La religión del Amor

La Trinidad

Nuestra religión es la religión del amor, la de un Dios que ama en sí, trinitariamente, y que nos ama. En él y por Él tenemos la razón de nuestra existencia. «Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.» (1 Jn 4,7b). 

Dios que no sabe hacer otra cosa que amar, movido por esta esencia de su ser —»Dios es amor» (1 Jn 4,8b)— decidió crear a un nuevo ser, el humano, para que viniera a existir, a ser, según un parentesco al suyo hecho a imagen y semejanza de Dios—: amor santo, y participara de su felicidad, felicidad eterna.

¡Qué maravilloso que el Ser de todo, el Existente, el Eterno, el Principio y Fin, el Origen de la vida y la Vida inagotable para siempre, sea en esencia Amor, Amor perfecto, bueno, santo!

Por ser Dios como es, es por lo que existimos y existe todo, la belleza y el bien; de no ser así el Dios único y excelso, nada sería como es; pues cuanto existe se sustenta en y por un Ser amante, generador de amor, y lo contrario o lo distinto sería la existencia del caos o la no existencia. ¡Alabado, pues, sea nuestro y único Dios!

De modo que nuestra religión es la religión del amor, la que vive bajo el régimen de un Reino de amor. El esta religión, religación vital de la criatura con el Creador, está sostenida por dinamismo del reinado —de la acción amorosamente santa— que surge como aliento de vida de la comunión de amor de la Santisima Trinidad.

Dios nos amó antes de que fuéramos (cuando la Trinidad pergeñó la idea, y que tanto irritara a los ángeles rebeldes), en el momento de ser (en nuestra creación), cuando estamos siendo (pese a todas nuestras infidelidades, salvaguardadas por el amor del Hijo de Dios que nos recreó en la cruz) y cuando seamos con Él eternamente. De modo que estamos en marcha alegre y difícil al mismo tiempo hacia la amistad con mayúsculas de la Trinidad.

Creer es la cosa más natural, apropiada y lógica. Pues se apoya en la concepción de una creación -la nuestra- que ha sido originaria en lo más hermoso y bueno que hubiera podido ser motivado o causal: la voluntad de un Dios colmado de amor en si y que se desborda esparciéndolo creativamente. De ahí surgimos nosotros: sus nuevas, criaturas, hijos nuevos suyos, que hemos sido llamados a participar —junto con toda la corte celestial— de la Gloria eterna. 

Dios emite esa efusión de amor que lo sostiene todo; todo cuanto existe esta religado a Él. Esa base amorosa es la voluntad del Ser de Dios que lo fundamenta y constituye todo y la esencia de nuestro ser, define nuestra naturaleza de seres de espiritualidad indestructible, eterna.

Así dice la segunda lectura de la liturgia de hoy 9 de mayo de 2021, de la primera carta del apóstol san Juan (4,7-10):

Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.                                 

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