El Evangelio del Reino de Dios

En la liturgia del día de hoy, 13 de enero,  el evangelio (Mc 1,14-20) nos habla de la llegada del reino o reinado de Dios; es decir, de la vida de la gracia de Dios en nosotros. La que Jesús trae porque el mismo es el reino de Dios, y lo anuncia como invitación a todos, pidiendo conversión y fe: «Convertíos y creed en el Evangelio».

A continuación Jesús elige a aquellos que le van a seguir a que se comprometan en esa labor de predicar la Buena Nueva: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres», a unos de manera especial y a otros, a todos, a testimoniar la vivencia del evangelio del reino.

«Llevar la salvación de Dios a todos ha sido por Jesús la felicidad más grande, la misión, el sentido de su existencia (cfr Gv 6,38) o, como Él dice, su alimento (cfr Gv 4,34).» (Papa Francisco).

 

 Lectura del santo evangelio según san Marcos 1,14-20

Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía:
«Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».

Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores.

Jesús les dijo:
«Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.

Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él.

 

«La tarea de los profetas es llamar al pueblo a que mire al verdadero Dios.

«Por ello, en la etapa última, envía a su Hijo, que es Palabra: «El Verbo se hizo carne». Y la Palabra en los orígenes de la humanidad fue lo que dio consistencia a la creación entera. Al inicio solo aparece el caos que se cernía sobre todo hasta que se comienza a pronuncia una palabra: «que exista la luz»… Es interesante el juego que aparece entre origen y palabra. Jesucristo lo sostiene todo mediante su poderosa Palabra. Lo que va a dar consistencia a todo es la misma Palabra hecha carne.

«Así también se ve la estrecha relación que existe en las relaciones trinitarias. Padre, Hijo y Espíritu Santo se relacionan desde el amor. Es su amor lo que da consistencia al universo y lo que da plenitud al ser humano. El amor circula regenerándolo todo, haciéndolo nuevo todo, fecundando aquello que no tiene vida. Ahora no hace falta que hablen los profetas, sino que tanto amó Dios al mundo que ha enviado a su Hijo para que obtengamos la salvación.» (Fray Juan Manuel Martínez Corral O.P.)

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Palabras del papa Francisco

(Ángelus, 21 de enero de 2024)

El Evangelio de hoy relata la vocación de los primeros discípulos (cfr Mc 1,14-20). Llamar a los demás para unirse a su misión es una de las primeras cosas que Jesús cumple al comienzo de la vida pública: se acerca a algunos jóvenes pescadores y los invita a seguirlo: «Síganme y los haré pescadores de hombres» (v. 17). Y esto nos dice una cosa muy importante: el Señor ama implicarnos en su obra de salvación, nos quiere activos col Él, nos quiere responsables y protagonistas. Un cristiano que no es activo, que no es responsable en la obra de anunciar al Señor, y que no es protagonista de su fe, no es un cristiano o, como decía mi abuela, es un cristiano “al agua de rosas”, sin fundamento, superficial.

Por sí mismo, Dios no tendría por qué hacerlo, pero lo hace, a pesar de que implica asumir tantas de nuestras limitaciones: todos somos limitados, de verdad pecadores, y Él carga con nuestros pecados. Fijémonos, por ejemplo, en cuánta paciencia tuvo con los discípulos: a menudo no comprendían sus palabras (cfr Lc 9,51-56), a veces no se llevaban bien entre ellos (cfr Mc 10,41), durante mucho tiempo no lograron acoger aspectos esenciales de su predicación, por ejemplo, el servicio (cfr Lc 22,27). Sin embargo, Jesús los eligió y siguió creyendo en ellos. Esto es importante, el Señor nos eligió para ser cristianos. Y nosotros somos pecadores, cometemos una tras otra, pero el Señor sigue creyendo en nosotros. Esto es maravilloso.

De hecho, llevar la salvación de Dios a todos ha sido por Jesús la felicidad más grande, la misión, el sentido de su existencia (cfr Gv 6,38) o, como Él dice, su alimento (cfr Gv 4,34). Y en cada palabra y acción con la que nos unimos a Él, en la hermosa aventura de donar amor, se multiplican la luz y la alegría (cfr Is 9,2): no sólo a nuestro alrededor, sino también en nosotros. Anunciar el Evangelio, entonces, no es tiempo perdido: es ser más felices ayudando a los demás; es liberarse de sí mismo ayudando a los demás a ser libres; ¡es hacerse mejores ayudando a los demás a ser mejores!

Preguntémonos, entonces: ¿me detengo de vez en cuando a recordar la alegría que creció en mí y alrededor de mí cuándo acogí la llamada a conocer y a testimoniar a Jesús? Y cuándo rezo, ¿doy gracias al Señor por haberme llamado a hacer felices a los demás? Y finalmente: ¿deseo hacer gustar a alguien, con mi testimonio y mi alegría, hacer gustar lo hermoso que es amar a Jesús?

Que la Virgen María nos ayude a gustar la alegría del Evangelio.

 

(Ángelus, 24 de enero de 2021)

El pasaje evangélico de este domingo (cf. Mc 1,14-20) nos muestra el “paso del testigo” —por así decir—  de Juan el Bautista a Jesús. Juan ha sido su precursor, le ha preparado el terreno y le ha preparado el camino: ahora Jesús puede iniciar su misión y anunciar la salvación ya presente: Él es la salvación. Su predicación se sintetiza en estas palabras: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio» (v. 15). Simplemente. Jesús  no usaba medias palabras. Es un mensaje que nos invita a reflexionar sobre dos temas esenciales: el tiempo y la conversión.

En este texto del evangelista Marcos, hay que entender el tiempo como la duración de la historia de la salvación realizada por Dios; por tanto, el tiempo “cumplido” es aquel en el que esta acción salvífica llega a su culmen, a su plena actuación: es el momento histórico en el que Dios ha enviado al Hijo al mundo y su Reino se ha hecho más “cercano” que nunca. Se ha cumplido el tiempo de la salvación porque ha llegado Jesús.

Sin embargo, la salvación no es automática; la salvación es un don de amor, y como tal, ofrecido a la libertad humana. Siempre, cuando se habla de amor, se habla de libertad. Un amor sin libertad no es amor. Puede ser interés, puede ser miedo, muchas cosas. Pero el amor siempre es libre. Y, siendo libre, requiere una respuesta libre: requiere nuestra conversión. Es decir, se trata de cambiar de mentalidad. Esta es la conversión: cambiar de mentalidad y cambiar de vida, no seguir más los modelos del mundo, sino el de Dios, que es Jesús, como hizo Jesús y como Él nos enseñó. Es un cambio decisivo de visión y de actitud. De hecho, el pecado —sobre todo el pecado de la mundanidad, que es como el aire, está por todas partes— trajo al mundo una mentalidad que tiende a la afirmación de uno mismo contra los demás, e incluso contra Dios. Esto es curioso: ¿cuál es tu identidad? Muchas veces sentimos que en el espíritu del mundo se expresa la propia identidad con términos “contra”. En el espíritu del mundo es difícil expresar la propia identidad con términos positivos y de salvación. Se hace contra los demás y contra Dios. Y  a este fin, la mentalidad del mundo, la mentalidad del pecado, no duda en usar el engaño y la violencia. El engaño y la violencia. Vemos lo que sucede con el engaño y la violencia: codicia, deseo de poder y no de servicio, guerras, explotación de la gente… Esta es la mentalidad del engaño, que ciertamente tiene su origen en el padre del engaño, el gran mentiroso, el diablo. Él es el padre de la mentira, así lo define Jesús.

A todo ello se opone el mensaje de Jesús, que nos invita a reconocernos necesitados de Dios y de su gracia; a mantener una actitud equilibrada frente a los bienes terrenos; a ser acogedores y humildes con todos; a conocernos y realizarnos a nosotros mismos mediante el encuentro y el servicio a los demás. Para cada uno de nosotros, el tiempo durante el que podemos acoger la redención es breve: es la duración de nuestra vida en este mundo. Es breve. Quizá parezca larga… Yo recuerdo que una vez fui a impartir los Sacramentos, la Unción de los enfermos, a un anciano muy bueno, muy bueno y él en ese momento, antes de recibir la Eucaristía y la Unción de los Enfermos, me dijo esta frase: “La vida se me ha pasado volando”; como diciendo: yo creía que era eterna, pero… “la vida se me ha pasado volando”. Así sentimos nosotros, los ancianos, la vida que se fue. Se va. Y la vida es un don del infinito amor de Dios, pero es también el tiempo de verificación de nuestro amor por Él. Por eso, cada momento, cada instante de nuestra existencia es un tiempo precioso para amar a Dios y para amar al prójimo, y así entrar en la vida eterna.

La historia de nuestra vida tiene dos ritmos: uno, medible, hecho de horas, días, años; el otro, compuesto por las estaciones de nuestro desarrollo: nacimiento, infancia, adolescencia, madurez, vejez, muerte. Cada tiempo, cada fase, tiene un valor proprio y puede ser momento privilegiado de encuentro con el Señor. La fe nos ayuda a descubrir el significado espiritual de estos tiempos: cada uno de ellos contiene una llamada especial del Señor, a la que podemos dar una respuesta positiva o negativa. En el Evangelio vemos como respondieron Simón, Andrés, Santiago y Juan: eran hombres maduros, tenían su trabajo de pescadores, tenían la vida en familia… Y, sin embargo, cuando Jesús pasó y los llamó, «enseguida dejaron las redes y lo siguieron» (Mc 1,18).

Queridos hermanos y hermanas, estemos atentos y no dejemos pasar a Jesús sin recibirlo. San Agustín decía: “Tengo miedo de Dios cuando pasa”. ¿Miedo de qué? De no reconocerlo, de no verlo de no acogerlo.

Que la Virgen María nos ayude a vivir cada día, cada momento, como tiempo de salvación en el que el Señor pasa y nos llama a seguirlo, cada uno según su propia vida. Y nos ayude a convertirnos de la mentalidad del mundo, esa de las fantasías del mundo que son fuegos artificiales, a la del amor y del servicio.

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Catena Aurea

San Crisóstomo

San Marcos evangelista sigue en el orden a San Mateo. Es así que, después que dijo que los ángeles lo servían, añadió: «Después que fue entregado Juan llegó Jesús», etc. Después de las tentaciones y de ser servido por los ángeles, partió a Galilea. De este modo nos enseña a no resistir a las violencias de los malvados.
 

Teof

Es así como nos muestra que en las persecuciones conviene huir y no esperar, más cuando cayéremos, conviene resistir.
 

San Crisóstomo

El se retiró también con el fin de conservarse para las enseñanzas y curaciones antes de su Pasión y, una vez cumplidas todas estas cosas, hacerse obediente hasta la muerte.
 

Beda

Apresado San Juan, empezó el Señor a predicar oportunamente, por lo que continúa: «Predicando el Evangelio», etc., porque donde tiene fin la ley es consiguiente que tenga origen el Evangelio.
 

San Jerónimo

Desapareciendo la sombra, aparece la verdad. San Juan en la cárcel, la ley en Judea; Jesús en Galilea, San Pablo predicando a las gentes el Evangelio del reino. La pobreza sucede al reino terreno, el reino sempiterno se da a la pobreza de los cristianos. La honra terrena se compara a la espuma, al agua helada, al humo o al sueño.
 

Beda

No piense ninguno que el confinamiento de San Juan en la cárcel fue inmediatamente después de la tentación de los cuarenta días y del ayuno del Señor. Cualquiera que leyere el Evangelio de San Juan encontrará que el Señor enseñó muchas cosas antes que San Juan fuese entregado, obrando asimismo muchos milagros. Por eso dice su Evangelio: «Este fue el principio de los milagros de Jesús» ( Jn 2,11), y después: «Todavía Juan no había sido enviado a la cárcel» ( Jn 3,22). Se dice que cuando San Juan leyó los libros de San Mateo, San Marcos y San Lucas, los aprobó ciertamente como textos de la historia y afirmó que decían la verdad, refiriéndose a lo acaecido en el año que transcurrió después de la prisión de San Juan el Bautista. Por tanto, omitiendo él el año cuyas actas fueron suficientemente expuestas por los tres, narró los hechos del tiempo anterior al día en que fue encerrado San Juan en la cárcel. Habiendo dicho San Marcos que Jesús llegó a Galilea predicando el Evangelio del reino, añadió: «Puesto que el tiempo se ha cumplido», etc.
 

San Crisóstomo

Cumplido ya el tiempo, es decir, cuando verdaderamente llegó la plenitud de los tiempos y envió Dios a su Hijo ( Gál 4), fue conveniente que el género humano obtuviera la última gracia de Dios. Por esto dice que el reino de Dios se había aproximado. Pero el reino de Dios es, en cuanto a la sustancia, el mismo que el reino de los Cielos, aunque difiera por la razón. Se entiende por reino de Dios aquél en que Dios reina; esto es en las regiones de los vivos, cuando se vive en las buenas promesas de ver a Dios cara a cara. Aquella región se puede entender ya sea por el amor, ya sea por alguna otra prueba de aquellos que llevan la imagen divina. Esto se entiende por cielos. Es, pues, bien claro que el reino de Dios no se encierra en ningún lugar ni tiempo.
 

Teof

Dice el Señor que el tiempo de la ley se ha cumplido. Es como si dijese: Hasta el tiempo presente ha imperado la ley; en adelante será renovado el reino de Dios que, según el Evangelio, es la vida. Esta se identifica convenientemente con el reino de los cielos. Cuando veis que algún mortal vive según el Evangelio, ¿no decís acaso que tiene el reino de los cielos? Este no es alimento, ni bebida, sino justicia y paz, y gozo en el Espíritu Santo.

Y continúa: «Haced penitencia».
 

San Jerónimo

Hace penitencia el que quiere unirse al eterno Bien, esto es, al reino de Dios. El que desea la almendra de la nuez, rompe la cáscara. La dulzura de la fruta compensa la amargura de la raíz. La esperanza del enriquecimiento hace agradables los peligros del mar, la esperanza de la salud mitiga el dolor que causa la curación. Así, pues, los que merecieron llegar a la palma de la indulgencia son los que pueden anunciar dignamente las enseñanzas de Cristo. Y por esto, después que dijo: «Haced penitencia», añadió: «Y creed en el Evangelio, porque si no creyereis, no le entenderéis». Haced penitencia y creed, esto es, renunciad a las obras de muerte. Porque, de ¿qué aprovecha creer sin buenas obras? Porque no lleva a la fe el mérito de las buenas obras, sino que empieza la fe para que sigan las buenas obras.

 

Glosa

Expuesta la predicación de Cristo a las gentes, trata el evangelista de la vocación de los discípulos, a aquellos que hizo ministros de su predicación. Dice: «Y pasando adelante cerca del mar de Galilea, vio a Simón», etc.
 

Teof

Como refiere San Juan evangelista, Pedro y Andrés eran discípulos del precursor, y viendo el testimonio que San Juan había dado de Jesús, se unieron a El. Condolidos después por haber sido apresado San Juan, volvieron a trabajar en su oficio de pescadores. Por lo que sigue: «Echando las redes en el mar, pues eran pescadores». Ved, pues, que ellos viven de su propio trabajo y no de la iniquidad. Eran por tanto dignos de ser los primeros discípulos de Cristo. Y Jesús les dijo: «Seguidme a mí». Los llama ahora por segunda vez, siendo ésta la segunda vocación con respecto a aquélla que se lee en San Juan. Les manifiesta para qué son llamados con las siguientes palabras: «Haré que vengáis a ser pescadores de hombres».
 

San Remigio

Porque por la red de la santa predicación sacaron a los hombres del mar profundo de la infidelidad a la luz de la fe. Y es muy admirable esta pesca, porque los peces cogidos mueren lentamente, mientras que los hombres prendidos por la palabra de la predicación son vivificados.
 

Beda

Pescadores e ignorantes, son enviados a predicar, para que se comprenda que la fe de los creyentes está en el poder de Dios y no en la elocuencia ni en la doctrina.

«Y, dejando en seguida las redes, le siguieron».
 

Teof

Así pues, no conviene tardarse, sino seguir a Dios inmediatamente. Después de éstos aparecen los pescadores Santiago y Juan, quienes, aunque eran pobres, sostenían a su anciano padre. «Y habiendo pasado un poco adelante, prosigue, vio a Santiago, hijo del Zebedeo, y a Juan», etc. Dejaron, pues, a su padre, porque les hubiera servido de impedimento para seguir a Cristo. Así vosotros, cuando para seguir al Señor encontréis algún impedimento en vuestros padres, dejadlos y acercaos a Dios. Con esto se manifiesta que Zebedeo no creyó, aunque creyó la madre de estos dos apóstoles. Ella, una vez muerto Zebedeo, siguió a Cristo.
 

Beda

Pero se preguntará alguno: ¿Cómo llamó de sus barcas de dos en dos a los pescadores, primeramente a Pedro y Andrés, después, avanzando un poco más, a los dos hijos de Zebedeo, cuando San Lucas dice ( Lc 5,1-11) que Santiago y Juan fueron llamados para ayudar a Pedro y a Andrés, y que Cristo sólo a Pedro dijo: «No temas; ya desde este momento serás pescador de hombres», y que sin embargo, conducidas las barcas a tierra, ambos lo siguieron? Por lo que entendemos, ocurrió primero lo que dice San Lucas, y después, cuando regresaron a la pesca según su costumbre, lo que refiere San Marcos. Entonces siguieron al Señor conduciendo las barcas a tierra, no ya con el pensamiento de volver a ellas, sino de seguir al que los llamaba y mandaba que lo siguiesen.
 

San Jerónimo

Místicamente: somos conducidos al cielo, como Elías, en esta carroza de los cuatro pescadores. La primera Iglesia se construye sobre estos cuatro vértices. Por las cuatro letras hebreas conocidas como tetragrammaton 1, reconocemos el nombre del Señor. A nosotros se nos aconseja con este ejemplo a que oigamos la voz de Dios que nos llama, y que olvidemos al pueblo de los vicios y la casa del trato paterno. Todo esto es necedad para Dios, y es como una red de telas de araña en la que -como a los mosquitos apenas caídos en ella- nos sostenía el aire, que está suspendido sobre la nada. De este modo debemos rechazar la barca del antiguo trato del mundo. Adán, que es nuestro padre según la carne, se cubría con pieles de animales muertos. Ahora, habiendo depuesto al hombre viejo con sus obras, y siguiendo al nuevo, nos cubrimos con las pieles de Salomón, con las cuales se vanagloriaba la esposa de parecer hermosa. Simón significa obediente, Andrés viril, Santiago suplidor, Juan gracia. Por estos cuatro nombres nos convertimos en imagen de Dios. La obediencia para que oigamos; la virilidad para que luchemos; el suplemento para que perseveremos; la gracia para que nos conservemos. Estas cuatro virtudes son llamadas cardinales, pues por la prudencia obedecemos, por la justicia obramos virilmente, por la templanza pisamos a la serpiente, y por la fortaleza merecemos la gracia de Dios.
 

Teof

Es de saber también que primeramente es llamada la acción, después la contemplación. El que en verdad está cerca de Pedro significa acción; el que está cerca de Juan, contemplación; Pedro es fervorosísimo y más solícito que los otros, pero Juan fue excelentísimo teólogo.
 

Notas

  1. Del griego: tetra, cuatro, y gramma, letra: denominación técnica, entre los israelitas, del nombre propio de Dios, que consta de cuatro letras (yhwh). La verdadera pronunciación del tetragrama es yahvéh. La falsa pronunciación Jehová es de origen cristiano. (Haag-Van den Born-Ausejo, Diccionario de la Biblia)

 

 

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