La normalización de la locura

En España la anomalía se ha convertido en algo normal.

Hace ya unos años, un alcalde dijo que «la Justicia en España era un cachondeo», le cayó la mundial, total que le expulsaron de la alcaldía. Hoy día, un político ha dicho en declaración parlamentaria «las togas reaccionarias» y otras expresiones de este grave calibre descalificador, como el de estar politizada, con injerencias…, es decir sectaria, prevaricadora, o sea una Justicia injusta. Y nada. Hoy día los jueces callan, como momias egipcias. Todo esto se admite con toda naturalidad.

Otra anormalidad normalizada: Una señora bisexual, feminista radical, Beatriz Gimeno, que justificó la quema de iglesias en España porque «el aborrecimiento profundo que muchas personas sentimos se lo ha ganado a pulso»; la acaban de nombrar directora del Instituto de la Mujer. Es decir, una sectaria que odia así, ¿puede ocupar un cargo público, con poder…? Pues, aquí en España, sí. Pero eso sí, si eres anticatólica, progre; porque si eres conservador lo tienes claro.

Otra anormalidad: el secretario general del sindicato UGT ha visitado en más de media docena de veces a un preso golpista. Y ni choco, nadie se interroga ni dice nada.

Otra anormalidad: se hace cine profundamente antiespañol, anticatólico, creando fobia contra España y la Iglesia Católica, con unas «fake news» o leyendas negras que han atiborrado de mala leche el corazón de los españoles. Pues nada, que a pesar de ello, y que la mayoría de estas películas fracasan en taquilla, se las subvencionan con dinero de todos, hasta de los que ofenden. Y esto es normal.

Una escritora, que en su día escribió en un periódico que ¡qué bien las violaciones de las monjas en el 36; cómo las gozarían siendo ultrajadas por los milicianos!, es contratada por instituciones (publicas) para dar charlas y conferencias, además de homenajes, etc.

Aquí se hacen leyes desiguales, para ciudadanos iguales. Infame ley de ideología de género. Y nadie dice nada ni una queja, excepto raras y honrosas excepciones de algunos medios, de los que quedan muy pocos, pues (y esta es otra) solo van sus intereses no ha servir a la verdad. Una desvergüenza mediática a la que ya nos hemos acostumbrado, como si nada.

En los colegios se trata de adoctrinar a los niños, es decir, inculcarles ideas extrañas, y a las que ningún padre sensato admitiría para sus hijos; sin embargo, asombrosamente, nadie levanta la voz ni se queja.

En este país no hay libertad para hacer según qué cosas, como el que si quieres cambiarte de sexo, sí puedes, pero el que si quieres volver al tuyo, a través de algún psicólogo que te reconduzca la tendencia, no puedes, está prohibido. Esta arbitrariedad está asumida que nadie dice nada.

Se habla de progreso y de progresía a todas horas; pero aquí nada habla de la situación de retroceso en tantas cosas: el cada vez menor respeto por la vida, como el ínfimo nivel, el aumentos de la delincuencia, las patologías sexuales, la corrupción, la destrucción de familias, la inflación de leyes para reprimir y controlar a los ciudadanos, etc. Y la gente confunde avances tecnológicos como mejoramiento humano, y este equívoco lo ve con absoluta tranquilidad, cuando son síntomas alarmantes. En fin, a la decadencia la llaman progresar.

Este país está en un estado de descomposición absoluto, tanto en todos los órdenes, político, judicial, territorial (aquí va a saltar por los aires, no tardando España acabará rompiéndose) y en lo humano (la corrupción moral y la decadencia espiritual y religiosa, repentinas, son aterradoras).

Suma y sigue. Podríamos enumerar cosas de estas hasta aburrirnos; pero valga para que se hagan una idea.

Esto recuerda a lo del titanic… Y los músicos como si tal cosa.

¡Ya veremos a dónde conduce todo esto! Seguro que a nada bueno.

 

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