La mejor enseñanza: la de las virtudes

«La virtud es una disposición del alma que se ajusta a la razón. Todo lo que es contrario a la recta razón es pecado.» (San Clemente de Alejandría).

«La virtud es una disposición habitual y firme para hacer el bien.» (Catecismo de la Iglesia Católica[1]).

«El Reino de Dios no consiste en la palabrería, sino en la virtud.»  (1 Cor 4,20).

 

 

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         El filósofo Sócrates fue acusado de no creer en los dioses, introducir nuevas divinidades y «corromper» a los jóvenes con sus ideas, por lo que fue condenado a muerte.

          Cuando conoció la sentencia, Sócrates se levantó y dijo:

       —Prefiero morir habiéndome defendido como lo he hecho, que no vivir habilidoso suplicado cobardemente. Un hombre honrado no debe emplear todos os medios para salvar la vida, ni ante un tribunal ni en la guerra. Lo difícil no es evitar la muerte, sino evitar la vergüenza que viene con mayor rapidez.

           Próximo a la muerte, su discípulo Critón le preguntó:

          —¿No tienes que recomendarnos nada respecto a tus hijos?

          —Te repito lo que siempre os dije: que seáis ricos en virtudes.[2] 

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No es que la educación en virtudes sea la mejor que podemos dar a nuestros hijos, sino que es que es la única.

Las virtudes carentes de reconocimiento, están descreditadas. Hoy día las virtudes están en decadencia, no son estimadas, sino todo lo contrario, son ignoradas e incluso han llegado a ser raras en el lenguaje. Es más, su contrario, el vicio hoy gozo de mayor popularidad y mejor «prensa». Lo cual habla a las claras del tipo de sociedad en que vivimos.

Decía el filósofo español Emilio Lledó: «Estamos más lejos del bien vivir que el hombre de hace treinta siglos

«La virtud del alma nos hará vivir bien. Decimos que `vivir bien y obrar bien´ no es otra cosa que la felicidad: luego, ser feliz y la felicidad están en vivir bien. Y vivir bien consiste en vivir de acuerdo con la virtud.» (Aristóteles[3]).

«Para Aristóteles, el hombre virtuoso es el que tiende derechamente al bien, el que sabe dirigirse, el que se conduce rectamente. Pero ¿se trata de una `rectitud originaria’ o bien de un `enderezamiento’ posterior? ¿Cuál es en el hombre la tendencia más «inmediata», la del vicio o la de la virtud?. Estas preguntas solo pueden contestarse en cuanto ellas mismas abren el ámbito de lo que está más allá de la oral, pues es el tema del «pecado original» el que asoma aquí.» (Jose L. Aranguren[4]).

Virtud significa “fuerza”, y las virtudes arraigadas en el alma constituyen una “fuerza” del ser humano para el bien. En lo cual no solo interviene el mismo alma, también el Espíritu.

«La virtud no es solamente propia de nuestro deseo, sino también de una gracia superior«(San Cipriano[5]).    

«Las virtudes morales crecen mediante la educación, mediante actos deliberados y con el esfuerzo perseverante. La gracia divina las purifica y las eleva.»[6]

«El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios» (S. Gregorio de Nisa[7]). Es decir, ser lo que Dios ha querido: ser santos como Él es santo.

«La virtud es la única que puede procurarnos el más sólido de todos los placeres: la paz del alma y la esperanza de la vida eterna.» (San Juan Bautista Vianney).

Santa Teresa de Lisieux[8]:

Ser pequeño es también no atribuirse a uno mismo las virtudes que se practican, creyéndose capaz de algo, sino reconocer que Dios pone ese tesoro en la mano de su hijito para que se sirva de él cuando lo necesite; pero es siempre el tesoro de Dios. También es no desanimarse por las propias faltas, pues los niños caen a menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse mucho daño.

No hay que alimentar voluntariamente pensamientos de orgullo. Si, por ejemplo, me dijese a mí misma: “He adquirido tal virtud y estoy segura de poder practicarla”, eso sería apoyarse en los propias fuerzas , y cuando se hace eso, se corre el peligro de caer al abismo. Pero si soy humilde, si soy siempre que pequeña, tendré el derecho e hacer pequeñas travesuras hasta el día de mi muerte sin ofender a Dios. Mira, los niños: están siempre rompiendo cosas, rasgándolas, cayéndose, a pesar de querer mucho a sus padres.

 

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[1] n. 1833.

[2] CÁNOVAS, L., Las 1000 mejores anécdotas humorísticas, De Vecchi, Barcelona, 1972, p.132.

[3] Gran Etica, Libro I, Cap. IV.

[4] Etica, Alianza Editorial, Madrid, 1986, p.125.

[5] En Catena Aurea, vol. 1, p. 360.

[6] Catecismo de la Iglesia Católica, 1992, n.1839.

[7] En Catecismo de la Iglesia Católica, 1992, n.1803.

[8] Manuscritos 4,22.4 y 4,23.4

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