Ángeles

No puede ya morir, pues son como los ángeles e hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección (Lc 20,36).

¿No son todos ellos (los ángeles) espíritus encargados de un ministerio, enviados al servicio de aquellos que deben heredar la salud? (Heb 1,14).

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           Esta es una historia real que ocurrió en 1994 contada por Lloyd Glenn:

          A lo largo de nuestras vidas recibimos bendiciones por medio de experiencias espirituales, de las cuales algunas son muy sagradas y confidenciales, y otras, aunque sagradas, deben ser compartidas.

           Con humildad, pido a Dios que al relatar esta historia, pueda darte a ti el regalo que mi pequeño hijo, Brian, le dio a nuestra familia. Es un mensaje de amor.

        El 22 de Julio iba yo camino a Washington en un viaje de negocios. Todo era normal, hasta que aterrizamos en Denver para un cambio de avión.  Al salir del avión un hombre joven, con cara solemne se acercó a mí y me dijo: “Sr. Glenn, hay una emergencia en su casa. No sé cuál es la emergencia, ni quién está involucrado, pero lo llevaré a un teléfono para que pueda llamar al hospital.” Mi corazón se hundió.

           Mi corazón latía, pero el deseo de estar tranquilo me calmó. Seguí al señor a un teléfono donde pude hablar al número que él me dio del Hospital Mission. Se me informó que mi hijo de 3 años había quedado atrapado bajo la puerta automática del garaje por varios minutos y que cuando mi esposa lo encontró ya estaba muerto. Un vecino que es doctor le había suministrado CPR y los paramédicos habían continuado con el tratamiento mientras Brian era trasladado al hospital.

           En ese momento Brian había revivido y los doctores creían que iba a vivir, pero no sabían cuanto daño habían sufrido su cerebro y su corazón. Ellos me explicaron que la puerta se había cerrado completamente en su esternón exactamente encima de su corazón. Después de hablar con los doctores, mi esposa sonaba preocupada pero no histérica, y yo me conforté con su tranquilidad.

           El vuelo de regreso pareció eterno. Llegué al hospital seis horas después del suceso. Cuando entré en la unidad de cuidado intensivo, mi hijo estaba tranquilo, conectado a un respirador, rodeado de tubos y monitores por todas partes.   Miré a mi esposa quien me dirigió su mejor sonrisa. Todo parecía una espantosa pesadilla. Me dieron todos los detalles y la diagnosis. Brian iba a vivir y pruebas preliminares mostraban que su corazón estaba bien. !Dos milagros! Pero solo el tiempo diría si su cerebro había sido dañado.

       Toda esa noche y el día siguiente Brian estuvo inconsciente.  Finalmente a las 2:00 p.m., Brian recuperó la conciencia y se sentó diciendo las más hermosas palabras que he escuchado: “Papi, abrázame”. Y se me acercó con sus pequeños brazos. Lágrimas, descanso, sonrisa.

           Al día siguiente se le diagnosticó sin daño cerebral ni físico y el hecho de su supervivencia milagrosa recorrió todo el hospital. No pueden imaginar nuestra gratitud y felicidad.

         Camino a casa, sentimos una reverencia única por la vida y por el amor de nuestro Padre Celestial que viene a aquellos quienes se acercan tanto a la muerte.

           En los siguientes días había un espíritu especial en nuestra casa. Nuestros dos hijos mayores estaban más cercanos a su hermanito. Mi esposa y yo estábamos más cercanos el uno al otro y todos estábamos más cerca como familia. La vida tomó un paso menos estresado para nosotros. Nuestra perspectiva se veía más enfocada. Nos sentíamos bendecidos. Nuestra gratitud era verdaderamente profunda.

           Ahí no termina la historia…

         Casi un mes después del accidente, Brian se despertó de su siesta y dijo: “Mami, quiero decirte algo.” Ella se sentó con él en su cama y empezó a narrar su historia maravillosa y sagrada:

         “Recuerdas cuando quedé atrapado bajo de la puerta del ¿garaje? Era tan pesada que me dolía mucho. Te llamé pero no podías oírme. Empecé a llorar, pero me dolía más. Y entonces llegaron los “pajaritos”. “¿Los pajaritos?”, le preguntó confundida mi esposa.

           “Sí le contestó él. Los pajaritos hacían un ruido especial y volaron hacia el garaje. Me cuidaron.” “¿Te cuidaron?”. “Sí dijo él. Uno de los pajaritos fue por ti. Te fue a decir que yo estaba atrapado bajo la puerta.”

           Una dulce sensación de reverencia llenó el cuarto. El espíritu era tan fuerte y a la vez más ligero que el aire. Mi esposa se percató de que un niño de tres años no tendría idea de la muerte y de espíritus, así es que se estaba refiriendo a seres que venían del más allá, llamándolos “pajaritos” porque volaban en el aire como pájaros. “¿Cómo eran esos pajaritos?”, le preguntó ella. Brian contestó: «Eran tan hermosos. Estaban vestidos de blanco, todos de blanco. Algunos tenían verde y blanco. Pero otros tenían solo blanco.” “¿Te dijeron algo?” “Sí él contestó. Me dijeron que el bebé estaría bien.” “¿El bebé?”, mi esposa preguntó confundida. Brian contestó: “El bebé tirado en la puerta del garaje”. Continuó: “Tú saliste y abriste la puerta del garaje y corriste a donde estaba el bebé. Le dijiste al bebé que se quedara y no se fuera.” Mi esposa casi se desmaya al oír esto, ya que en efecto ella se había inclinado junto a Brian y el ver su pecho herido y sus facciones, sabiendo que ya estaba muerto, miró hacia arriba, alrededor y dijo: “No nos dejes, Brian, quédate si puedes.”

      Al escuchar a Brian decirle las palabras que ella había usado sé dio cuenta que el espíritu había dejado el cuerpo y había estado viendo su cuerpo sin vida desde arriba. “¿Y qué pasó entonces?”, preguntó ella. “Nos fuimos de viaje dijo él, lejos, lejos.” Se comenzó a agitar tratando de expresar cosas para las cuales no conocía palabras. Mi esposa trató de calmarlo y confortarlo. Él luchó para tratar de decir algo que era obviamente muy importante para él, pero  encontrar las palabras le resultaba difícil. “Volamos rapidísimo en el aire. Son tan bonitos mami agregó él. Y hay muchos, muchos pajaritos.” Mi esposa estaba impresionada.

      Brian continuó diciéndole que los “pajaritos” le habían dicho que tenía que regresar y contárselo a todos. Él dijo que lo regresaron a la casa y que un gran camión de bomberos y una ambulancia estaban ahí.

      Un hombre estaba sacando al bebé en una cama blanca, y él trataba de decirle al hombre que el bebé estaría bien, pero el hombre no podía escucharlo. Él dijo que los pajaritos le dijeron que él tenía que ir en la ambulancia, pero que ellos estarían cerca de él. Él dijo que ellos eran bonitos y llenos de paz, y que el no quería regresar.

      Entonces llegó la luz. Él dijo que la luz era muy brillante y cálida, y que él amaba la brillante luz muchísimo. Había alguien en la luz y puso sus brazos alrededor de Brian y le dijo: “Te amo pero tienes que regresar.” Entonces la persona en la luz le dio un beso y le dijo adiós con la mano. La historia continuó por una hora.

      Él nos enseñó que los “pajaritos” siempre están con nosotros, pero no los vemos porque miramos con los ojos y no los escuchamos porque oímos con nuestros oídos. Pero siempre están ahí, solo los pueden ver aquí (se puso la mano en el corazón). Murmuran cosas para ayudarnos a hacer lo que está bien porque nos aman tanto. Brian continuó diciendo “Yo tengo un plan, mami. Tu tienes un plan. Mi papi tiene un plan. Todos tenemos un plan. Todos debemos vivir nuestro plan y mantener nuestras promesas. Los pajaritos nos ayudan a hacer esto porque nos quieren tanto.”

      En las siguientes semanas, con frecuencia repetía su historia una y otra vez. Siempre era la misma historia. Nunca cambió los detalles ni los cambió de orden. A veces incluía más información y clarificaba el mensaje que ya nos había dado. Nunca dejó de impresionarnos como podía darnos tanto detalle y como podía hablar más allá de su capacidad cuando hablaba de los “pajaritos”.

      No es necesario decirles que no hemos sido los mismos desde ese día, y rezamos porque nunca volvamos a ser los mismos.  [1].

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Fe constante de la Iglesia en la existencia y misión de los Ángeles Custodios.

«Hay ángeles a nuestro lado, y que casi es un pecado no verlos» (Cardenal Newman).

«La Providencia de Dios ha dado a los Ángeles la misión de guardar al linaje humano y de socorrer a cada hombre (…). Han sido designados desde nuestro nacimiento para nuestro cuidado, y constituidos para defensa de la salvación de cada uno de los hombres» (CATECISMO ROMANO, parte IV, cap. IX, no. 4 y 6).

«Envía a sus ángeles cerca de ti, dice el Salmo, para que te guarden en todos sus caminos. Por eso mismo hemos de velar con más cuidado, ya que no habría tanta solicitud por nosotros en el cielo si no nos viesen tan necesitados. No pondrían tantos guardianes si no fuera tanta la asechanza» (SAN BERNARDO, Sermón sobre el Salmo 90).

«Conocemos por la fe que existen los ángeles y leemos que se aparecieron a muchos, de forma que no es licito dudarlo» (SAN AGUSTIN, Coment. sobre el Salmo 103)

«Casi todas las páginas de los libros sagrados testifican que existen ángeles y arcángeles » (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 34 sobre los Evang.).

«Es probable que congregados legítimamente muchos para dar gloria a Dios, esté el Ángel de cada cual en derredor de quienes sirven al Señor, junto con aquella persona cuya guarda y custodia se le ha confiado; de suerte que se puede hablar de una doble asamblea de santos: una de hombres y otra de ángeles» (ORÍGENES, Trat. sobre la oración, 30, 5).

«La tradición cristiana describe a los Ángeles Custodios como a unos grandes amigos, puestos por Dios al lado de cada hombre, para que le acompañen en sus caminos. Y por eso nos invita a tratarlos, a acudir a ellos» (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 63).

«Envía a sus ángeles cerca de ti, dice el Salmo, para que te guarden en todos tus caminos. Por eso mismo hemos de velar con más cuidado, ya que no habría tanta solicitud por nosotros en el cielo si no nos viesen tan necesitados. No pondrían tantos guardianes si no fuera tanta la asechanza» (SAN BERNARDO, Serm. 11, sobre el Salmo 90).

«Los ángeles, además de llevar a Dios nuestras noticias, traen los auxilios de Dios a nuestras almas y las apacientan como buenos pastores, con comunicaciones dulces e inspiraciones divinas. Dios se vale de ellos para comunicarse con nosotros. Los ángeles nos defienden de los lobos, que son los demonios, y nos amparan» (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 2, 3).

«Los hombres pueden desoír las inspiraciones que les dan invisiblemente los ángeles buenos, iluminándolos para obrar el bien; pero queda intacto el libre albedrío: de ahí que el perderse los hombres no se ha de atribuir a la negligencia de los ángeles, sino a la malicia de los hombres» (SANTO TOMAS, Suma Teológica 1, q. 113, a. I ad 2).

(Los ángeles) cuando vienen a desempeñar algún encargo entre nosotros, toman nombre del cargo mismo que desempeñan. Así pues, Miguel significa: quién como Dios; Gabriel: fortaleza de Dios; y, por último, Rafael: medicina de Dios»; (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 34 sobre los Evang.).

«Aprovecha también considerar que ni el demonio, ni otra cosa, es poderosa para nos dañar, sin licencia de Nuestro Señor. También aprovecha considerar que tenemos al Ángel de nuestra Guarda a nuestro lado, y en la oración mejor que en otra parte, porque allí existe él para nos ayudar y llevar nuestras oraciones al cielo y defendernos del enemigo, que no nos puede hacer mal» (SAN PEDRO DE ALCÁNTARA, Tratad. de la oración y meditación, 2, 4, av. 5).

«Es una verdad fundada en la infalible autoridad de la Escritura, que los Ángeles están establecidos sobre nuestra conducta y que ofrecen todos los días a Dios las oraciones de los que son salvo por Jesucristo». (S. Hilario, in Matthaeum, e. 18, sent. 7, Tric. T. 2, p 258.)

«El Ángel del Señor tiene su campo alrededor de los que le temen Todo el que cree en Jesucristo tiene un Ángel que le asista, si no le arroja de sí con alguna mala acción». (S. Basilio, in Psalm. 33, sent. 8 Tric. T. 3, p. 191.)

«Los Ángeles ven continuamente el rostro del Padre celestial. Grande es la dignidad de las almas, pues tiene cada una desde instante en que nace un Ángel deputado por Dios para su guarda.» (S. Jerón., In c. 18, Matth., sent. 99, Trie. T. 5, p. 256.)

“Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos(Mt 18,10).

 

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