En el Evangelio (Lc 9,7-9) de la liturgia de la palabra de la misa del día de hoy, 25 de septiembre, Herodes se pregunta sobre Jesús de quien está escuchando que realiza grandes cosas, y es una pregunta que todo hombre se tendría que hacer alguna vez a lo largo de su vida, pues Jesús es la revelación más evidente y sublime de Dios, de esa Trascendencia, para los que no hayan aún oído hablar de Él, que llama a todo hombre a elevar la mirada al cielo.
Herodes, ese hombre cruel y sin escrúpulos, que había acabado con la vida de heraldo de Cristo, Juan Bautista, seguro que había oído hablar de Jesús, recordemos que Juana, la mujer de Cusa, su amaestrador, era fiel creyente de Jesús, al que ayudaba con sus bienes. De modo que en palacio se oirían todo tipo de rumores sobre Jesús, y el evangelio de hoy nos cuenta que se le asignaba la personalidad de alguno de los anteriores profetas vuelto a la vida.
Este deseo de Herodes de pura curiosidad no pasó a mayores, no se tradujo en un abrirse a un saber noble, trascendente, a la fe. Más tarde tendría la ocasión de tenerle delante, pero cuando uno está muerto por dentro, vacio, preso de la maldad, se hace “imposible” descubrir la Verdad de quien tienes delante, como también ocurría con Pilatos. Precisamente este fue quien envió a Jesús ante Herodes en el proceso de la pasión (cf. Lc 23,8-11). Cuando entonces Heredes tuvo delante a Jesús, la curiosidad de aquel no supuso nada, pues Jesús a hablar con él y guardó silencio; era inútil trabar dialogo con un ser corrompido y diabólico, sin atisbo de posible conversión, de la humillad necesaria para abrirse a la Trascendencia.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 7-9:
En aquel tiempo, el rey Herodes se enteró de todos los prodigios que Jesús hacía y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado; otros, que había regresado Elías, y otros, que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Pero Herodes decía: «A Juan yo lo mandé decapitar. ¿Quién será, pues, éste del que oigo semejantes cosas?» Y tenía curiosidad de ver a Jesús.
Todo el mundo ha de tener noticias de Jesucristo, saber de su Evangelio, para que la inquietud que todo ser humano lleva dentro, como huella de la imagen del Creador, encuentre una respuesta. Quien busca sinceramente la Verdad de su existencia, acaba recomiendo la gracia divina en el don de la fe.
Esta es la pregunta esencial de la vida que todos hemos de respondernos: ¿Quién es Jesús para mí? Quien no se implica personalmente, de corazón, en la búsqueda de un encuentro personal con Jesús, no conoce ni conocerá verdaderamente a Jesucristo.
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PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO
(Meditación Santa Marta, 26 de septiembre de 2013)
Conocer a Jesús: debes conocerlo a través del catecismo, pero no basta con conocerlo con la mente; debes conocerlo dialogando con él, hablando con él, en oración, de rodillas. Si no rezas, si no hablas con Jesús, no lo conoces. Sabes cosas sobre Jesús, pero no tienes el conocimiento que tu corazón te da en la oración. Conocer a Jesús con la mente, estudiando el catecismo, conocerlo con el corazón, en oración, dialogando con él. Esto nos ayuda mucho, pero no basta. Hay una tercera manera de conocer a Jesús: seguirlo, ir con él, caminar con él. No puedes conocer a Jesús sin conectar con él, sin arriesgar tu vida por él. Cuando tanta gente, incluyéndonos a nosotros, se pregunta: «Pero ¿quién es este hombre?», la Palabra de Dios nos responde: «¿Queréis saber quién es este hombre? Leed lo que la Iglesia os dice de él, hablad con él en oración y recorremos su camino con él. Así sabréis quién es este hombre».
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Catena Aurea
Crisóstomo, in Mat. hom. 46
Pasado mucho tiempo, y no desde el principio, se enteró Herodes de los prodigios que obraba Jesús. Es patente la soberbia del tirano (que no los conoció desde el principio). De donde se dice: «Y llegó a conocimiento de Herodes», etc.
Teofilacto
Herodes era hijo del gran Herodes, que había degollado a los niños; pero aquél era Rey, éste Tetrarca. Preguntaba que quién era Jesús. Y prosigue: «Y quedó como suspenso».
Crisóstomo
Los pecadores temen lo que conocen y lo que ignoran, se asustan de las sombras, sospechan de todo y se estremecen al menor ruido. Tal es, en efecto, el pecado. Sin que nadie reprenda o vitupere a un hombre, él mismo lo da a conocer; sin que nadie lo acuse, él mismo lo condena y hace tímido y cobarde al delincuente. La causa de este temor se pone a continuación cuando dice: «Porque decían algunos».
Teofilacto
Los judíos esperaban la resurrección de los muertos en la vida carnal, en las comidas y las bebidas, siendo así que los resucitados no participarán ya de los actos carnales.
Crisóstomo
Habiendo oído Herodes los milagros que Jesús hacía, dijo: «Yo he degollado a Juan»; lo cual no decía por ostentación -sino para calmar su temor y tranquilizar su perturbado espíritu- recordando que él mismo lo había matado. Y como había degollado a Juan, añade: «Pues, ¿quién es éste?», etc.
Teofilacto
Si es Juan, ha resucitado de entre los muertos y, viéndolo, lo reconocería. Por lo cual sigue: «Y procuraba verle».
San Agustín, de cons. evang. 2, 45
Lucas, narrando esto de la misma manera que San Marcos, no obliga a creer que el orden de los sucesos fuese el mismo. Además concuerda con San Marcos en que hace decir a otros, no a Herodes, que Juan resucitó de entre los muertos. Pero como él dijo que Herodes vacilaba, hay que entender que después de esta vacilación se hallaba consolado en su espíritu por lo que los otros decían, cuando dijo a sus hijos, según narra San Mateo: «Es Juan Bautista, que resucitó de entre los muertos» ( Mt 14,2). O estas palabras de Mateo deben interpretarse de tal modo que indiquen que vacilaba todavía.

