Luis González-Carvajal

Este domingo hemos escogidos unas líneas de dos obras «La causa de los pobres, causa de la Iglesia» y «Los signos de los tiempos»— de Luis González-Carvajal Santabárbara (Madrid, 1947), sacerdote, teólogo y profesor de seminario de San Dámaso de Madrid y de la  Universidad Pontificia Comillas. También ha es un prolífico escritor de temática religiosa, con 26 libros y unos 250 artículos y folletos. A destacar su libro «Ésta es nuestra Fe. Teología para Universitarios». (Y del que algunos hemos tenido el honor de haber sido alumnos suyos).

                                                                                         

«La causa de los pobres, causa de la Iglesia«[1]

Observaba Spinoza que no hay diferencia entre el loco que, dominado por su manía, no puede pensar en nada más y “el avaro que no piensa en otra cosas que en la ganancia y el dinero” p.30

Freud le ha dado la razón. Para él, la etapa anal-erótica está dominada por la obsesión de tener y ahorrar. Durante esa etapa (segundo o tercer año de la vida) es “normal” la obsesión por acumular; pero un adulto que siga obsesionado por poseer es una persona neurótica cuyo carácter ha quedado fijado en el estadio anal. 30-1

Lo que ocurre es que, precisamente porque la misma sociedad es neurótica, no aparecen como neuróticos los individuos: “Una locura cualquiera deja de serlo cuando se hace colectiva”.

Sabemos, en efecto, que solemos llamar neuróticas a aquellas personas cuya manera de vivir contradice las pautas de conducta establecidas, con lo cual llegamos al contrasentido de tomar por locos precisamente a los únicos que objetivamente son maduros (los desinteresados).* Viene ya de lejos: Los familiares de Jesús “fueron a echarle mano, porque decían que no estaba en sus cabales” (Mc 3,21) 31

Como ya advirtió Jesús de Nazaret, “crecimiento sin límites” no suele significar “crecimiento del alma” (cfr. Mt 16,26) 32

“Hasta el peor de los mundos cristianos preferiría yo al mejor de los mundos paganos, porque en un mundo cristiano queda siempre un lugar para quienes no lo tienen en el pagano: para los inválidos y enfermos, para los ancianos y los débiles” (el premio Nobel Heinrich Böll) 48

Lógicamente, los pobres, es decir, aquellos que Cristo buscó, se incorporaron masivamente a la Iglesia. San Pablo decía: “¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos, ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo” (1 Cor 1,26-27) 50

Ha dicho Paul Ricoeur que “no es posible estar con los pobres más que estando contra la pobreza”, pero eso únicamente podríamos sostenerlo en caso de que la desigualdad fuera injusta, lo que no es ni mucho menos evidente.

Sospecho que al decir “la desigualdad es injusta”, cometemos lo que los griegos ¾inventores de la lógica¾ llamaban metábasis eis allo génos, “paso a otro género”. En efecto, pasamos de un discurso sociológico (el mundo es desigual) a un discurso axiológico (el mundo es injusto). 57

Mientras las conclusiones del discurso sociológico (el mundo es desigual) serán compartidas por todos los hombres que hayan estudiado científicamente la realidad, independientemente de su sistema personal de creencias, no ocurre igual con el discurso axiológico. Este exige una “luz” suplementaria para iluminar los datos de las ciencias empíricas y, lógicamente, de la diversidad de “luces” surgirán diversidad de lecturas. 58

Tanto Dios como mamón dan seguridad al hombre. El rico puede apoyarse en mamón. Al pobre, en cambio, se lo impide su situación de miseria y se siente empujado a apoyarse en Dios: “El pobre es quien pone su causa en manso de Dios, el humildad que renuncia a defender él solo su propia causa. A diferencia del violento, ha quebrado su orgullo” (VON RAD, G) 70

“Dios desea un pueblo que, en la abundancia, siga mendigando su gracia” (André Dumas) 73

Debemos evitar, por lo tanto, ensalzar la pobreza horizontal en sí misma: Pertenece al viejo mundo de pecado y en el Reino de Dios habrá desaparecido. Teresa de Lisieux decía con deliciosa ironía: “¡La Santa Pobreza! ¡qué divertido, una santa que no irá al cielo!” 73

“Dios me libre de ser yo rico mientras ellos están en la indigencia” (S. Gregorio Nacianceno, Discurso sobre el amor a los pobres 14, 19, PG 35, 876.

“Muy acertadamente lo llamó (rico) inicuo, pues todas las riquezas proceden de iniquidad y, si uno no pierde, otro no puede encontrar. Por eso, a mí me parece la verdad misma aquella sentencia que anda en boca de la gente: El rico, o es un inicuo o heredero de inicuo” (San Jerónimo, Carta 120, 1º) 77

“No me vengas con leyes profanas. El publicano cumple la ley profana y, sin embargo, es castigado. Y también lo seremos nosotros, si no ponemos término a la opresión de los pobres”. (S. Juan Crisóstomo, Homilía sobre S. Mateo, 56, 5) 78

“Por derecho divino todas las cosas son comunes a todos, mas por derecho positivo esto es mío, aquello de otro (…). El derecho divino consta en las Escrituras, el derecho humano en las leyes de los reyes”. (S. Juan Crisóstomo, Decreto de Graciano, I, 8, PL 187, 43.)

“No les das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo suyo. Pues lo que es común y ha sido dado para el uso de todos, lo usurpas tú solo. La tierra es de todos, no sólo de los ricos.” (San Ambrosio, Libre de Nabot Yizreelita, 53) 79

 El pecado contra el Espíritu Santo,  que “No tendrá perdón nunca” (Mc 3,29), consistió hace veinte siglos en atribuir la obra liberadora de Cristo a un “espíritu inmundo” (Mc 3,22 y 30) y no a un “espíritu bueno”, al Espíritu de Dios. Pues bien, ese pecado contra el Espíritu Santo podemos cometerlo también hoy: “Lo imperdonable es no reconocer como liberación lo que es liberación. Lo imperdonable es usar de la teología para hacer algo odioso de la liberación de un hombre. El pecado contra el Espíritu Santo es no reconocer con alegría `teológica´ una liberación concreta que ocurre ante los ojos” (Segundo , J. L.) 111

En la cultura occidental se considera que el instrumento adecuado para anunciar algo es la palabra, bien sea hablada o escrita. Para la Biblia, en cambio, no es exactamente así: La verdad no se dice, se hace (Jn 3,21; 1 Jn 1,6).* No en vano, en hebreo dabar significa tanto “palabra” como “hecho”. 121

Y, si la verdad se hace,  lo contrario de la verdad no es la mentira, sino la decepción. 122

 El evangelizador debe poder decir: ¡Aquí tenéis una comunidad de cristianos, vedla!

La actitud que tomó la Iglesia primitiva frente a la esclavitud pude ejemplarizar lo que acabamos de decir: en medio de una sociedad que negaba cualquier derecho a los esclavos, hasta el extremo de castigar con la misma pena al que mata a un esclavo ajeno que al que mata una bestia de carga, permitía hipotecar la hijo de una esclava encinta igual que la cosecha próxima a recogerse, la Iglesia concedió los mismos derechos s los esclavos y a los libres. Ambos accedían por igual al sacerdocio, ambos accedían al episcopado, e incluso entregaron las llaves de S. Pedro en manos de un antiguo esclavo: El Papa Calixto, que gobernó la Iglesia entre los años 217 y 222.

Los esclavos no podían dejar de comprender que había llegado el Reino de Dios. 126

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«Los signos de los tiempos»[2]

En el Segundo y Tercer Isaías resuena con especial fuerza esta esperanza. Cuando Dios establezca su Reino, se podrá  decir que «ha consolado a su pueblo y de sus pobres se ha compadecido» (Is 49,13); El hará  resplandecer su justicia (Is 45,8; 46,13; etc.), su misericordia (cfr. Is 44,23; 45,8; 49,10.13; 52,8.9; 54,7.8.10; 55,7; 56,1; 59,2; 60,10; 63,7.15), su amor (cfr. 43,4; 44,2; 48,14; 60,10; 63,9), rescatando y salvando a los oprimidos (35,10; 41,14; 43,1.14; 44,6.22-24; 47,4; 48,17.20; 49,7.26; 50,2; 51,11; 52,3.9; 54,5.8; 59,20; 60,16; 62,12; 63,4.9.16), etc. 130

Y es que, bajo el Reinado de Dios, adquieren derechos quienes antes carecían de todo derecho. Moltmann ha logrado expresarlo muy bien: «La justicia del Reino de Dios no es la `iustitia’ distributiva, sino la `iustitia iustificans'» («El Dios crucificado. La cruz de Cristo como base y critica de toda teóloga cristina» Salamanca, 1975, p. 247) 136

Un mundo más igualitario, ¨resultaría o no signo para quienes «no sepan» si están bien o mal dotados para la competencia? 139

Esa pregunta hace pensar inmediatamente en la teoría de la «justicia como imparcialidad» (`justicie as fairness’), de Jhon Rawls. 139

El filosofo norteamericano, consciente del desacuerdo existente sobre lo justo y lo injusto según sea la ideología de cada cual, ha pretendido elaborar una teoría racional en la que necesariamente coincidan todos. Aunque no comparto su optimismo, propio de un ilustrado del dieciocho, sobre la capacidad de la razón para unir a todos los hombres  -sin ir más lejos, yo mismo no puedo aceptar varias de las conclusiones a las que ir  llegando Rawls-, voy a inspirarme aquí en el método que ‚ él emplea para elegir los principios de la justicia 139

Como es sabido, Rawls parte del supuesto de que las opiniones que tiene cada individuo sobre la justicia aparecen distorsionadas por sus propios intereses; y, para evitarlo, propone que un grupo de personas repiensen el tema intentando situarse previamente en lo que ‚l llama «situación originaria» (que, a pesar de lo que el hombre pueda sugerir, no ha existido nunca; se trata de una hipótesis de trabajo). 139-140

Dichas personas, de la más diversa extracción, acceden a esa «posición originaria» mediante un artificio consistente en cubrir bajo un «velo de ignorancia» todas aquellas situaciones personales que podrían distorsionar sus juicios: 140

«Ante todo  -dice Rawls-, nadie conoce su lugar en la sociedad, su posición o clase social; tampoco sabe cu l ser  su suerte en la distribución de talentos y capacidades naturales, su inteligencia y su fuerzas, etc. Igualmente, nadie conoce su propia concepción del bien, ni los detalle s de su plan racional de vida, ni siquiera los rasgos particulares de su propia psicología, tales como su aversión al riesgo, o su tendencia al pesimismo o al optimismo. Más todavía, supongo que ninguno conoce las circunstancias particulares de su propia sociedad. Esto es, ignoran la situación política o económica de su pueblo, as¡ como el nivel de cultura y civilización que haya sido capaz de alcanzar. Las personas en la posición original no tienen ninguna información respecto a que‚ generación pertenecen (…). Se da por sentado, sin embargo, que conocen los hechos generales acerca de la sociedad humana. Entienden las cuestiones políticas y los principios de la teoría económica; conocen las bases de la organización social y las leyes de la psicología humana» (Rawls, J.: «Teoría de la justicia», Madrid 1979, pp. 163-164) 140

En resumen, no saben quiénes son, pero saben lo suficiente para imaginar quiénes podrían ser: Los poco afortunados en el sorteo de las cualidades. Pues bien, parece razonable suponer que si el juicio de cada persona no estuviera distorsionado por los propios intereses, todos considerarían que una buena sociedad es aquella en la que cada cual aporte según su capacidad y reciba según su necesidad. Es decir, parece razonable suponer que una sociedad basada en la equidad tendría capacidad de signo para aquellos hombres que no hayan «aprisionado la verdad con la injusticia» 140-1

De forma expresa afirma el Concilio que la acción salvadora de Dios se hace presente también en los avances seculares, políticos y socieconómicos de la humanidad: «El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, no es ajeno a esta evolución» 34

El mundo –en la medida en que sea fiel a las exigencias de su desarrollo inmanente– está caminando hacia la recapitulación de todo en Jesús y, en consecuencia, tendrán  que ser perceptibles en él ciertos signos de salvación que hemos llamado «signos de los tiempos». 35

Sostiene Pannenberg que Dios no se revela a sí mismo directamente, hablando a los hombres y dejándose ver por ellos (teofanía), sino indirectamente, a través de sus obras, que acontecieron y siguen acontecieron en la historia (teología). 37

Escribe Pannenberg: «¿En qué objetos de la experiencia se ofrece Dios de un modo indirecto –al menos como problema–, de modo que se les pueda considerar como huellas de Dios? L a única respuesta posible es ésta: En todos. 38

Dado que la voluntad salvífica de Dios es universal, es en todo el espacio abarcado por la historia humana donde Dios se manifiesta a través de los acontecimientos; y esos acontecimientos en los que se manifiesta la acción divina no son otra cosa que lo que hemos llamado «signos de los tiempos». 40

Lo propio del símbolo –escribe Witth– es «permanecer indefinidamente sugerente: cada uno ve en él lo que su potencia visual le permite percibir. A falta de penetración, nada profundo se percibe». Con otras palabras: la percepción de los signos excluye la postura del simple espectador y exige la participación del actor. 88

El poder evocador de los símbolos es eminentemente personal. Depende no sólo de la estructura psicológica de cada individuo, sino también del universo espiritual al que pertenece.88

De la misma forma que en la parábola de Mt 13,24-30 el trigo está mezclado con la cizaña, mientras vivamos en este mundo los signos de los tiempos estarán siempre parasitados por antisignos y, según sea menor o mayor la importancia de éstos, pueden limitarse a enturbiar el sino o incluso llegar a oscurecerlo completamente. 144

Como decía un viejo y sabio adagio, «la naturaleza no da saltos». No olvidemos que el dueño del campo no sólo no quiere, sino que no puede arrancar la cizaña sin destruir asimismo el trigo. NO puede imponer su propósito inicial sin respetar durante cierto tiempo y en cierta medida al enemigo (Mt 13, 24-30). 149

El radicalismo utópico equivale a una huída de la realidad, y antes o después provocará necesariamente un caos mayor que el que intentaba corregir. Pero cuando llegue el fracaso, no habrá que atribuirlo, como hacía Rousseau, a que el estilo de vida del Reino de Dios no se adapta a la naturaleza humana, sino a que la realidad el hombre está todavía muy lejos de lo que por naturaleza está llamado a ser, e, ignorándolo, se pretendió dar «alimento sólido a quienes aún no lo podían soportar» (1 Cor 3,1-3). 149

La capacidad significativa de un símbolo no sólo depende la adecuación del significante a los significado, sino también de su adecuación a los destinatarios. 234

Si Jesús de Nazaret –el «signo de contradicción» (Lc 2,23), es de temer que también los restantes signos de los tiempos provoquen división. 234

De la misma forma que el trigo estaba mezclado con la cizaña en la parábola del Evangelio, mientras vivamos en este mundo los signos de los tiempos aparecerán siempre parasitados por antisignos. 234

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[1] Sal Terrae, Santander, 1982.

[2] Sal Terrae, Santander 1987.