No renunciemos a lo que somos: cristianos

Hay que amarrarse al palo firme del mástil, como Ulises, para no dejarnos arrastrar hechizados por los cantos de sirenas. Cuando el mundo se precipita tras una ideología irracional, los cristianos no podemos dejarnos arrastrar a esta pérfida deshumanización al tratar de hacernos cercanos y entendibles. No podemos renunciar a nuestras señas identidad, aunque nos quedemos solos.

Este es el canto agudo y penetrante de nuestros días: moda progre tan colorista con la enseña del arco iris, tan en boga publicitario y sustentado por un lobbys poderoso, con respaldos financieros y empresariales, con subvenciones públicas por doquier, con todos los medios haciéndoles la ola, con publicidad o promoción por doquier, con el acceso incluso en los centros educativos, etc., etc.; pareciera que quien no se ponga en orden de saludo y les rinda pleitesía es como ser digno de ser considerado cual un enemigo de la humanidad.

La Iglesia no se puede achantar y mirar hacia otra parte e incluso ser connivente, mientras este despropósito de magnitudes considerables, trata de infestar las mentes de gente y especialmente de los más pequeños. No se puede eludir esta responsabilidad por fidelidad a la verdad de la doctrina evangélica, mástil firme.

Como ha manifestado el cardenal, que posiblemente habla más claro, Müller: «No se puede llegar a un falso compromiso con la modernidad a costa de la verdad». Y también Cardenal Cañizares: «No podemos someternos a una mentalidad inspirada en el laicismo y en la ideología de género».

El Espíritu dice expresamente que en los últimos tiempos algunos se alejarán de la fe por prestar oídos a espíritus embaucadores y a enseñanzas de demonios, inducidos por la hipocresía de unos mentirosos, que tienen cauterizada su propia conciencia, que prohíben casarse  (1Tteo 4,1-3a)

 La ideología de género es una fábula (1Tteo 4,1-2), una sinrazón, el pensamiento mundanizado, una influencia del Maligno, una niebla que pretende intoxicar el alma humana. Y con toda «naturalidad» pretenden destruir la naturaleza humana, a base de inculcar -inocular- a la sociedad, por todos los conductos (escolares, meriticos) un adoctrinamiento sobrevenido, impuesto, que supone un lavado de cerebro que traerá lamentables consecuencias.

El Estado, la política, se ha entrometido en lo personal. Ha invadido el espacio inviolable del individuo. Y con ello dicta una “moral”, una cultura, una manera de hacer que la persona sea, piense y actué. Han invadido el espacio sagrado de la intimidad libérrima de cada cual, hasta anular la conciencia.

 Estos políticos actuales actúan como antaño los señores feudales, que sometían a sus súbditos a los que tenía como posesión suya al arbitrio de sus caprichos, sobre todo en lo referente a la hacienda; lo mismo hoy nos tienen abrasados a impuestos, maniatados, supercontrolados, y todo bajo la superchería de que cuidan de nosotros, que nos protegen, como antaño, de los “enemigos invasores” o de cualquier peligro, el de la hambruna y el desamparo. Con todo ello intentan someter a sus súbditos a la voluntad del que manda en todos los aspectos de la vida. El Estado (neofeudal) va cada vez más acaparando cotas de poder sobre las personas.

Subrayamos las palabras del arzobispo de Valencia Monseñor Cañizares:

«Testimoniar que la realidad humana no se justifica sin referencia al Creador: ‘Sin el Creador la criatura se diluye’. Esto es lo que destruye la ideología más insidiosa y destructora de humanidad de toda la historia universal que es la ideología de género que tratan de imponernos poderes mundiales más o menos solapadamente en todo el mundo con legislaciones inicuas que no hay que obedecer, también en nuestra Comunidad humana que es España»

«Nunca podremos ni deberemos dejar de ser consecuentes con la presencia de Cristo en el mundo que entraña la Eucaristía; por ello no podemos someternos a una mentalidad inspirada en el laicismo, tampoco en la ideología de género, ambas ideologías llevan gradualmente, de forma más o menos consciente, pero certera, a la restricción de la libertad religiosa hasta promover un desprecio o ignorancia de lo religioso, relegando la fe a la esfera de lo privado y oponiéndose a su expresión pública».

«Los cristianos estamos llamados y urgidos a comprometernos a dar testimonio de la presencia de Dios en el mundo. No tengamos miedo de hablar de Dios ni de mostrar los signos de la fe con la frente muy alta, no en el anonimato ni en la clandestinidad«.

E igualmente participamos de las palabras del Cardenal Gerhard Müller:

«La Iglesia católica es una institución divina que no debe conformarse con las grandes multinacionales. No tenemos que complacer al New York Times o al Foro de Davos, sino anunciar el Evangelio a la gente de hoy. Para hablar al mundo no se debe encubrir la Palabra de Dios, sino anunciar a Cristo, la verdadera luz que ilumina a todo hombre».

«Debemos tener cuidado de no conformarnos con una ONG, con alguna organización socio-religiosa. La Iglesia debe estar firmemente anclada en Cristo y en los sacramentos, conservando su dimensión trascendente. Debemos preocuparnos por la salvación de las personas, no sólo por la vida temporal. La misión de la Iglesia es ayudar a unir a las personas con Dios. Podemos ser un rebaño grande o pequeño, pero en todas las circunstancias debemos seguir la línea del Evangelio. Obedecer a Cristo primero y luego dar su luz al mundo».

«Son consideraciones sociológicas. La Iglesia debe luchar por la verdad. Los valores que debemos predicar son la dignidad humana y la libertad: debemos hablar concretamente contra el aborto y la eutanasia, defender el matrimonio como unión entre un hombre y una mujer, contra el transhumanismo. No debemos traicionar los valores naturales y sobrenaturales. No creo que la mayoría defienda siempre la verdad. A menudo es protegida y expresada por las minorías».

«La ortodoxia es sinónimo de catolicidad. El verdadero peligro es una especie de autosecularización de la Iglesia, de falta de santificación de la Iglesia. Pensar en lo que dicen las estadísticas y los medios de comunicación no puede ser un criterio para la Iglesia, que incluso puede ser impopular, porque el populismo no salvará a la Iglesia. No se puede llegar a un falso compromiso con la modernidad a costa de la verdad».

 

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