En la sexta y última aparición a los tres pastorcitos, 13-10-1917, se produjo el milagro que ratificaba a Fátima como lugar en que el Cielo, a través de la Virgen, se dirigía a la Humanidad para comunicarle su designio y voluntad profética.
Aquel día hubo muchas conversiones y desde entonces no han dejado de sucederse. Y como en 2016, dijera en el transcurso de una homilía, el obispo de Leiria-Fátima Antonio Marto, “el milagro más importante de Fátima no es propiamente la danza del sol, sino la conversión del corazón y de vida de tanta gente que sucede aquí sin que se vea”.
Dios quiere respaldar con signos sobrenaturales –milagros- sus palabras. Y más cuando hay mucho en juego. Y aunque no es obligado creer en revelaciones de este tipo, aun aprobadas por la Iglesia, pues nuestra fe se sustenta en las verdades del Credo; sí es conveniente atender, pues, Dios no deja de comunicarse con sus hijos, para el bien de ellos y orientarles a su salvación, desde y por cualquier medio. Siempre, claro, tiene que haber un discernimiento, que no es otro que el de los frutos, en este caso, venideros, por el significado profético de Fátima.
Algunas reflexiones personales que me sugiere Fátima:
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