San Esteban, el protomártir

Hoy es 26 de diciembre. Estamos celebrando el 25, tras la noche de paz, la llegada del Amor Salvador, cuando repentinamente pasamos a conmemorar a san Esteban, el llamado protomártir por ser el mártir primero y próximo que siguió a la muerte de Jesús.  

(Aunque para ser más precisos y posiblemente más acertados ese título habría que otorgárselo a san Juan Bautista, el primer anunciador de Cristo, a cuya causa dedicó su vida, y que fuera decapitado por Herodes).  

Es el primero de los mártires de la cadena de ellos que a lo largo de la historia del cristianismo tendría, tiene y tendrá lugar. Como ninguna otra religión ha sido tan martirial; de ahí el distintivo de la cruz. Lo cual nos induce a la reflexión de que a mayor Verdad mayores los ataques de sus enemigos por hacer desparecer.

El martirio parece ir indisolublemente unido a la presencia del Señor en la tierra. En su nombre, por Él, como rechazo a la presencia divina del Amor y la Bondad, han surgido infinidad de persecuciones, que en muchos casos han terminado en el martirio. Ejemplo a unir a este de san Esteban es el de los Santos Inocentes, que celebraremos pasado mañana, el 28.

La cruz –martirio– se ha convertido en distintivo de los amigos de Jesucristo, los cristianos. Es, pues, consecuencia y como reacción a la presencia del Amor divino, que resulta intolerable: una realidad contra la que se rabia Satanás y todos sus secuaces. Tal y como vemos en el relato del martirio de Esteban, al igual que vimos en el de Jesús, los enemigos no pueden contener el ánimo rabioso destructivo, pidiendo y ejecutando sus muertes.

Y, ¡oh, paradoja!, contemplando aquella atroz muerte, asintiendo a la misma, el que a poco fuera azote perseguidor de cristianos Saulo. Quien con el tiempo pasaría a ser uno de los más grandes testigos de la causa de Jesucristo, hasta morir también martirizado con el nombre de Pablo.  

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (6,8-10;7,54-60):

En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.»
Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.»
Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.»
Y, con estas palabras, expiró.

  Lectura del santo evangelio según san Mateo (10,17-22):

 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará.»

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Palabras del papa Francisco

 (Ángelus, 26 diciembre 2022)

Ayer celebramos la Natividad del Señor, y la liturgia, para ayudarnos a acogerlo mejor, prolonga la duración de la fiesta hasta el 1 de enero: durante ocho días. Sorprendentemente, sin embargo, estos mismos días conmemoran algunas figuras dramáticas de santos mártires. Hoy, por ejemplo, san Esteban, el primer mártir cristiano; pasado mañana, los Santos Inocentes, los niños que el rey Herodes mandado matar por miedo a que Jesús le arrebatara el trono (cf. Mt 2, 1-18). En resumen, la liturgia parece querer alejarnos del mundo de las luces, los almuerzos y los regalos en el que podemos estar algo entregados estos días. ¿Por qué?

Porque la Navidad no es la fábula del nacimiento de un rey, sino la venida del Salvador, que nos libra del mal tomando sobre sí nuestro mal: el egoísmo, el pecado, la muerte. Este es nuestro mal: el egoísmo que llevamos dentro; el pecado, somos todos pecadores; y la muerte. Y los mártires son los más parecidos a Jesús. De hecho, la palabra mártir significa testigo: los mártires son testigos, es decir, hermanos y hermanas que, con su vida, nos muestran a Jesús, que venció el mal con la misericordia. E incluso en nuestros días los mártires son numerosos, más que en los primeros tiempos. Hoy rezamos por estos hermanos y hermanas mártires perseguidos que dan testimonio de Cristo. Pero nos hará bien preguntarnos: ¿doy yo testimonio de Cristo? ¿Y cómo podemos mejorar en esto, en dar testimonio de Cristo? Nos puede ayudar precisamente la figura de san Esteban.

En primer lugar, los Hechos de los Apóstoles nos dicen que él era uno de los siete diáconos que la comunidad de Jerusalén había consagrado para el servicio de las mesas, es decir, para la caridad (cf. 6,1-6). Esto significa que su primer testimonio no lo dio con palabras, sino a través del amor con el que sirvió a los más necesitados. Pero Esteban no se limitaba a esta labor de asistencia. A los que encontraba les hablaba de Jesús: compartía su fe a la luz de la Palabra de Dios y de la enseñanza de los Apóstoles (cf. Hch 7,1-53.56). Esta es la segunda dimensión de su testimonio: acoger la Palabra y comunicar su belleza, contar cómo el encuentro con Jesús cambia la vida. Esto era tan importante para Esteban que no se dejó intimidar ni siquiera por las amenazas de sus perseguidores, ni siquiera cuando vio que las cosas se le estaban complicando (cf. v. 54). Caridad y anuncio, este era Esteban. Sin embargo, su mayor testimonio es otro: es que supo unir la caridad al anuncio. Y nos dio este testimonio cuando estaba a punto de morir, cuando, siguiendo el ejemplo de Jesúsperdonó a sus asesinos (cf. v. 60; Lc 23,34).

He aquí, pues, nuestra respuesta a la pregunta: nosotros podemos mejorar nuestro testimonio mediante la caridad hacia los hermanos, la fidelidad a la Palabra de Dios y el perdón. Caridad, Palabra y perdón. Es el perdón el que dice si realmente practicamos la caridad hacia los demás y si vivimos la Palabra de Jesús. El “per-dón” es en realidad, como la propia palabra lo indica, un don más grande, un don que damos a los demás porque somos de Jesús, somos perdonados por Él. Yo perdono porque he sido perdonado, no lo olvidemos… Pensemos, cada uno de nosotros piense en su capacidad de perdonar: ¿cómo es mi capacidad de perdonar en estos días en los que nos podemos encontrar, entre otras muchas, algunas personas con las que no nos hemos llevado bien, que nos han herido, con las que nunca hemos arreglado nuestras relaciones. Pidamos a Jesús recién nacido la novedad de un corazón capaz de perdonar: todos nosotros tenemos necesidad de un corazón que perdone. Pidamos al Señor esta gracia: Señor, que yo aprenda a perdonar. Pidamos la fuerza para rezar por quienes nos han hecho daño, rezar por las personas que nos han herido, y para dar pasos de apertura y reconciliación. Que el Señor nos dé hoy esta gracia.

Y que María, Reina de los mártires, nos ayude a crecer en la caridad, en el amor a la Palabra y en el perdón.

 

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