«Vuestra alegría nadie os la podrá quitar» (Jn 16,22).
«Os he dicho estas cosas, para que mi alegría esté dentro de vosotros, y vuestra alegría sea completa» (Jn 15,11).
Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres… El Señor está cerca (Flp 4,4-5).
Estad siempre alegres.. Dad gracias en toda conyuntura (1 Tes 5,16 y 18).
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San Bernardo (1090-1153) dijo en cierta ocasión a su hermana Humbelina:
—No sé, pero preveo que vas a ser santa.
—¡Ah, si? —dijo la joven entre risueña y escéptica—. Y dime, querido hermano tú que eres tan sabio, ¿cuáles son las señales de esa santidad?
—¡Está muy claro: no has perdido nunca el buen humor y sigues siendo capaz de reírte de ti misma. Esa es una señal clarísima, porque el infierno jamás ha producido buen humor.
Bernardo acertó: Humbelina fue beatificada por la Iglesia.[1]
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Una vez predicó Francisco ante el papa Honorio III y su corte, en Roma. Tal era el fervor de espíritu con que hablaba que, no cabiendo en sí mismo la alegría, al tiempo que predicaba movía sus pies como quien estuviera saltando; no por ligereza, sino como inflamado en el fuego del amor de Dios, no incitando a la risa, sino arrancando lágrimas de dolor.[2]
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Llegó a oído de santa Teresa que la priora de un convento había prohibido a las monjas alegrar a las demás en recreación contando alguna gracia o chiste, para que no les tentara la vanidad.
Lo cual sorprendió la santa de tan peregrina idea, dicen que dijo:
—¡¡Dios mío, adónde hemos llegado? No nos basta ser tontos por naturaleza, que aspiramos a ser bobos por gracia.[3]
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De san Felipe Neri (1515-1595), italiano nacido en Florencia, se cuentan cosas muy graciosas. Era persona de gran sencillez y trataba a todo el mundo como a íntimos amigos y sin ningún cumplido. Era sacerdote y pasaba casi todo el tiempo en las calles de los barrios pobres, en busca de necesitados a quienes ayudar.
Como refugio de los niños pobres fundó el Oratorio, que pronto se tuvo que ampliar por la cantidad de niños que se acogían allí. A los cuales les repetía siempre:
—¡Alegría, hijos míos alegría! Los tristes van al infierno y no a la alegre cada de Dios. Cuando no tengáis qué hacer, reíos, y si tenéis trabajo y lo estáis haciendo, ¡reíos![4]
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La alegría del cristiano no olvida las circunstancias…, pues vive en la realidad, en el mundo, pero no son estas circunstancias exteriores, mundanas, por muy bien que le vaya en la vida, no son las que determinan su alegría.
La alegría cristiana surge de la vida que lleva dentro: la gracia de la vida trinitaria, la presencia del Espíritu Santo, el Reino de Dios en nosotros. «El gozo espiritual es la mejor señal de que la gracia habita en el alma» (San Buenaventura).
La alegría cristiana posee la esperanza, de la promesas de plenitud y salvación.
La alegría cristiana se alimenta del amor misericordioso de Dios. De un Dios que nos ha creado por amor, que nos cuida y nos ha abierto las puertas del cielo para vivir eternamente con El, en santidad y felicidad plenas.
«La alegría evangélica no es la satisfacción burguesa de quien se siente saciado. El terrible sermón contra la saciedad, la bienaventuranza de las lágrimas, viene a desmentir que el amigo esté exigiéndonos una sonrisa permanentemente cristalizada en nuestros labios.
«Para mí, esta alegría, que es la única alegría verdadera del hombre, es el descubrir que la vida sirve para algo. El único, verdadero, grande e insondable dolor es el que se siente cuando uno se descubre absurdo (¿qué pinto yo en la tierra?). Cuando esta idea se abre camino y echa raíces en la persona, entonces ésta toca fondo en el padecimiento humano. Y yo creo que el contemplativo es siempre uno que retorna de este sufrimiento: uno que ha logrado romper esta costra espesísima de hielo y salir a la atmósfera caliente de la fe.
«La alegría evangélica es solamente ésta, que puede brotar en los momentos más trágicos. Pienso, con Chesterton, que Cristo crucificado, acogido por padecimientos atrocísimos propios de un condenado a muerte, estaba, al mismo tiempo, sumergido en la alegría. La felicidad de ciertos condenados políticos que descubren que su cárcel está misteriosamente relacionada con la liberación del hombre me ha ayudado a comprender este misterio.»[5]
Alegraos en el Señor siempre; lo repito, alegraos. Que vuestra benignidad sea notoria a todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna (Fil 4,4-6).
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[1] LÓPEZ MELÚS, RAFAEL Mª., Caminos de santidad V, ejemplos que edifican, Edibesa, Madrid 2000, pp.306-7.
[2] CASAS, V.: Francisco de Asís, Paulinas, Madrid, 1983, P.146.
[3] Cf. RUIZ,A.: Anécdotas teresianas, Ed. Monte Carmelo, Burgos, 1982, p.220.
[4] CLARASÓ, N., Antología de anécdotas, Acervo, Barcelona, 1988, p.292.
[5] PAOLI, A., La Contemplación, Paulinas, Bogotá, 1983, pp.49-50.