
Decía un día Mons. João Clá que lo que impedía comúnmente salir de la mediocridad (o del vicio), y caminar hacia las cimas de la virtud era el mundanismo.
Seguir leyendo «El mundo lindo y el mundo horroroso: el secreto del mundanismo»
Decía un día Mons. João Clá que lo que impedía comúnmente salir de la mediocridad (o del vicio), y caminar hacia las cimas de la virtud era el mundanismo.
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«El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz«. (Lc 16,8).
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En la ciudad de la luz, en el momento de la inauguración de la Juegos Olímpicos, ¡Oh, sarcasmo!, se produjo un apagón. En la apoteosis de la infamia y la burla de una ciudad babilónica, París, a la que la bien la cabria el título apocalíptico de la Ramera, se escenificaba la apoteosis del Espíritu del Tiempo, de la mundanidad, de la mentalidad o cultura, con sabor a desparrame, a demasía inmunda, a cultura de muerte. Sobre esa letal oscuridad, sobre esas sombras de muerte, sobre sale allá al fondo, flotando por encima de esta lúgubre desdicha de decadencia, la ilumina por una Luz sobrenatural la capilla de la Adoración Perpetua (en la foto), que lleva en Paris sin apagar noche y día desde hace 180 años. Dios es así, en medio de cenagal batiburrillo ideológico-moral de una sociedad decadente y enferma, da su propia pincelada al cuadro, como diciendo -advirtiendo-: ¡Estoy aquí!
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El evangelio (Mc 7,1-13) de la liturgia de la misa de hoy, 6 de febrero, nos cuenta cómo la élite de la sociedad judía, los escribas y fariseos, se dedica como en otras ocasiones a cuestionar las enseñanzas de Jesús, acusándole de que sus discípulos no observaban el precepto tradicional de lavarse las manos impuras antes de comer, y cómo Jesús responde, dejándoles en evidencia por su hipocresía…