Los conversos del Gólgota: Longinos, Dimas…

ACIprensa

Hoy 15 de marzo celebramos la santidad de Longinos, aquel soldado romano que traspasó el costado de Cristo con la lanza; constado del que mano la santa sangre y el agua, que transformaría a Longinos y que vendría a ser la fuente de vida para la humanidad entera.

Que un condenado a morir en una cruz, un maldito que cuelga de un madero, que uno con apenas apariencia de hombre, etc., sea capaz de producir un cambio absoluto de la vida de alguien que estuvo ahí presente pulsando el latido mortal de un ser impotente, fracasado, insultado y despreciado por todo el mundo es motivo cuanto menos de extrañeza sino de admiración y sorpresa incrédula.

En estos momentos últimos de la vida de Jesús ocurrieron trasformaciones en la vida de varias personas inimaginables: Además de la del soldado Longinos, también la del ladrón condenado a su lado, Dimas; a las que habría que añadir, la de la mujer de Poncio Pilato, Claudia Prócula, y después, según parece, la del mismo Pilato. Tertuliano y Justino Mártir hablan de unas actas hoy desaparecidas sobre el juicio y la crucifixión de Jesús que supuestamente Pilato envió al emperador Tiberio y que dio pie a la creencia de que el gobernador de Judea acabó convirtiéndose al cristianismo, como su mujer Claudia Prócula, la misma que según San Mateo le advirtió: «No te mezcles en el asunto de este justo, porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho». A Prócula se la venera como santa en la Iglesia Ortodoxa griega y en la etíope. Todo ellos personajes de distinto estatus (un trabajado militar, un delincuente, un gobernador y una mujer) y que contemplaron a Jesús desfigurado a unos metros. Llama la atención estas conversiones y asalta la pregunta: ¿Por qué? Solo Dios, en su misericordia, puede hacer una cosa así.

Longinos pronunció la famosa frase de confesión de fe cristiana: «verdaderamente, Éste era Hijo de Dios». Dogma proclamado por alguien ajeno a Jesús.

De lo que se sabe de Longinos es esto:

Se dice que se estaba quedando ciego, pero cuando utilizó la lanza contra Cristo, una gota del Salvador cayó sobre sus ojos y lo dejó sano al instante.

Al poco tiempo abandonó la carrera de soldado y después de haber sido instruido por los apóstoles, llevó una vida monástica en Cesarea, Capadocia, donde ganó muchas almas para Cristo por medio de palabras y ejemplo.

Muy pronto cayó en manos de los perseguidores, que lo llevaron a juicio, y como se rehusó a ofrecer sacrificio, el gobernador ordenó que se le quebrantaran a golpes todos los dientes y que le cortaran la lengua.

Sin embargo, el santo cogió un hacha y redujo a fragmentos los ídolos, de donde salió una horda de demonios que se apoderó del gobernador y sus ayudantes, que comenzaron a dar gritos y gemidos.

Longinos fue hacia el gobernador y le dijo que solo con su muerte podrá ser curado, por lo que fue condenado a ser decapitado.

Tan pronto fue ejecutado el santo, el gobernador mostró su arrepentimiento y en el mismo momento recuperó la cordura y terminó su vida haciendo toda clase de buenas obras.

 

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