El pan del cielo

Este es el evangelio de la misa del día de hoy: san Juan 6,24-35 (que pueden leer en la parte inferior). Entresacamos estas expresiones:

«Dios les dio a comer pan del cielo.»

«El pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo»

Y Jesús les dijo: «Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.»

En un principio, Jesús reprocha a sus discípulos: «no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna.» Jesús se refiere al momento vivido anteriormente (san Juan 6,1-15) que fue la multiplicación de los panes y los peces en el sermón de la montaña o Bienaventuranzas. Les pide que no se centren en el alimento material, sino en el sobrenatural, el que permanece para siempre, el que santifica y sostiene todo. Es decir: «el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo«.

Ese pan que del cielo que da vida, no es otro que Jesús mismo: «Aquel que ha bajado del cielo». «Yo soy el pan que da vida.»

Es un alimento que sacia y plenifica, de forma que nunca se tendrá hambre -a diferencia de la material-, ni tampoco sed. Ese hambre y esa sed del alma, presente en el ser humano, tendente a buscar la religación con Dios, su origen, fuente, sustento, santidad y fin. «Señor, danos siempre ese pan.». «El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed

 

Decía el Papa Francisco el 27 de marzo de 2019, en la catequesis sobre el Padre Nuestro,  centrado en el tema “Danos hoy nuestro pan de cada día” :

Una vez había una gran multitud ante Jesús; era gente que tenía hambre. Jesús preguntó si alguien tenía algo, y solo se encontró un niño dispuesto a compartir lo que tenía: cinco panes y dos peces. Jesús multiplicó ese gesto generoso (ver Jn 6: 9). Ese niño había entendido la lección del “Padre Nuestro”: que los alimentos no son propiedad privada, -metamos esto en nuestra mente: la comida no es propiedad privada– sino providencia que debe compartirse, con la gracia de Dios.

El verdadero milagro realizado por Jesús ese día no es tanto la multiplicación –que es verdad- sino el compartir: dad lo que tengáis y yo haré el milagro. Él mismo, multiplicando aquel pan ofrecido, anticipó la ofrenda de  sí mismo en el Pan Eucarístico. Efectivamente, solo la Eucaristía es capaz de saciar el hambre de  infinito y el deseo de Dios que anima a cada hombre, también en la búsqueda del pan de cada día.

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,24-35):

En aquel tiempo, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaún.
Al llegar a la otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?»
Jesús les dijo: «Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Ésta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él.»
Le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?»
Jesús les contestó: «La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha enviado.»
«¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: «Dios les dio a comer pan del cielo.»»
Jesús les contestó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo
Ellos le pidieron: «Señor, danos siempre ese pan
Y Jesús les dijo: «Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed

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