el monasterio, mi «ventana» al mundo consistirá en una pequeña abertura en la reja de la capilla donde se encuentra la custodia con el Santísimo Sacramento. Veré, literalmente, el mundo exterior a través de Cristo. ¡Qué expresión tan perfecta de la vida consagrada que deseo seguir! G.K. Chesterton escribió: «El voto es para el hombre lo que el canto es para el pájaro o el ladrido para el perro; es la voz por la que se le conoce» (La barbarie de Berlín). Es siguiendo una vida de pobreza, castidad y obediencia dentro de los silenciosos muros del claustro como deseo que mi voz sea escuchada. Por eso, en estos «tiempos sin precedentes», sigo el precedente de los Santos Benito, Catalina y Teresa y entro en un monasterio en 2021. Porque a veces hay que dejar el mundo para amarlo.
Traducido por Elena Faccia Serrano.