La importancia del noviazgo

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Aunque se podría reducir a los prolegómenos de este «salir juntos», pues ya en el noviazgo se da un compromiso, que aunque no sea definitivo, traba una relación —y sobre todo si se ha dado el primer beso— que como un lazo luego cuesta romper sin dejar la huella de una decepción y ruptura de haber dejado algo de sí mismo; lo cual resulta doloroso y a veces difícil de tomar esa decisión valiente.

Por lo tanto, en los primeros pasos y antes de este estado de noviazgo —y no digamos ya el del matrimonio—, es recomendable tener en cuenta de manera concluyente dos cosas fundamentales para seguir adelante o no con una relación.

Esto a tener seriamente en cuenta son: si la persona con la que te vas vincular, que por su aspecto exterior de agrada o atrae, es cómo es:

a) Si la persona es justa, respetuosa, cordial, amable, educada, comprensiva, tolerante, bondadosa, tierna, atenta, compasiva, generosa… etc. Si no lo es con los demás, sobre todo con los más débiles, tampoco lo será luego contigo. De nada sirve pensar en eso de «ya le cambiaré», no.

b) Afinidad en el pensar, sentir y ser. En lo importante —como son los ideales, los valores, los principios éticos, inquietudes fundamentales, etc.— ha de haber encuentro. Se puede discrepar en gustos… y en cuestiones intrascendentes, relativas, etc. Pues en estas se puede ceder, hacer renuncias, llegar a acuerdos, complacer, etc., (como en cosas relativas a comidas, espectáculos, diversiones, etc.); pero no se puede renunciar prescindiendo de algo personalismo, a lo que es patrimonio del alma.

c) Si la persona es creyente -y si lo eres tú-; pues la fe es un hecho fundamental en la vida de una persona, y no hay nada más triste y penoso de llevar que compartir la vida con alguien que no comparte creencias. Se puede renunciar a muchas cosas, pero no a la fe. Se puede discrepar en pareceres y gustos, claro, y se puede renunciar —y hasta es muy sano— y ceder en ver tal o cual programa televisivo, en tal o cual plato de comida, en tal o cual tipo de coche, etc.; pero no se puede renunciar a lo que es más importante que uno mismo: la fe. Y aunque explícitamente no se exija tal renuncia es tristísimo ir solo/a a misa, no rezar con la otra persona con la que compartes vida, la educación de los hijos, etc.

Aunque parezca elemental y tan de sentido común, la mayoría de la gente no recapacita en ello, en la importancia de lo se juega, y acaba por no tenerlo en cuenta o carecer del coraje  capaz de dar el paso de dejar la incipiente relación. De ahí tanta rupturas a posteriori o tantas vidas complicadas que tiran adelante a costa de un alto precio, por tener que sufrir lo insufrible o por tener que prácticamente renunciar a lo más fundamental, su fe, y en el fondo la felicidad.

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