La muerte del hombre más grande habido

Cabeza-de-san-Juan-Bautissta. Jose-de-Ribera

El Evangelio (Mc 6,14-29) de la Liturgia de la misa de hoy, 7 de febrero, nos cuenta el tristísimo final de San Juan Bautista, su muerte a manos de advenedizos caprichosos y inmorales.

La síntesis de los hechos fueron:

San Juan Bautista acusaba a Herodes y a Herodías de una relación matrimonial contraria a la voluntad de Dios: El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía.

El caso es que cuando se precipitaron los acontecimientos Herodes ya tenía preso a San Juan, tal vez por instigación de Herodías. Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado. Herodes, en la celebración de su cumpleaños, frívolamente empeñó su palabra: La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo daré». Entonces Herodías vio la oportunidad de deshacerse de San Juan, y mandó a su hija que pedir, no la extraordinaria oferta de la  mitad de mi reino, sino vida de san Juan: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista», le pidió a Herodes la bailarina hija de Herodías.

Y así, de esta manera tan vacua y ruin se acabó con la vida del que Dios, Jesús, dijera que había sido el hombre más grande que había nacido (pero, claro, después de Jesús): «les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista«(Mt 11,11).

 

 Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,14-29):

 EN aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían:
«Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él».
Otros decían:
«Es Elías».
Otros:
«Es un profeta como los antiguos».
Herodes, al oírlo, decía:
«Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado».

Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado.
El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano.
Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía
. Al escucharlo quedaba muy perplejo, aunque lo oía con gusto.
La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea.
La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven:
«Pídeme lo que quieras, que te lo daré».
Y le juró:
«Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino».
Ella salió a preguntarle a su madre:
«¿Qué le pido?».
La madre le contestó:
«La cabeza de Juan el Bautista».
Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió:
«Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».
El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre.
Al enterarse sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.

 

Asumamos la condición de humana de estar tan expuestos a la fragilidad. Mirando la figura de san Juan Bautista, como la de tantos mártires, nos hacemos cargo de que en cualquier momento nuestra existencia, por importante que sea, se interrumpe. Vivamos humildemente en la verdad. Y a la vez seamos conscientes de que también podemos estar en bando contrario y ser verdugos como consecuencia de nuestros pecados, que nos llevan a tomar decisiones hirientes contra los demás.

“Al Bautista lo decapitaron por decir la verdad. Por denunciar una situación irregular. Por ser profeta, en definitiva. No quiso mirar hacia otro lado, cuando podía haber vivido más tranquilo, y todo porque Dios le estaba pidiendo que hablara en su nombre. Nosotros no vamos a ir por la calle vestidos con piel de camello y comiendo saltamontes, pero quizá haya, a lo largo de la jornada, ocasiones para decir lo que está bien y lo que está mal. Aunque no sea fácil. Mirando siempre a Cristo, que es el mismo, ayer, hoy y siempre.” (Alejandro Carbajo, C.M.F., Ciudadredonda)

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Palabras del papa Francisco

 De esta manera Juan termina su vida «bajo la autoridad de un rey mediocre, ebrio y corrupto, por el capricho de una bailarina y el odio vengativo de una adúltera». Así, «termina un grande, el hombre más grande nacido de mujer» (…) pienso en nuestros mártires, en los mártires de nuestros días, esos hombres, mujeres y niños que son perseguidos, odiados, expulsados de sus casas, torturados, masacrados». Esto «no es algo del pasado: hoy sucede esto. Nuestros mártires, que terminan su vida bajo la autoridad corrupta de gente que odia a Jesucristo». Por eso «nos hará bien pensar en nuestros mártires. (…) «Yo también moriré. Todos nosotros moriremos. Nadie tiene la vida “comprada”. También nosotros, queriéndolo o no, vamos por el camino del abajamiento existencial de la vida». Y esto, dijo, le impulsa «a rezar para que este abajamiento se asemeje lo más posible al de Jesucristo, a su abajamiento». (Santa Marta, 6 de febrero de 2015)

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Catena Aurea

Glosa

Después de la predicación de los discípulos de Cristo y de la obra de los milagros, habla oportunamente el Evangelista de la fama que se extendía por el pueblo. «Oyendo estas cosas -dice- el rey Herodes».
 

Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum

Este Herodes era hijo del primer Herodes, en cuyo tiempo condujo San José a Jesús hacia Egipto. San Mateo le llama tetrarca, y San Lucas como príncipe de la cuarta parte del reino de su padre, pues los romanos, después de la muerte de éste, dividieron el reino en cuatro partes. San Marcos le llama rey, o por costumbre adquirida en tiempo de su padre o porque le complacía llamarle así.
 

Pseudo – Jerónimo

«Pues se había hecho ya célebre el nombre de Jesús», etc., porque no es permitido ocultar la lámpara bajo el celemín. Y decían algunos del gentío: Sin duda que Juan Bautista ha resucitado de entre los muertos, y por eso tiene la virtud de hacer milagros.
 

Beda, in Marcum, 2, 25

En esto vemos cuánta fue la envidia de los judíos, puesto que creían que San Juan, de quien se decía ( Jn 10,41), que no hizo ningún milagro, podía resucitar de entre los muertos, aunque no había quien lo atestiguase. Y no creyeron que Jesús -confirmado por Dios con tantos milagros y señales ( Hch 2,22) cuya Resurrección publicaban los ángeles, los apóstoles y tantos hombres y mujeres- hubiese resucitado, prefiriendo creer que se lo habían llevado furtivamente. Pero diciendo que San Juan había resucitado de entre los muertos y que se hacen por él milagros, mostraron tener idea exacta de la resurrección, porque los santos, cuando resuciten de entre los muertos, han de tener mayor poder que el que tuvieron cuando estaban sujetos a la flaqueza de la carne. «Otros decían -prosigue-: No es sino Elías».
 

Teofilacto

Reprobaba San Juan a muchos cuando decía: «Raza de víboras». «Otros, empero: Este es un profeta igual a los principales» ( Mt 23,33).
 

Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum

Creo que aquí se refiere al profeta de quien dice Moisés: «Dios suscitará un profeta de entre vosotros» ( Dt 18,15). Le llaman, en verdad, profeta, porque temían decir abiertamente: Este es Cristo. Citaban a Moisés, ocultando su propia sospecha por temor de sus superiores. «Mas Herodes -sigue- habiendo oído esto, dijo: Este es aquel Juan a quien yo mandé cortar la cabeza, el cual ha resucitado de entre los muertos». Herodes habla aquí con ironía manifiesta.

Teofilacto

O de otro modo: Sabiendo Herodes que San Juan, a quien había mandado degollar, era justo, creía que pudiera haber resucitado, y que recibía de su resurrección el poder de hacer milagros.
 

San Agustín. de consensu evangelistarum, 2,34

En este pasaje San Lucas concuerda con San Marcos, al menos en el punto que dicen que no fue Herodes sino otros los que dijeron que San Juan había resucitado. Pero Lucas presenta a Herodes vacilante, y cita sus palabras: «He mandado degollar a Juan: ¿quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?» ( Lc 9,9). Es de creer que después de este momento de duda se confirmase en su ánimo lo que decían los otros, cuando dijo a su gente, según San Mateo: «Este es Juan Bautista, el mismo que ha resucitado de entre los muertos» ( Mt 14,2). Puede encontrarse duda aun en estas palabras, sobre todo porque San Marcos, que antes refiere que fueron otros los que dijeron que San Juan había resucitado, declara al fin que el mismo Herodes dijo: Juan, a quien mandé degollar, ha resucitado de entre los muertos. Estas palabras pueden tomarse, por tanto, en sentido de afirmación o de duda.

Teofilacto

Tomando motivo de lo que precede, rememora el evangelista San Marcos la muerte del precursor, diciendo: «Porque Herodes había enviado a prender a Juan, y le arrojó en la cárcel», etc.
 

Beda, in Marcum, 2,25

Una antigua historia refiere que Filipo, hijo de Herodes el Grande, en cuyo tiempo huyó el Señor a Egipto, y hermano de este Herodes, bajo el cual padeció Cristo, se había casado con Herodías, hija del rey Aretas. Algún tiempo después, su suegro, a consecuencia de algunos disgustos que hubo entre él y su yerno, dio su hija por mujer a Herodes con harto dolor del primer marido, enemigo suyo; bodas que declaró ilícitas San Juan Bautista a Herodes y Herodías, no siendo lícito casarse con la mujer del hermano en vida de éste.
 

Teofilacto

La ley mandaba que el hermano se casase con la mujer del hermano cuando muriese éste sin hijos; pero aquí había una hija, y por consiguiente, este nuevo matrimonio era ilícito.

«Por eso Herodías -continúa- le armaba asechanzas», etc.
 

Beda, in Marcum, 2,25

Temía Herodías que algún día se arrepintiese Herodes, o que se reconciliase con su hermano Filipo, y se deshiciese su matrimonio por un repudio.

«Porque Herodes -prosigue- sabiendo que Juan era un varón justo y santo, le temía y miraba con respeto».
 

Glosa

Le temía, digo, respetándole, porque sabía que era justo en cuanto a los hombres, y santo en cuanto a Dios. Y le custodiaba, para que no le matase Herodías. Y hacía muchas cosas por su consejo, porque juzgaba que hablaba inspirado por el Espíritu de Dios; y le oía con gusto, porque reputaba provechoso todo lo que le decía.
 

Teofilacto

Consideremos lo que hace la furia de la concupiscencia, puesto que, teniendo Herodes tanto respeto y temor a Juan, se olvida de todo por satisfacer su pasión.
 

Remigio

Su inclinación libidinosa le obligó a poner la mano en aquel a quien tenía por justo y santo; lo que nos hace ver que un pecado menor es causa de otro mayor, conforme a lo que se lee en el Apocalipsis: «El que está sucio, prosiga ensuciándose» ( Ap 22,11).

«Mas, en fin -prosigue- llegó un día favorable, en que, por la fiesta del nacimiento de Herodes, convidó éste a cenar», etc.
 

Beda, in Marcum, 2,25

Entre todos los hombres, dos solamente se lee que celebrasen el día de su nacimiento con alegres fiestas: Herodes y Faraón. Pero ambos reyes por favor infausto mancharon su nacimiento con sangre, si bien Herodes usó en ello de tanta mayor impiedad, cuanto que mató al santo e inocente maestro de la verdad, y esto por el voto hecho y a petición de una bailarina. Y sigue: «Entró la hija de Herodías, bailó, etc., y dijo el rey: Pídeme cuanto quisieres, que te lo daré», etc.
 

Teofilacto

Durante el banquete, Satanás es quien baila por la muchacha, y el que pronuncia el cruel voto. «Y le añadió -continúa- con juramento: Sí, te daré cuanto me pidas».
 

Beda, in Marcum, 2,25

El juramento no le excusa del homicidio, y acaso juró, para tener ocasión de matar, pues si Herodías le hubiese pedido la vida de su padre o de su madre, no se la hubiera concedido. «Y habiendo ella salido, dijo a su madre: ¿Qué pediré? Respondióle: La cabeza de Juan Bautista». La sangre era un digno premio a semejante baile.

«Y volviendo al instante a toda prisa a donde estaba el rey, le hizo», etc.
 

Teofilacto

Esta maligna mujer pidió enseguida que le diese la cabeza de San Juan, esto es, sin tardanza en aquella hora, para que Herodes no tuviera tiempo de volver sobre sí. «El rey -prosigue- se puso triste».
 

Beda, in Marcum, 2,25

Es costumbre en las Escrituras consignar como un hecho lo que dice la opinión de la mayoría, según lo creían todos en aquel tiempo; y por esto, así como llama a San José padre de Jesús, nombre que le da también la misma Virgen ( Lc 2,48), así también dice ahora que Herodes se puso triste, porque lo creían los que estaban a su alrededor. Este hipócrita, disimulando lo que siente, lleva la tristeza en su rostro, cuando tiene la alegría en el corazón; y excusa su maldad con el juramento, para hacerse impío bajo la máscara de la piedad. «Mas en atención -continúa- al juramento, y a los que estaban con él a la mesa, no quiso disgustarla».
 

Teofilacto

Ahora bien, Herodes, que ya no es dueño de sí mismo, y que obra como voluptuoso que es, cumplió su juramento y mató al justo. Y en verdad hubiera valido más que fuese perjuro, que hacerse reo de tan gran crimen.
 

Beda, in Marcum, 2,25

Lo que añade luego: «Y en atención a los que estaban con él a la mesa», es para mostrarnos a todos como cómplices de su maldad, y para rociar con sangre los manjares de aquel lujurioso e impuro banquete. Y continúa: «Sino que enviando un lancero, mandó traer la cabeza de Juan en una fuente».
 

Teofilacto

La palabra spiculator quiere decir verdugo, cuya misión es matar a los hombres.
 

Beda, in Marcum, 2,25

No tuvo vergüenza Herodes de que presentasen a los convidados la cabeza del degollado; cosa inaudita, pues en ninguna parte se lee que cometiese Faraón semejante locura. Con uno y otro ejemplo, sin embargo, se prueba que es más útil para nosotros recordar con frecuencia el día de nuestra muerte temiendo y obrando castamente, que celebrar lascivamente el día de nuestro nacimiento. Que el hombre nace al mundo para el trabajo, y los elegidos pasan del mundo al descanso por la muerte.

«Y le cortó la cabeza en la cárcel», etc.
 

San Gregorio Magno, Moralia, 3,4

No puedo considerar sin profundo desconcierto que este hombre, lleno del espíritu de profecía desde el vientre de su madre, de quien se dijo que no hubo otro mayor que él entre los nacidos de mujer, fuese enviado a la cárcel por aquellos inicuos, fuese degollado para premiar el baile de una muchacha, y muriese -siendo varón de tanta austeridad- entre la risa de hombres tan oscuros. ¿Acaso podemos creer que hubiese habido en su vida algo que excusase aquella infame muerte? ¿Pero cómo pudo pecar con la comida el que se alimentó sólo de langostas y miel silvestre? ¿Cuándo pudo ofender con su trato quien no salió del desierto? ¿De dónde viene que Dios Todopoderoso abandone de tal modo a los que eligió a tan alta dignidad antes de los siglos, de manera que reciban semejante trato? Lo que sucede es que -como es evidente a la piedad de los fieles- los aflige tanto el Señor en el mundo para que se vea de qué modo los premia en el cielo, y los deja caer exteriormente en el desprecio, porque en lo interior los hace llegar hasta lo incomprensible. De aquí podemos concluir cuánto habrán de sufrir aquellos a quienes Dios reprueba, cuando aflige de tal modo en el mundo a los que ama.

«Lo cual sabido, vinieron sus discípulos y cogieron su cuerpo, y le dieron sepultura».
 

Beda, in Marcum, 2,25

Refiere Josefo que San Juan había sido conducido preso al castillo de Maquerón, y que fue degollado allí, y la historia dice que fue sepultado en Sebaste, ciudad de la Palestina, que en otro tiempo se llamó Samaria. La degollación de San Juan significa, pues, que se había debilitado la creencia del pueblo de que él era el Cristo, así como la exaltación del Salvador sobre la Cruz señala el progreso de la fe; porque el mismo a quien antes creían profeta las muchedumbres, es reconocido como Hijo de Dios por todos los fieles. Por esto San Juan, que debía ir disminuyendo, nació cuando empiezan a menguar los días, mientras que el Señor nace cuando empiezan a crecer.
 

Teofilacto

En sentido místico, Herodes, que se interpreta cosa de piel, es una figura del pueblo judío, que tenía por esposa a la vanagloria, cuya hija baila y se mueve todavía alrededor de los judíos, representando la falsa inteligencia de las Escrituras. Degollaron a San Juan, esto es, a la palabra profética, y la tienen sin su cabeza, que es Cristo.
 

Pseudo – Jerónimo

O de otro modo: la cabeza de la ley, que es Cristo, es separada del propio cuerpo -del pueblo judío- y entregada a una joven pagana, esto es, a la Iglesia Romana, que se la da a su madre adúltera, es decir, a la Sinagoga, que vendrá al fin a la fe; y el cuerpo de San Juan es sepultado y su cabeza colocada en una fuente, representando así que la letra humana es ocultada y que el Espíritu es honrado y recibido en el altar.

 

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