Pecar no es gratis. Hay que asumir la responsabilidad de hacer lo que se hace. Aunque ahora nos vengan con ese latiguillo de que «yo no me arrepiento de nada», que revela soberbia y lavamiento de manos, hay que arrostrar lo que se ha hecho y tener el coraje de sentirlo y pedir perdón; de modo que si se vuelve a dar…, no lo volver a repetir el mismo comportamiento.
Pecar —que es una categoría teológica— es un mal en el perspectiva de Dios, es decir, una desobediencia o desorden que contarían la voluntad divina, que pretenden desde su ser amoroso, el bien, la felicidad y la santidad de los seres humanos que él ha creado para que vivan eternamente.
Los seres humano actuales —principalmente en Occidente— ya se declaran (de hecho) sin religión, y por tanto sin su lenguaje y conceptos, entre los que están la noción de pecado, y por consiguiente que tengan que sentirse responsables o culpables de pecar. Así, pues, se ha llegado a carecer de conciencia de pecado. Pero ello no quiere decir que el mal, el mal producido por cada no uno debería de acusar a la conciencia, al interior más intimo del ser humano. Y lo cierto es que se está tendiendo paulatinamente a un estado de silenciosa depravación.
Quien peca no solo se hace daño a sí, también a la sociedad, pues con el mal producido se posibilita la apertura a más mal, a que se propague, a que el Maligno avance en su capacidad de influencia en la vida de los humanos; en definitiva, el pecado contamina, aumentando las tinieblas en el mundo.
Así, pues, quien peca introduce mal en el mundo. Es como volver a hacer lo del paraíso terrenal, donde los primeros pecadores permitieron la apertura de las puertas del mismo a Satanás, acabando con la inocencia; cuando pecamos repetimos ese patrón de conducta, mermando la bondad, la sensibilidad, la confianza, la amistad y proximidad con lo divino, fuente de toda santidad.
La responsabilidad de pecar es infinita porque tiene unas consecuencias gravísimas que afectan a las personas humanas en su realización presente y en su designio de eternidad.
La situación actual es grave: impasibles, no sentimos la injusticia o males que hacemos como tales, en términos teológicos, como pecado. La nula conciencia de no pecar, de no sentir el mal en cuanto mal, es algo asombroso que está acaeciendo hoy día de manera excepcional, como nunca. Este nulo conocimiento de pecado, al igual que el desconocimiento o inconsciencia de la existencia del diablo (algo que este procura y que resulta una conquista suya), conlleva un peligrosísimo desentendimiento de nuestra responsabilidad en la incidencia de propagación a causa de nuestra forma de ser y actuar. Pues tal y como hemos afirmado: Todo mal que hacemos contamina y expande la maldad en la atmosfera vital en la que nos desarrollamos. El pecado se estructuraliza socialmente estableciendo un ambiente tóxico para todo aquel que nace y vive en ese marco o contexto.
Sumidos en un ambiente culturalmente inhumano, dejarse llevar por la despreocupación y no asumir lo que significa ser humano, la negación a ser razonables, a respetar la justicia, a ser honestos, a ser íntegros éticamente, a atender los requerimientos de la conciencia, resulta que —valga el símil— como ocurre en termodinámica, que todo (dejado de la mano de Dios) locamente se esparce, tendiendo al caos.
Es obvio que, aunque nos resistamos a reconocerlo y lo neguemos, con el mal que hacemos o pecado que cometemos, contribuimos a que la sociedad se degrade, se descomponga, se expansione, en una tendencia entrópica y progresiva al desorden final. Todos, en mayor o menor medida, somos responsables ello.
Y en la medida que ocurre esto, por retroalimentación, se sucede la negación de la existencia de la verdad, la racionalidad, la voluntad, la libertad, la autentica belleza… y la santidad.
Por mucho que nos resistamos a reconocerlo, por mucho que tratemos de escabullirnos, por mucho que pretendamos autoexculparnos…. y neguemos la posibilidad un juicio final. Nada de lo oculto en las tinieblas dejará de salir a la luz y quedar descubierto.
Tal y como están las cosas y sin la gracia que combate el pecado, que nadie se confunda, este mundo —al margen de los avances científicos tecnológicos…— no va a ir a mejor: la corrupción, la violencia, el odio, el terror, el crimen, etc.etc., dramáticamente, se verán con toda naturalidad, como parte de nuestra sociedad humana, conviviendo con la inhumanidad como algo inevitable. Podremos evitar los accidentes de tráfico, curar el cáncer, prevenir terremotos, controlar el cambio climático, trnshumanizarnos, viajar a Marte, etc., pero seremos incapaces de mejorar los corazones humanos y que el mal deje de existir en nuestras calles, como existen las esquinas, las aceras…
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